Se cumple un año de la publicación de mi séptima novela, La sospecha de Sofía, que tantas alegrías me está dando. Para mí, cada uno de los libros que he escrito deja de ser mío en el instante en el que mi editora, Puri Plaza, me dice la frase que yo considero el corte definitivo del cordón umbilical de la que aún es mi obra, la frase es siempre la misma: «Paloma, ya no puedes cambiar nada». A partir de ese momento los personajes enmudecen para siempre, ya nunca podré hablar con ellos, tan solo podré hacerlo de ellos. Y eso fue lo que ocurrió hace ahora algo más de un año. A principios de febrero del 2019 la novela entraba (yo siempre pienso que más que entrar, se precipita) en máquinas, y entonces comienza una tensa espera envuelta en toda clase de sentimientos, contradictorios todos, desde la ilusión, pasando por la incertidumbre, la inseguridad, el miedo, la inquietante pregunta de si gustará, una candente expectación al rojo vivo. En esos días recibí la llamada de Laura Franch, la directora de comunicación de Planeta; me citaba en el hotel Intercontinental para contarme una cosa. Cuando llegué, antes incluso de sentarme, me soltó: «Nos vamos a Berlín». Aquello empezaba a ser una montaña rusa de sensaciones. Tres días en Berlín con veinte medios de comunicación, prensa, radio y televisión, incluido el equipo de Página dos, y lo hizo en la Puerta de Brandeburgo, una gélida mañana de febrero, a las 7.30, a dos grados de temperatura y con una leve brisa que nos dejaba las manos ateridas (en una extraña coincidencia, todos olvidamos los guantes en el hotel) y las mejillas como témpanos. Durante esos días hice entrevistas desde la mañana a la tarde. El trabajo fue agotador, pero la ilusión con la que fui y con la que regresé lo convirtieron en un viaje inolvidable.
Cuando la novela por fin salió publicada sentí una especie de efecto postparto, esa sensación de haber parido algo muy mío, algo que ha surgido de lo más profundo de mis entrañas, que gesté y elaboré durante muchos meses: personajes que colonizaron mis veinticuatro horas, con los que he convivido, empatizado, luchado por comprender y por los que sentí un respeto reverencial (esto último lo he aprendido con el tiempo, dejando en sus manos el poder de la historia). Y poco a poco esa criatura que ya no me pertenece fue llegando a manos de sus otros dueños, de cada uno de los lectores que lo toma en sus manos, abre sus primeras páginas y se deja llevar a través de las líneas impresas.
Recuerdo las primeras reseñas que iban saliendo, esos primeros efectos en los lectores, quienes con su lectura consiguen la magia de la literatura: cerrar la historia iniciada por mí. Las leía con el corazón encogido en una amalgama de inquietud y anhelo, y a medida que iba descubriendo el efecto que la lectura había provocado me embargaba un vértigo difícil de explicar con palabras. Cuando apenas había transcurrido un mes recibí esa llamada, siempre suspirada, de mi editora anunciándome la segunda edición. Y como si de una gestación se tratara, cada mes iba recibiendo esa extraordinaria noticia sobre otra reedición más, hasta llegar a las diez ediciones en las que ahora nos encontramos.
Transcurrido este largo e intenso año y después de haber sido el refugio durante horas de miles de lectores, siento que esta novela es como un hijo que ya transita por el mundo, desprendido definitivamente de mí, con sus vivencias propias (las que cada lector tiene con la lectura), sus propios avances (cada una de las reediciones), sus éxitos (cada vez que la lectura emociona o cada vez que alguien la recomienda). Es mi criatura, la crie, la ayudé a crecer, pero ya no me pertenece.
Y al contemplar la trayectoria de La sospecha de Sofía, mi séptima novela, siento orgullo, una intensa emoción, mucha alegría y una profunda gratitud a todos los que hacen posible que pueda llegar a sentir tanto y tan bueno.
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Autora: Paloma Sánchez-Garnica. Título: La sospecha de Sofía. Editorial: Planeta. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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