Julia Domna es la nueva saga de Santiago Posteguillo. El 3 de marzo sale a la venta la segunda entrega, Y Julia retó a los dioses, publicada por la editorial Planeta.
Mantenerse en lo alto es mucho más difícil que llegar. Julia está en la cúspide de su poder, pero la traición y la división familiar amenazan con echarlo todo a perder. Para colmo de males, el médico Galeno diagnostica que la emperatriz padece lo que él, en griego, llama karkinos, y que los romanos, en latín, denominan cáncer. El enfrentamiento brutal entre sus dos hijos aboca la dinastía de Julia al colapso. En medio del dolor físico y moral que padece la augusta, cualquiera se hubiera rendido. Se acumulan tantos desastres que Julia siente que es como si luchara contra los dioses de Roma. Pero en medio del caos, una historia de amor más fuerte que la muerte, una pasión capaz de superar pruebas imposibles, emerge al rescate de Julia. Nada está perdido. La partida por el control del imperio continúa.
Zenda ofrece a sus lectores las primeras páginas de Y Julia retó a los dioses, de Santiago Posteguillo.
PRIMERA ASAMBLEA DE LOS DIOSES SOBRE EL CASO DE LA AUGUSTA JULIA DOMNA
—Julia es el origen de todos los males. Julia significará el fin de Roma.
Vesta hablaba con vehemencia. Era la líder que había promovido aquel cónclave en el Olimpo.
Júpiter escuchaba con cierto aire de fastidio. Temía una nueva división entre los dioses, como ya ocurriera durante la guerra de Troya o la mortífera persecución de Ulises por Neptuno. Y aquellos enfrentamientos resultaron tan agotadores… Júpiter había dejado en el suelo el orbe que solía sostener en la mano derecha y se entretenía en acariciar el cuello de la gran águila que estaba a sus pies. Mantenía el cetro en la mano izquierda para no perder su presencia majestuosa y de poder absoluto ante el resto de las deidades congregadas aquella mañana. Intentaba encontrar un justo punto medio entre indiferencia y porte magno durante la larga soflama de Vesta contra la emperatriz madre del Imperio romano.
—Poco antes de que Julia Domna accediera al poder —continuaba la diosa del hogar, ajena al evidente desaire con el que el dios supremo la escuchaba—, ardió mi templo en el corazón de Roma. Era una advertencia de lo que se nos avecinaba. Es una extranjera y como tal debe ser desplazada del poder de Roma, alejada de allí…, aniquilada. Como hicimos con Cleopatra en el pasado, o con Berenice.
Júpiter suspiró. Las referencias a los finales trágicos de la reina de Egipto que intentó dominar la élite romana a través de sus relaciones con Julio César y Marco Antonio, o de Berenice, la amante del emperador Tito, quien también fue separada del poder de modo abrupto, daban forma a las intenciones de Vesta con respecto a Julia Domna. La diosa del fuego del hogar romano estaba dejando claro qué sentencia anhelaba para la emperatriz: defenestración y muerte.
Júpiter tenía claro que para Vesta el peor delito de Julia Domna era ser oriental, una acusación, no obstante, con la que no habría conseguido llevar muy lejos su ataque contra la emperatriz romana, pero la diosa del hogar había sabido manipular a otros dioses del Olimpo esgrimiendo argumentos adicionales contra Julia: la había acusado también de promover en Roma el culto al dios sirio El-Gabal, una deidad que para los habitantes de aquella región controlaba el sol. Esto, por supuesto, había enfurecido a Apolo, dios del sol romano, que, de inmediato, se puso de parte de Vesta. Y con Apolo, como era habitual, vino el apoyo de su hermana gemela, Diana. Vesta, así, había conseguido el favor de dioses importantes. Pero, además, ya había llegado al cónclave arropada por las voluntades de todos los dioses indígenas romanos, los dii indigetes, que, si bien eran deidades menores, estaban a favor de la persecución que Vesta quería iniciar contra Julia por el mismo motivo que ella: por considerar a la emperatriz de origen sirio una extranjera usurpadora del poder imperial en Roma. Desde Consus a Flora, desde los dioses Lares a los Manes y Penates, hasta el siempre oscuro Ops, la exuberante Pomona, el misterioso Jano o el viejo Quirino, todas aquellas antiguas deidades romanas estaban de acuerdo con Vesta. El origen ancestral romano de todos estos dioses de menor rango los hacía muy proclives a apartar del poder imperial a una mujer oriental.
Por si esto fuera poco, el nuevo enfrentamiento entre dioses había dado ocasión a que se reavivaran rencillas del pasado: Minerva, la hija de Júpiter, diosa de la estrategia, valoraba enormemente la astucia con la que Julia había llegado al poder durante las guerras civiles de los años anteriores, pero ese posicionamiento de Minerva había hecho que Neptuno se manifestara en contra de Julia. El dios de las aguas tenía todavía mucha rabia acumulada tras su derrota en el enfrentamiento contra Minerva durante la persecución de Ulises. Marte, por su parte, siempre celoso de Minerva, con cuentas pendientes contra la hija de Júpiter desde la guerra de Troya, decidió aliarse también con Vesta y los suyos.
Pero había más dioses.
En el otro extremo estaban, por ejemplo, Juno y Cibeles, siempre propensas a fomentar la unión en la familia, y ambas veían con buenos ojos a una mujer como Julia que promovía una dinastía basada, precisamente, en los lazos familiares y no en las adopciones como la dinastía Ulpio-Aelia-Antonina anterior que había gobernado Roma durante los últimos decenios. Y con Cibeles, como siempre, iba el apoyo de su hija Proserpina.
Por otro lado, Plutón, Vulcano, Mercurio o Baco no tenían decidida su posición, pero, por lo general, no se sentían cómodos luchando en favor de una mujer. Así las cosas, Júpiter se mesó las barbas con la mano izquierda y valoró la situación, como si se hiciera un diagrama mental sobre quién estaba a favor o en contra de la emperatriz de Roma.
A favor de Julia
Minerva
Juno
Cibeles
Proserpina
En contra de Julia
Vesta
Neptuno
Apolo
Diana
Marte
Todos los dii indigetes (Consus, Jano, Quirino, Flora, Pomona, los Lares, Manes y Penates y demás deidades romanas menores)
Venus guardaba silencio, pero Júpiter intuía que favorecería a Julia, mientras que Vulcano, Plutón, Mercurio y Baco ya iban dando muestras, aproximándose al lado donde estaban reunidos Vesta, Apolo y Diana, de que se posicionarían en su contra.
La mayoría de los dioses enfrentados a Julia Domna y clamando contra ella era abrumadora. Pero Julia, por otro lado, no estaba sola, y Minerva ya se había mostrado en el pasado muy capaz de liderar defensas eficaces de otros mortales perseguidos por una o más deidades encolerizadas.
Júpiter suspiró. Otra guerra entre dioses.
Le había sorprendido que se hubiera iniciado por Vesta, una diosa habitualmente tranquila y cálida que no solía inmiscuirse en contiendas entre deidades, pero al dios supremo le resultaba evidente que Vesta se había lanzado a aquella caza contra Julia porque, de forma genuina, creía que la emperatriz de origen sirio era un peligro para Roma. En cualquier caso, fuera quien fuera el que hubiera dado inicio al conflicto, la guerra entre dioses allí estaba. Y obligación suya era gestionar aquella nueva locura con cierto orden.
Júpiter se pasó ahora la mano izquierda por el rostro y terminó, una vez más, mesándose la barba.
Todos esperaban su dictamen. Tenía que dar una sentencia que diera opciones a los dos bandos enfrentados.
—Sea —inició Júpiter con voz grave y agachándose para recoger el orbe del suelo y sostenerlo en alto mientras impartía su justicia—. A Julia se la probará hasta en cinco ocasiones. Cinco pruebas mortales tendrá que superar. Si las pasa, se mantendrá en el poder de Roma. Si no supera alguna de ellas…, bueno, van a ser pruebas todas ellas mortíferas. No ha lugar a que os explique cuál será su final.
Se hizo un silencio que Júpiter interpretó como aceptación general a su dictamen. Iba ya a disolver la asamblea cuando Vesta alzó de nuevo la voz:
—¿Y cuál será la primera de esas pruebas a vida o muerte?
Júpiter la miró fijamente a los ojos al tiempo que daba su respuesta.
—Coriolano, Bruto, Sejano…
Los dioses no necesitaban más explicaciones: Coriolano abandonó el bando romano para pasarse a los volscos y ayudarlos en sus ataques a la ciudad del Tíber; Bruto se revolvió contra Julio César, su padre adoptivo; el prefecto Sejano conspiró contra el emperador Tiberio. Aun así, para que quedara claro su mandato sin margen de duda alguna, Júpiter calificó su sentencia con una palabra definitiva:
—Traición.
El cónclave celestial, por fin, se disolvió.
Juno se acercó a Minerva y le habló al oído.
—Sabes que estoy contigo, que me parece bien defender la familia, en este caso, la familia imperial, pero estamos en minoría. No podremos contra todos.
—Salvé a Ulises, ¿no es cierto? —respondió la hija de Júpiter—. Salvaré a Julia.
Juno negó con la cabeza y apostilló unas palabras ominosas mirando al suelo.
—No veo cómo. No es como con Eneas. Entonces Marte, Neptuno, Apolo o Mercurio estaban defendiéndolo. Ahora los tres primeros están en contra de Julia, y de Mercurio no me fío. Son demasiados.
Minerva sonrió y le murmuró unas palabras al oído.
—Tengo un aliado secreto. No ha venido al cónclave, pero está con nosotras. Te recuerdo que soy la diosa de la estrategia y de la sabiduría.
—————————————
Autor: Santiago Posteguillo. Título: Y Julia retó a los dioses. Editorial: Planeta. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: