Lo pueden ver en todas las marquesinas del país: se ha estrenado Hunters, una serie de televisión que cuenta las andanzas de un grupo de judíos que, ya en los años 70, busca impartir su propia justicia asesinando a los nazis que consiguieron escapar de la guerra, de aliados y soviéticos, de Núremberg, etc. Estos alemanes viven ahora rehabilitados en sus casas americanísimas, con jardín y barbacoa, sus packs de seis cervezas en la nevera y sus negocios de clase media. Los cazadores, liderados por Al Pacino, perseguirán uno a uno a estos personajes macabros. La ficción incluye, claro, escenas que acercan al espectador lo vivido en Auschwitz y en otros campos, algo hiperbolizadas por la fábula, todo sea dicho. Obviamente, como en toda ficción que lame lo políticamente incorrecto, no han tardado en salir hordas de modernos escultores de la ética para censurar el asunto.
Al primero que le ha faltado tiempo para publicar varias críticas contra la serie es al museo de Auschwitz: que si «caricaturizan» un drama, que si es una «tontería peligrosa», que si «da la bienvenida a los negacionistas». Salta la chispa. Con más de un millón de seguidores en redes, bien regado el tweet con la dosis exacta de buenismo hortera e impostor, obviamente el linchamiento estaba servido. Numerosas cuentas, bien agarraditas de la mano, azuzadas por ese orgasmo colectivo que nace de la escala de valores dominante, piden ahora la cancelación de la serie, la cabeza del director, de Pacino y hasta del realizador, que pasaba por allí. Todo aquel que alce la voz sabe que será protegido por esa tribu de garantes de la moral, y se siente legitimado para disfrutar del populismo onanista que se sacia sobre nuestras redes sociales.
Decía Unamuno en su Del sentimiento trágico de la vida que el mayor héroe de nuestro pensamiento es un ente de ficción, más real que cualquier ser de carne y hueso: Don Quijote. Creo que el augurio del vasco dio en clavo, aunque acertase por la punta en lugar de golpear como debía en la cabeza. La sociedad se ha quijotizado en un sentido inverso, se ha dejado colonizar por la ficción, legándole sus peligros y sus heroicidades. Como ocurrió con el Caballero de la Triste Figura, más miedo despierta en nosotros el ejército que el rebaño de ovejas, más el gigante que el molino de Campo de Criptana, más Montesinos que la tranquilidad de Ruidera. Y pobre del valiente Sansón Carrasco que se atreva a contradecir al que a la ficción se enfrenta, que ya se han hecho con el relato y en él siempre ganan los nobles caballeros andantes. Es de suponer que algún día la ficción dejará de interponerse entre la realidad y nosotros. Las novelas volverán a ser novelas, el arte volverá a ser arte, y las series sobre nazis volverán a ser eso, series de ficción. Aunque, como ocurrió con don Alonso Quijano el Bueno, quizá ya entonces sea demasiado tarde.
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