En 2020 se cumplen cincuenta años de la muerte de Pierre Mac Orlan (seudónimo de Pierre Dumarchais), y eso es algo que Zenda de ninguna manera podía dejar pasar, pues en esta casa se honra a la literatura de aventuras sobre todas las cosas.
Pierre Mac Orlan es uno de los grandes. Lo afirmamos así, sin medias tintas, a sabiendas de que no es un autor al que la fama haya bendecido. Si hubiera una clasificación de las novelas de aventuras en la que se ponderara a la vez la alta calidad con un amplio desconocimiento por parte de los lectores, quizá el número uno se lo llevaría Moonfleet, extraordinaria y bastante olvidada al mismo tiempo (y precisamente por ello Zenda ha tenido un gran acierto reeditándola). Pues bien, con toda seguridad, el puesto siguiente de esta lista de tesoros cuasi clandestinos lo ocuparía El ancla de la Esperanza, de Pierre Mac Orlan. En un texto de 2004, Fernando Savater, cuya autoridad en este tipo de asuntos no es cuestionable, señalaba:
El actual desconocimiento que hay en nuestro país de la obra de Pierre Mac Orlan resulta verdaderamente chocante. Por lo visto, los amantes de rarezas exquisitas que podrían rescatarle lo consideran demasiado «popular» y los lectores que disfrutan con la literatura popular de calidad están demasiado atareados leyendo a Patrick O’Brian o Arturo Pérez-Reverte (y no seré yo quien se lo afee) como para acordarse de este insólito y genial bohemio de comienzos del pasado siglo.
La vida de Mac Orlan cumple con varios de los tópicos —personalidad inquietante, extravagancia, mil oficios a cual más efímero y malas compañías— que se esperan en quien es capaz de pergeñar buenas historias. Una biografía no traducida —Mac Orlan: L’aventurier immobile, de Jean-Claude Lamy— da puntual cuenta de todo esto, y a ella les remitimos si quieren conocer al personaje, que bien lo merece. Aquí nos contentaremos con repasar la obra que de este autor hay disponible en castellano.
El canto de la tripulación. Los macorlanianos de estricta obediencia la leímos por primera vez en la edición de Lauro de los años cuarenta —una perla todavía factible de encontrar rebuscando en librerías de lance— o en la más rara de Sempere, cuya bonita portada muestra un barco desplegando todo su aparejo. Pero en 2003 la editorial vitoriana Ikusager nos sorprendió con la versión más primorosa imaginable, que incluía, amén de un inspirado prólogo de Raymond Queneau, sugestivas ilustraciones (isla, plano del tesoro, singladura del barco) que sirven para apuntalar la inevitable identificación con la obra maestra de Robert Louis Stevenson, algo que se va a repetir en otras varias novelas, y singularmente en la siguiente.
De El ancla de la Esperanza, que uno sepa, no tuvimos versión española hasta 2006, en que sería la segunda espléndida aportación de la editorial Ikusager a la difusión de la obra de Mac Orlan (…y vendrán dos más. Dicho sea de paso, Ikusager está en nuestro corazón no solo por esto, ya importante; también les debemos la mejor versión disponible de una obra esencial, como es la Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet). Novela de aprendizaje, muy en el estilo Moonfleet, en El ancla de la Esperanza encontramos todos los ingredientes canónicos: un muchacho inquieto, el protector equívoco, piratas, la taberna donde todas las historias se cruzan… aunque aquí no hay cofre enterrado. De ella se ha dicho que es la única secuela de La isla del tesoro digna del original; un elogio que en absoluto nos parece desmesurado.
A bordo de La Estrella Matutina: pura —y cruda— novela de piratas, como ninguna otra que hayamos leído. La primera versión en castellano es de ediciones Ulises, 1929, con la extraordinaria traducción de Julio Gómez de la Serna, prólogo de César M. Arconada y un añadido del propio autor titulado Ensayo de biografía sentimental, que en verdad no pasa de unas pocas, aunque sabrosas, líneas. Se reeditó en cuadernillo para la Revista Literaria Novelas y Cuentos en 1958. Y, cómo no, Ikusager nos dio su versión en 2009, con otro traductor, un prólogo magistral de Francis Lacassin y añadiendo unos textos complementarios que el autor no llegó a utilizar en la redacción definitiva.
El cuarteto de las piezas más célebres de Mac Orlan lo cierra El muelle de las brumas. Aquí, aceptar la indiscutible genialidad del autor no nos alcanza para entender el proceso de gestación de este texto oscuro, por momentos impenetrable. Uno se pregunta en qué tiempos y bajo qué circunstancias hay que haber vivido para ser capaz de escribir algo así… y entiende por qué el mariscal Pétain, según se dice, culpó a esta novela de los sentimientos pacifistas y desesperanzados de la juventud francesa de la época. La edición más reciente es la de Ikusager de 2010, que aún no hemos tenido ocasión de manejar; merecerá la pena buscarla, siquiera sea por leer el prólogo de Lacassin. Hay otra en Ediciones del Cotal (1976), pero nuestra preferida es la de Siglo XX (1945), venerable en su modestia, impresa en papel casi tan áspero como el contenido.
Disponemos de unos cuantos títulos más de Mac Orlan en castellano: Dinah Miami (Dédalo, 1931), una historia de contrabando con raros toques de conflicto racial; La bandera, ambientada en la legión española y muchas veces reeditada (Orbis, 1985; Luis de Caralt, 1977; Almuzara, 2006); El campamento Domineau (Gadir, 2004), novela de espionaje que bien podría haber firmado Eric Ambler; incluso de un relato pornográfico, Mlle. de Mustelle y sus amigas, de los varios que escribió para ganarse la vida, publicado aquí por Tusquets en La Sonrisa Vertical.
Una última joya nos servirá para cerrar con la debida jerarquía este homenaje. El Breve manual del perfecto aventurero (Jus ediciones, 2017) se ajusta, además, a estos tiempos de virus globalizados donde estamos comprobando hasta qué punto tenía razón quien dijo que todos los males del mundo vienen de que a la gente le da por salir de su casa. Aquí se teoriza meticulosamente sobre lo que el autor llama “aventureros pasivos”, así que quienes nos mareamos en todo lo que flota menos en los barcos de los libros y disfrutamos preparando los viajes hasta el momento en que de verdad hay que hacer la maleta encontramos en este pequeño librito nuestra biblia. Cómo no sentirse concernido leyendo estas iluminadas palabras:
…es preciso establecer como un axioma que la aventura no existe: la aventura está en el espíritu de quien la persigue y, al tocarla, se desvanece (…). Los viajes, como la guerra, no valen nada cuando se realizan efectivamente. Es desaconsejable participar en esa clase de entretenimientos, porque la verdadera belleza de la acción queda eclipsada por molestas realidades.
Cicerón decía que la perfección en el estilo se consigue a base de imitar a un único autor. En la estela de Robert Louis Stevenson, Pierre Mac Orlan nos parece, sin embargo, todo un canon literario unipersonal.
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