Sé que parece tarea imposible —de hecho quizá lo sea—, pero intentaré explicar por qué para mí Juego de tronos (teleserie inspirada en la homónima novela del estadounidense George R.R. Martin, y cuya trama se desarrolla en una incierta época de resonancias medievalistas), es un despropósito de serie.
Comienzo por decir que, en general, y en cualquier clase de narración filmada o escrita, la complejidad de la obra (y por lo tanto su calidad si seguimos lo complejo como criterio de bondad) acostumbra a ir en proporción inversa a la cantidad de spoilers que puedan hacerse de ella. Hace pocos días en Twitter, alguien (lamento no recordar quién) decía, “¿a ver quién puede hacer un spoiler de Doctor en Alaska?” Naturalmente que determinados momentos importantes de esa teleserie podrían ser avanzados, pero apenas tendrían relevancia; en realidad, Doctor en Alaska es una teleserie que no tiene trama, y si la tiene, carece de importancia. ¿O, tiene sentido hacer spoilers de Twin Peaks? Tampoco, ya que en la teleserie de Lynch, y en este caso por acumulación de materiales, la trama tampoco existe, y si existe no es más que una excusa para infundir toda una clase de sensaciones de las que, lógicamente, un spoiler no puede dar cuenta. Del mismo modo (y por disparar alto) carece de relevancia un spoiler de Macbeth, de Solaris, de Walden, la vida en los bosques o de La broma infinita, pero también de Lost, Breaking Bad, Canción triste de Hill Street, o True Detective. Hay en esos textos, películas o teleseries, algo en sus propios tejidos narrativos que, al margen del contenido, al margen de la historia que está siendo contada, le da al conjunto un vuelo simbólico y metafórico al mismo tiempo que muy cercano, de afección personal, que supera al detalle de un spoiler determinado. Nada resulta más estéril que esa recurrente pregunta que se le hace a los escritores, “¿y tu libro de qué va?” Pues qué quieres que te diga, no va de nada y va de todo al mismo tiempo. Juego de tronos es exactamente contrario, casi es posible decir que su trama son una sucesión de spoilers. De Juego de tronos podría decirse exactamente de qué va con tal de dar cuenta de esa sucesión.
Ahora, una serie de detalles de esta teleserie que me parecen especialmente llamativos.
1) Recuerda a una combinación de lo peor de El señor de los anillos, a la revista El jueves pero sin sátira que la redima, y a los mejores momentos, pero muy devaluados, de Yo, Claudio.
2) En los instantes de clímax argumental, de los cuales se halla plagada, asoman la pata enseñanzas y moralinas para cuyo conocimiento bastaría con poner la TV en Semana Santa y tragar una tras otra películas tipo La historia más grande jamás contada.
3) La narrativa que despliega es más bien primaria, y las tramas supuestamente políticas son más maniqueas que aquellas otras que para mayor gloria del Imperio nos dejó Walt Disney. En este sentido, puede rastrearse su referente histórico-teleserial más próximo en La casa de la pradera.
4) Las mujeres son —literalmente— putas. Y las pocas que no, resultan ser arpías o memas, no se enteran de nada. En ese metamundo el machismo se halla tan avanzado que ya le han dado varias vueltas al marcador.
5) Siguiendo con las féminas: en tales reinos —que juntos ocupan extensiones más grandes que Europa y Asia—, no hay mujeres gordas, pero comen muchísimo, como si la oculta protagonista de todos los reinos fuera la taenia solium, parásito intestinal más conocido como la solitaria.
6) Todos hablan en inglés menos un escaso número de bárbaros que habitan las áridas tierras del Sur, cuyo idioma es una sucesión de cacofonías que un traductor imaginario nos traduce. ¡Que nos lo muestren, que nos lo muestren! Error: vive fuera de la trama.
7) En esa ahistórica época ellas no se operan los pechos pero sí se depilan el pubis de modo perfecto. Confirmado: conocen la Epilady. Respecto al botox, corre por sus rostros como por las gargantas el vino. El equivalente más cercano son las películas de romanos en las que el centurión usa reloj Seiko.
8) Hablemos de los hombretones: más de la mitad son obesos porque sí, sucios a sabiendas, vulgares por necesidad, y no sólo creen firmemente en el darwinismo social sino que lo practican. No sería extraño que Donald Trump se marcase unos cuantos capítulos antes de un mitin en Iowa.
9) Los reinos son gobernados —literalmente— por los niños; mejor dicho, por varones preadolescentes que, no obstante, aún maman; y por un enano. La integración y ascenso social de los excluidos se halla aquí francamente normalizada (que baje Foucault y lo vea).
10) Por su parte, la integración homosexual está naturalmente inscrita en la sociocultura del momento. En esto me parecen totalmente pioneros. Una lástima que su tratamiento sea de escena fantasy (sólo falta la marca de agua en la foto).
11) Como en El hombre y la tierra el lobo es el mejor amigo del humano hasta que grabar en CGI lobos agigantados sale más caro que salvar a toda la fauna del planeta, y entonces milagrosamente los lobos se extinguen. Sin embargo, una tal Khaleesi no sabemos a santo de qué tunea dragones a muy bajo coste.
12) Ha dado lugar al merchandising más tróspido de la historia de la televisión, y a una horrorosa línea de tatuajes, sólo superada por la que inauguraron dos famosos futbolistas.
13) Y sobre todo: no sé por qué se empeñan en dar tantas clases de climatología.
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