Obra de Evert Thielen
La vida viene picando últimamente. Lo hermoso golpea de una manera casi continua contra lo horrible y hay días en los que una no sabe bien con qué quedarse. Es un vaivén incansable al que debemos acostumbrarnos, pero eso no es fácil. Qué va. La energía se va gastando y nadie nos ha enseñado a ponerle remedio.
Hay ratos en los que lloro de cansancio y otros en los que busco de manera insistente algo que me sacuda los hombros, que me zarandee como las manos amigas que te despiertan, que me cambie la dirección de las lágrimas y me haga respirar profundamente. ¿Quién no ha sentido alguna vez esa necesidad imperiosa de despertar de un letargo incómodo? Es cierto: la vida no siempre es suficiente.
Esta obsesión por buscarle un motivo o una razón a la existencia es algo que me persigue desde adolescente, pero pronto supe dar con la clave: los libros. La literatura es, quizá, la única capaz de explicarme lo que no quiero o no puedo comprender. Es la única que me lleva a otros lugares. Aunque es cierto que no siempre son más cómodos, sí son exactos. En los libros aprendo, me encuentro, resbalo sin dolor y llego siempre a un sitio. Y qué paz da eso. Seguro que saben de lo que hablo.
Es por ello que comienzo con una sonrisa este espacio limpio y amable que me prestan en Zenda para recomendar libros: libros que salten, que latan con fuerza, que duelan, que vuelen con impulso, que crucen charcos; libros que asusten y que comprendan los miedos, que me agiten, que me rechacen, que claven sus uñas con fuerza en mis ojos, que me susurren de noche cuando nadie hable; libros que me despierten y que me griten en el oído, que me cuenten que se puede, que me expliquen que sí que es suficiente, que hagan de espejo y se conviertan también en viento, que me enseñen abecedarios nuevos; libros con otras vidas que ya son la mía, con personajes que sean familia, con grietas que me permitan verlos por dentro, sin adornos, con valentía.
Porque así debe cogerse la vida cuando pica: con las dos manos, los ojos abiertos, dispuestos a decir que sí, que existe una resistencia inherente a las historias y las palabras que nos convierte en seres libres y nuestros. Porque la belleza siempre es suficiente. Y la vida, aunque a veces dudemos, también.
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