Soy de esos madrileños que se pasan la vida soñando con largarse de Madrid, hasta que se largan. Lo volví a comprobar cuando llegué en octubre de 2017 a la Fundación Gala de Córdoba, donde empecé a escribir el manuscrito de Yas. Había dejado mi trabajo en la librería, a mi padre lo acababan de operar del corazón por segunda vez, y no sabía cómo escribir una novela, ni si era posible escribir algo valioso o verdadero al abrigo de una beca de residencia, ni si merecía la pena intentarlo siquiera.
Como dice Wynton Marsalis, yo creo en el trabajo y en ser sincero; no soy un genio, así es la vida. Tengo veintisiete años. Apenas empiezo. He tenido mucha suerte y no quiero darle a nadie la murga con los detalles de documentación de Yas ni los pormenores de su invención, de los cuales, como suele pasar, yo mismo sé muy poco. Pero sí me gustaría aprovechar este espacio para compartir algunas ideas que me han acompañado desde que terminé la novela, cosas que aprendí en el proceso de escritura y que tal vez a alguien le puedan resultar, si no interesantes, útiles por lo menos. Una de ellas es la certeza de que no hubiera podido escribir nada si no hubiera sido por todas esas dudas que llevaba conmigo: el trabajo creativo me sirvió para enfrentarlas.
Yas iba a ser el título de una canción ficticia y el apodo de su compositora, Tania Almada, una joven trompetista en torno a cuya desaparición hace seis años se desarrollarían las tramas de los demás personajes durante una noche de insomnio en el Madrid actual. Quería construir una atmósfera. No imponerla, ni negociarla: construirla. Y que fuera bluesy, lenta y oscura como la sangre en las películas, con calles desiertas, hoteles vacíos y clubes cerrados de la noche madrileña. Los personajes llegaron después y poco a poco: una fotógrafa de espíritu hambriento, un poeta porteño que no se calla ni debajo del agua, paseantes envenenados de nostalgia, supervivientes, extraficantes, torturadores, exiliados, libreros. El punto de partida había sido el imaginario norteamericano y la interpretación que de él han hecho músicos y escritores hispanohablantes que, sencillamente, me gustan. Y es que en Córdoba aprendí la disciplina, pero también el placer: me di cuenta de que me lo pasaba muy bien escribiendo, y esta verdad me ayudó a superar complejos y a encontrar personajes, ciudades y voces inesperadas.
El making of de mi amiga Alba me salva de hablar de la Fundación. Pasé allí ocho meses conviviendo con once personas buenas y talentosas que pugnaban, cada una a su manera, por dar respuesta a una vocación, como lo hacían y hacen tantos amigos aquí fuera. Pero lo más importante es el tiempo. Es necesario para el placer y para la disciplina. Muy a menudo hacen falta cinco horas de aburrimiento o de trabajo infructuoso para sacar de la sexta hora una sola página válida, que más tarde descartarás, pero que te llevará a la que finalmente sirva, etcétera. Disponer de ese tiempo, al menos para la gente de mi edad que se paga un alquiler, es un milagro; así que cuando escribía no me interesaba ser original, sino aprovechar esa oportunidad para aprender y mejorar como narrador, y a eso dediqué mi tiempo: a estudiar y practicar, probar cosas nuevas, seguir caminos raros y buscar algo (porque me fascina esa idea del escritor como detective).
Para mí, Yas es el resultado siempre imperfecto de esa búsqueda. Es el testimonio del descubrimiento de la música jazz, aventura que marcó su desarrollo estructural: empecé la novela escuchando las dóciles baladas del cool y la terminé con Don Cherry, jazz-fusión sudafricano, y esos discos larguísimos de Coltrane que uno supone grabados durante un pelotazo de ayahuasca. Es, también, la experiencia aumentada de la nostalgia de lo no vivido y, por tanto, la de una curiosidad insatisfecha que es en parte una pregunta y en parte un amor perdido, y en parte un desconocimiento y en parte fe ciega en el poder de la escritura para ofrecer, si no respuestas, al menos un consuelo. Y es, por último, el homenaje a algunos escritores y escritoras a los que admiro que se atrevieron a lo más difícil: crear obras simples pero profundas. Porque eso es lo yo quería que fuese mi novela: algo simple y profundo, que rehuyera lo ordinario y lo cursi, y que encima entretuviera al lector y reflejara con dignidad el amor y el esfuerzo de tantas horas de trabajo.
Ahora soy menos ambicioso. Hacer algo así puede ser el proyecto de toda una vida y a mí hoy me bastaría con lograr al menos una de esas cosas. Para estar a la altura. Pero ¿cómo estarlo? La altura es la altura imposible de aquellos libros que nos han hecho felices y que nos han convertido en las personas que somos. Es una locura. Cómo no tener dudas. Cómo conformarse y dejar de ser inocente, de confiar en que la literatura nos cambia y cambia la realidad. Cómo dejar de escribir, a pesar de todo, sea útil o no, te lean o no, si cada día el desafío es más apasionante y misterioso.
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Autor: Eduardo de los Santos. Título: Yas. Editorial: Alfaguara. Venta: en librerías y otras plataformas
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