Mañana a las nueve me hacen una radiografía y a las once la tengo que llevar al ambulatorio. Peor no estoy… Ahora estaba intentando ponerme el termómetro, que siempre me dice Nuria que no sé hacerlo. ¿Fiebre? No la tengo alta, pero tampoco se me quita y siento que me ahogo. El caso es que llevo ya siete u ocho días. Y bueno, dormir sí que duermo, claro. Con la fiebre…
Mi madre me dijo que andaba pachucha. Lo dio por hecho pero no está confirmado.
—Llevo sin salir tanto tiempo.
Mi tía ya tiene 80 cumplidos o estará a punto. No me atrevo a preguntárselo ni a ella ni a nadie, claro. Qué más da. A mi tía le lleva la comida su yerno Mariano. No es que se lo deje en la puerta, como en las prisiones, y cuando él se va ella coge los táper en el pasillo de la entrada o en la cocina, pero debe ser algo parecido. Mariano, no sé quién me lo dijo, tampoco debe andar muy allá, aunque con la cara blanca que siempre tiene no es fácil apreciarlo.
Mi tía es flaca, ojos verdes y viuda. Su marido se llamaba, y se llama, Emilio. Un cáncer se le llevó por delante cuando Nuria prima apenas tenía dos años o así. Sólo lo llegué a ver en fotos. Era un pelotari de aúpa. Igual sí que me dijo “cuídala, sólo te pido que la cuides”. Pero no sé si me lo inventé hace años queriéndome erigir en su albacea cuando era adolescente. Cuánto de nuestra vida es mentira o no del todo verdad, y después de tanto tiempo ya no sabemos qué imaginamos o qué es certeza. Quizá sea mejor así.
Nuria prima (la tía también se llama Nuria) está preocupada por Pablo. Pablo tiene 23 y síndrome de Down. Siempre le hago rabiar con la misma broma y como entra al trapo ya no sé quién se ríe de quién.
—Vamos a ver Pablo, ¿cómo era la canción de Enrique Iglesias, Súbeme el transistor o Súbeme la radio?
—Ero qué pesao. Sú-e-me-la-ra-dio.
—Pues en mi casa oigo «Súbeme el transistor, que esta es mi canción».
—¡¡¡¡Que no!!!
Alza la mano, se va, da una vuelta y volvemos a lo que sea. Cuando me despido, otra vez con la misma canción.
Pablo no creo que tenga más riesgo que mi tía. Pablo no tiene miedo a nada. El otro día, hará un mes, habló en la COPE. Ahora me avergüenzo por no haberlo escuchado. Siempre se llega tarde.
¿Aplaudió ayer Pablo a las ocho de la tarde? ¿Lo hicieron sus hermanas? Tampoco lo pregunté. Ni Mariano ni Nuria estaban para dar tantas explicaciones. Tampoco se les oía bien. Cuando entendí “bueno…” creí que por hoy había sido suficiente.
—Yo tengo tos y me cuesta respirar —comentó Nuria prima—, pero el que me preocupa es Pablo.
También te puede interesar
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: