Acuarela ‘Los desnudos’, de Miquel Barceló
Con Los desnudos (Visor), Antonio Lucas (Madrid, 1975) ha ganado el Premio internacional de Poesía Generación del 27 que organiza la Diputación de Málaga.
«Los desnudos» —ha dicho el poeta— “no apelan a una condición textil, sino a una intemperie vital, ciudadana, moral. Los desnudos somos nosotros. Aquellos que sentimos una fe que ya no abriga, los desconvocados, los sin templo, los ajenos. Los que luchamos contra la desgana y estamos a favor de no aceptarlo todo”.
Estos poemas de Antonio Lucas expresan una mirada desencantada del presente, una voz templada y al mismo tiempo incisiva, el latido de un poeta maduro que hace de la poesía “una forma constante de no dejar descansar el por qué”. En su poema «Federico García Lorca» se pregunta: “Dónde viven los poetas una vez asesinados, en qué espejo sediento, en qué brasa de olvido, en qué morgue del sol”. Leer estos poemas es darse cuenta, como él mismo expresó, de estar “desnudos ante la sastrería de la estupidez, la frivolidad, la urgencia y el ruido.
Además de la recopilación Fuera de sitio (Poesía, 1995-2015), Antonio Lucas es autor de cinco libros de poemas, y uno de ellos, Los desengaños, recibió en 2013 el Premio Loewe. Colaborador de Zenda, articulista de opinión en El Mundo, dirige el suplemento cultural La Esfera de Papel.
Zenda publica 5 poemas de Antonio Lucas.
CARTA
Tal vez no sé explicarlo,
y aun así podría volar
o hacer de ti el verano,
un septiembre de reírnos bajo el agua,
una música con ojos de mirarte.
Tal vez no sepas, pero sabes
que vivir es incesante
y sucede tan sin tregua
que todo lo que empuja te detiene.
Por eso andar sin rumbo da alegría.
Tal vez no sepas, pero sabes
que amar siempre es quedarse,
y un cierto vandalismo de promesas,
volver a conquistar palabras de hace tiempo
y que alguien nos absuelva,
y no temer deriva,
y ser, como la nieve, más ciencia que costumbre.
Tal vez no sepas, pero sabes
que el miedo esconde un coro
y es esta misma luz
que nace de nosotros
el fiero camuflaje de la vida.
Tal vez no sepas, pero sabes
que el hombre no nació para morir
—así empezó la historia—,
pero es rehén de escarnios,
de leyes y tormentas,
del golpe de sed que reúne,
del hacerse entender que acumula.
Su activismo es la infancia
y al crecer va cayendo.
Su defensa es flotar, que es destierro del agua.
Su tristeza es saber que vivir no es sagrado.
Y confunde la nada
con jugar a los dioses.
Y la soledad confunde con no dormir solo.
DEUDA
A mis Diez, como en el poema
Tú que amaste tanto el mundo,
su abril y sus ventanas,
el verano que fundaste sin salir de mí,
la política cantante de los cuerpos…
Tú que dabas cuerda al corazón
con fulminantes pájaros y con cerveza.
Tú que hablabas el idioma de las playas
sin pedir permiso.
Tú que predicaste eternidad en cada espejo.
Tú, con quien se equivocaron todos.
Tú que amabas náufragos
para estudiar después su viaje.
Tú que me creías.
Tú que fuiste un día todo lo que amé yo de una noche
y no llegó la noche.
Tú, en quien se hacen niños
las campanas y los bosques.
Tú que hoy me ves envejecer
y entiendes que es infame
el hambre de esperar hasta el futuro.
Tú que juraste amor
a la tristeza de los parques,
y desprecias la fullera España
con su chaleco de odios.
Tú que impartes lecciones de siglo.
Tú que invocas lo posible que no somos.
Tú que me consuelas más allá de mis bufandas.
Tú que ocultas en los ojos países improbables.
Tú que escribes en mis brazos
con letra diminuta.
Tú que sabes traducir las olas que no rompen.
Tú que ya no aprecias ser tan joven.
Tú que ya no estás a salvo nunca.
Tú que sabes qué soy yo
y todo te lo debo todavía.
VENECIA, COMO ENTONCES
A Venecia, créeme, se llega huyendo.
Es la ruta más directa, la epidemia de todos.
Huyendo de los pasos que no has dado,
del feo imperativo del deber.
La vida es algo así,
con sus torres, con sus gatos, con su soborno roto,
con el sol retirándose del sol,
y eso lleva tiempo.
Venecia es, muy despacio, un agua que se hunde.
Y al final desconocemos si el triunfo es la ciudad o su
[escenario.
Por eso nunca evites su cruenta mercancía,
su meditado engaño.
Vivir es desplazarte alrededor de ti,
como hacen la sangre y los conserjes,
como saben los pájaros.
Venecia no es distinta a su amenaza
si no pierdes los ojos frente a ella.
Tampoco es evidente.
A veces parece irrepetible,
como la fruta o la clausura,
allí donde está el mar a punto de quemarse.
Y aceptas de algún modo
el primer acuerdo con la muerte, que es soñar.
Igual que hay belleza en todos esos niños
que juegan a matarse.
El cielo estuvo amable en lo alto de Venecia.
Levantó las manos contra el tiempo y no tuvimos miedo.
Porque somos más fuertes que la luz,
más necesarios.
Porque todo lo que importa
se explica por sí mismo.
BOSQUE
A Manu Llorente
Tú sabes que en el bosque
siempre hay algo que te mira.
Una forma que no ves,
un rumor imprescindible, silábico, triunfal.
Un rumor o una amenaza
que suele estar muy cerca.
En el bosque la verdad
dispone antes su engaño que su danza.
Nunca es sólo noche.
Y nunca es sólo día.
Y cómo milagrea su pasmo junto al mío.
Y qué veloz el fuego en la jaula de su nada.
También un hombre es esto:
la suma de otros cuerpos sucesivos.
El hombre es lo de menos en el bosque.
El hombre es muchas cosas que nunca hemos sabido.
Absurda majestad, decías a veces.
Fulgor y trampa, digo ahora.
Y cómo puede ser si yo cuando respiro
asumo la certeza de la especie o avivo mi fingir de tribu
[insomne.
Y cómo puede ser que el hombre aún suene a bosque.
Que suene a lenta historia de fantasmas, desde entonces.
FEDERICO GARCÍA LORCA
Y al mirar qué ves exactamente. Qué crees que ven los
muertos cuando la vida vuelca de su parte. Cómo suena
una bala por la espalda, una esquirla contra el olivo de tu
angustia. Qué ve la nieve si te mira. Qué dicen en verdad
las palabras que tú dices, su séquito de escarcha. En tu
voz aún suena un hombre que llega de vivir con serena
arquitectura, con fuerza deseante. El que trae a los maricas
la primicia de la noche, el informe de la orgía, el destilado
de los negros en Santiago de Cuba. Y un miedo del tamaño
de su bota o su mordisco.
Dónde viven los poetas una vez asesinados, en qué espejo
sediento, en qué brasa de olvido, en qué morgue del sol. En
tu crimen descubrimos la horma de la historia. Hechizado
de amor, callado de pronto, qué ven tus ojos noche arriba,
qué teatro sin hacer. Qué traiciones y promesas. Qué
agravio de repente. Qué avenida sin pájaros.
Tú que vas pidiendo paso como agosto. Tú que vienes
temblando de tanta vida innumerable, sabrás que nada es
lo que de ti nos dicen. Ni el reino tan hermoso de tu risa.
Ni la fiesta del niño vendaval. Ni el hechizo del embajador
de las retinas. Yo creo que era otra cosa. Por eso abrazo tu
manera de estar solo y tu condena. Tu angustia hecha de
gente, pues a favor de los felices nunca crece la verdad. Y
cómo desalojas la tristeza del piano. Y cómo se rebela el
luto contra ti.
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Autor: Antonio Lucas. Título: Los desnudos. Editorial: Visor. Venta: Amazon
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