Uno de los efectos perniciosos del domingo es la herrumbre que deja tras su paso. Llega el lunes y sientes que la noria se atora. Pero si la metamorfosis semanal entre zángano y mula te deja la autoestima de un renacuajo, qué no hará entonces la Semana Santa, con sus nueve domingos consecutivos a modo de estaciones del Via Crucis.
En la televisión apenas hay noticias, así que la primicia está en las playas infestadas de congéneres y los últimos choques en las carreteras. Todo lo cual invita a aquilatar tu sabia decisión de vegetar en casa y esperar a la Pascua con paciencia de larva amodorrada. ¿Pero qué pasa cuando miras por delante una hilera infinita de domingos, doblemente cargados de pachorra porque no puedes ni pisar la calle? Pasa que se hace urgente distinguirlos. Por eso te conviene recordar que es lunes, ha comenzado la Semana Mayor y ya estás de regreso en la sala de espera del Domingo de Pascua. Tarde o temprano los cautivos descubren que ayuda más mirar el calendario que el reloj.
Los borrachos le llaman “hacer tierra”: bajas uno o los dos pies de la cama y haces contacto firme con el piso, de modo que el cerebro se abstenga de flotar y evites un tsunami digestivo. Hace uno tierra en lo que cree saber —tierra firme en un mar incertidumbre— con tal de no marearse entre lo que delira. Y te consta que es lunes, aunque si asomas la nariz a la calle parezca más un primero de enero. Una vez aceptada la superioridad del calendario sobre las delusiones del cautiverio light, te toca regresar a arrebatarle territorio al domingo.
Los perros no se engañan al respecto. Conocen los aromas y sonidos propios de cada día de la semana, saben mejor que tú qué día y hora es y no andan de chillones porque sea domingo, lunes o Navidad. La pregunta no es tanto si entrenaste a tus chuchos, como si te has dejado civilizar por ellos. Un pendiente, a todo esto, más apremiante que acomodar cajones y organizar los libros por orden alfabético. Puesto en términos píos, lo que cuenta no es el peso de la cruz sino la calidad del cireneo.
Son otros tiempos, claro. La gente ha ido dejando de flagelarse, conforme el sufrimiento se suma a las virtudes opcionales. De celebrarse aún hoy crucifixiones, nada raro sería que cada cruz saliera de la fábrica con dos ruedas retráctiles en la parte inferior. Todo el mundo se queja en estos tiempos, incluso por motivos nimios, falsos o gaznápiros. Es un consuelo jugar a ser víctima y pretender que arrastras una cruz ante la indiferencia del Gólgota repleto y en domingo, pero la sobredosis de consuelo suele degenerar en vicios altamente improductivos, como sería el caso de las medicidades afectivas.
No está bien abusar de los cireneos. Ellos también se cansan de andar cargando cosas que no les pertenecen, y tampoco les gusta la idea de vivir en un continuum dominguero a lo largo de tres cuaresmas apiladas. ¿No será buen momento para ir considerando la posibilidad de adaptarle unas ruedas al madero?
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