Marc Augé quizá no sea un nombre conocido para mucha gente, pero para los que estudiamos en los años 80 y posteriores, su teoría más conocida, que define espacios como aeropuertos, supermercados u hoteles como no-lugares debido a su condición de transitoriedad, marcó una época. Hoy quizá, con los paisajes del mundo trastornados por la pandemia, los no-lugares pueden parecernos muchos más, pero eso es otra historia. Sin embargo, Augé es mucho más que una teoría: es un erudito de la antropología a la vieja usanza, un Gombrich de las costumbres del siglo XX, y como todos los pensadores franceses, su estilo es seductor y convierte su trabajo en relatos en los que apetece adentrarse. Sospecho que por eso tantas teorías de menor peso han logrado sobrevivir a su fecha de caducidad: porque navegan subidas en barcos narrativos fascinantes. No es el caso de Augé, por supuesto. La solidez de su obra teórica está fuera de toda duda.
Pero no fue eso lo que me encantó al leer el manuscrito de Las pequeñas alegrías, uno de sus últimos libros, breve y jugoso como suelen ser las perlas de los maestros. No es exageración (aunque sí amor). Augé ha logrado en un cortísimo ensayo contar algo que es universal, y estos días aún más cierto: hasta qué punto esa ciega búsqueda de la felicidad, con F mayúscula, es una fuente de frustraciones que nos impide darnos cuenta de que lo único que de veras existe son las alegrías, con minúscula y pequeñas, humildes, cercanas y ancladas en nuestros recuerdos más hermosos. En Las pequeñas alegrías Augé se sumerge en su propio pasado, regalándonos de paso una suerte de memorias portátiles, y evoca actos de conmovedora sencillez. Desafío al lector a que no asienta al leerlos: tomarse un vino o un café en la barra de un bar; probar de nuevo el plato de pasta italiana que dejó una huella tan honda en la memoria como la mismísima magdalena de Proust; revisitar esa película vista en un momento especial, la que marcó nuestro gusto para siempre; tararear feliz y desafinadamente unos versos de una canción; o salir a dar una vuelta, con paso frágil pero ilusionado, después de una estancia en el hospital. Esas y otras son las pequeñas alegrías que Augé, con su voz de sabio y su paciencia y ternura infinitas, nos recuerda que debemos apreciar y valorar, habiendo tantísimas personas que jamás las disfrutaron o que no podrán volver a hacerlo.
Contratamos el libro sin dudarlo, y sin saber que un tiempo después de publicarlo (con momentos inolvidables, pues vino Marc Augé a presentarlo a España y fue un privilegio compartir esos días con él) sus palabras sabias se convertirían en una luz que acompaña estos días oscuros, a la espera del momento en que, como describe casi proféticamente en un pasaje del libro, salgamos a la calle y nos maravillemos al ver los colores vivos de las hojas en los árboles, y al sentir el aire fresco saludando nuestros paseos. Como decía Italo Calvino, un clásico se reconoce entre otras cosas porque en cada nueva lectura es un descubrimiento. Diría que en el caso de Las pequeñas alegrías, además de eso, sus páginas son el mejor compañero de estos días inciertos, porque nos recuerdan la fuerza de los pequeños instantes.
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Autor: Marc Augé. Título: Las pequeñas alegrías. Editorial: Ático de los Libros. Venta: Todostuslibros y Amazon
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