Me cuesta horrores escribir. Y no es que me esté pasando como al compadre Úbeda. El problema es que la voluntad férrea que intento imponerme para seguir trabajando durante el confinamiento se evapora cuando intento enfrentarme a un texto de mi cosecha. Para luchar contra esta situación, el domingo pasado retomé un borrador que debería ser ya un libro a estas alturas. Lo hice con más curiosidad que otra cosa, para refrescar de qué iba esa «vaina» que llevaba anidada en mi cabeza desde hace más de cuatro años.
Descubrí con alegría que tenía la estructura de los capítulos muy definida —más de lo que yo recordaba—. También había un esbozo de quiénes serían los personajes y de los escenarios en los que se moverían. Por tener, tenía hasta varias hojas escritas. Y lo mejor de todo: la mayoría de ellas me gustaba.
Pero de repente me surgió una duda devastadora. Una interrogante que me sobrepasó como un tsunami. ¿Y qué diantres hago con el coronavirus? ¿Cómo es posible escribir hoy un libro en el que no haya ni rastro de la COVID-19?
Al tercer café, toda mi ilusión se desvaneció. Fui consciente de que no solo la salud, la economía, la cultura y la sociedad habían cambiado en esta atípica primavera, también lo habían hecho la forma de escribir y de leer una novela.
5 cosas que han cambiado al escribir (y leer) después del coronavirus
1.- Hay un nuevo protagonista. ¿Cómo puedes escribir una novela ambientada en la actualidad en la que no esté el coronavirus? En mi libro no había ni rastro de enfermedades infecciosas, pero ¿cómo puedo hacer ver entonces a un lector de 2021 —fecha estimada en la que podría ser publicado— que mi libro está ambientado en la actualidad? Su actualidad de dentro de doce meses. Durante su último año a esta persona le habrán pasado tantas cosas y habrá vivido tantos acontecimientos, que todo lo sucedido antes del 13 de marzo de 2020 le sonará a relato del siglo XIX. ¿En serio puedo plantearme escribir una novela sin mascarillas ni líquido desinfectante y no haya varios metros de separación entre mis protagonistas?
2.- Desactualización casi inmediata. Para mí, una de las cosas peores que le puede pasar a una novela es abusar de la tecnología para querer parecer muy moderna y actual. Solo en el periodo de tiempo que se produce entre empezar el primer capítulo, entregársela al editor, imprimir los ejemplares y distribuirla por las librerías, nuestro libro puede parecer ya del «pleistoceno». Imagina que en tu libro repites varias veces “ojalá llegue algún día la vacuna” y que cuando tu obra esté en las manos de tu lector ya exista la ansiada cura y esté normalizado su uso.
3.- Escribir para nadie. Ya lo advirtió Karina Sainz Borgo en este artículo: la industria editorial, como otras muchas, va a tener que remar duro para salir de esta. ¿Qué ocurrirá con los lanzamientos literarios que estaban previstos para los meses de marzo, abril, mayo y junio? ¿Y con los textos que se iban a publicar este otoño? Da la sensación de que si eres un autor novel o sin una carrera muy consolidada, tu novela la van a leer tu amigo Roberto y tu tía la de Cuenca. Durante una buena temporada —y a mí me parece muy lógico— las editoriales valorarán mucho qué títulos van a publicar y de qué autores. Quizá vivamos otro boom de la autoedición en los próximos años.
4.- Una nueva forma de contar. Me lo soltó un amigo el otro día, en una videoconferencia con cerveza y aceitunas, de forma bastante gráfica: “Durante esta cuarentena: Amazon ha adelantado por la derecha a las librerías de nuestro país”. Nuestros usos se han hecho más digitales a la fuerza. Se ha acelerado el consumo de productos vía online y el sector de los libros será de los que más note estos cambios de comportamientos. No solo por la adquisición de ejemplares físicos en páginas web como la mencionada Amazon o la Fnac y otras, también por el considerable aumento del consumo de ebooks. Después de muchos años escuchando que el libro electrónico era el futuro, cuando salgamos del confinamiento puede que sea ya el presente. Y eso para un escritor tiene consecuencias; y no solo económicas. La forma de redactar cambiará. Si lo tuyo es «intentar» imitar a Ian McEwan y a John Banville con párrafos infinitos, escritos con un lenguaje complejo y sofisticado, quizá debas cambiar tu estilo para adaptarte a un formato de lectura que fluye con frases cortas y que necesita textos veloces. DEP subordinadas.
5.- Uso y abuso de la distopía. Me imagino ahora mismo a todos los escritores del mundo —y a los que no lo son también— hilvanando las costuras de su próxima novela, una brillante historia ambientada en el confinamiento de 2020 que de repente degenera en: a) un apocalipsis zombi, b) una mezcla de Gattaca y 1984 o c) una suerte de Las uvas de la ira en la que el Tom Joad del siglo XXI tiene un móvil con 5G, pero nada que comer en la nevera.
Hacer predicciones hoy en día es abonarte al error constante. Todo cambia en cuestión de minutos, casi de segundos. Pero yo estoy convencido de que durante unos cuantos años la forma de escribir después del coronavirus será diferente. También es probable que en unos meses —como reacción a este infierno de muertes y enfermedad, sumergidos en una crisis económica— no querramos saber nada, pero nada, de cualquier novela que nos recuerde la pesadilla del COVID-19. ¿Qué haremos con todas esas sagas distópicas que comenzamos a escribir en el confinamiento? Quizás debamos seguir apostando por un valor seguro: los libros de autoayuda; o convertirnos en discípulos de Paulo Coelho.
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