Cuentan que un Benito Pérez Galdós ya ciego y desvalido, arruinado por los avatares de una vida correosa, estafado por editores, familiares y amigos, decidió sacarse unas perrillas de más escribiendo una serie de reportajes costumbristas a lo largo y ancho de la España de 1918. Titularía la serie así: Viejas ciudades españolas. Cuando envió el primer texto de la serie a la revista La Esfera, titulado El Toboso, los redactores no daban crédito a lo que plasmaba Galdós en la narración. Recreaba con nitidez un Toboso mágico y a la vez real, nada acorde a la oscuridad de un ciego. Al hablar con el canario, se percataron de que reproducía palabra por palabra el capítulo en que Don Quijote visita la localidad tobosina. Conocía la magna obra de Cervantes de memoria. Privado de la vista, don Benito Pérez no pudo completar la serie. Pero en su único texto, El Toboso, la prodigiosa memoria del novelista reproducía un viejo tiempo a medio camino entre la fantasía y la realidad, entre Quijano y Quijote.
En la nueva ley de Universidades, se pretende desterrar la memoria del aprendizaje superior. En una entrevista a El País, el ministro Castells fue claro al respecto: «El componente memorístico de la educación tiene cada vez menos sentido, habida cuenta la disponibilidad y accesibilidad de la información a través de internet». No puedo estar más en desacuerdo. Memorizar un contenido, asimilarlo y absorberlo, amplía los límites del mundo propio. Como en el caso de Galdós, la mente establece unas fronteras distintas cuando se incorporan textos de enjundia, véase la maravilla quijotesca en el ejemplo que precede. El saber milimétrico de la obra de Cervantes le dio al novelista de Las Palmas un tono, un léxico, un caminar narrativo, una corriente sobre la que dejar fluir el pensamiento. Probablemente, sin ese aprendizaje memorístico, Galdós nunca hubiera sido lo que llegó a ser, es decir, el siguiente en la escala de próceres de la novela hispánica.
Que el pensamiento establezca unas coordenadas fijas siempre es necesario. Obviamente no es lo mismo conocer el resultado de la suma dos más dos que necesitar una calculadora para descifrarlo. El ejemplo, burdo y quizá pueril, puede extrapolarse al coseno de noventa o a la bibliografía de Góngora. Imponer la Wikipedia como herramienta sustitutiva de un conocimiento autónomo es directamente una actitud propia de —lo siento, he intentado buscar un eufemismo, pero no lo encuentro— necios. En el caso de la literatura, mundo que conozco bastante bien, es necesario evocar de manera tácita un conjunto de obras en un contexto histórico, social, filosófico. No es que sea necesario encontrarlo puntualmente en Google, es que es perentorio que ese sistema forme parte de ti, y del pensamiento crítico que fluye de esta enseñanza. Decía Valle-Inclán, en una de esas frases suyas algo deformes pero sólidas, que «nada es como es, sino como se recuerda». Y yo estoy de acuerdo con el aforismo valleinclanesco: no le roben a la educación su derecho a definir los márgenes de su propio conocimiento.
Me ha gustado mucho esta reivindicación de la memoria y del ejercicio de memorizar. La memoria forma parte de la inteligencia, es una de sus facultades, a pesar de lo que se empeñan en denostarla. No se trata de fomentar la repetición irracional de un papagayo, sino de reconocer que lo memorizado nos proporciona un saber muy útil, nos da herramientas para razonar, para poder defender o rebatir nuestra posición en tal o cual debate. Además, nos hace adquirir esquemas mentales a través del recuerdo de lo estudiado. Todo aquello que recordamos por haberlo memorizado se convierte tarde o temprano en un instrumento práctico de primer orden. Porque, gracias a la memoria, lo aprendido nos acompaña siempre y forma parte de nuestros recursos intelectuales, convirtiéndonos en «almacenadores» de un saber que indudablemente nos dará poder frente a quienes han pasado por esos conocimientos solo de puntillas.
Einstein dijo que la memoria es la inteligencia de los tontos, que quizás no sea ni verdad. Lo digo porque el primer síntoma de hacerte tonto, es perder memoria.
El síntoma del listillo es el psitacismo crático y trisomista, señor suyo, no diga cojudeces dignas de un sandio, por fabor, halluda…
«Cabecita, cabecita,
tente en ti, no te resbales
y apareja dos puntales
de la paciencia bendita…»
Miguel de Cervantes