En 1988, unos cuantos locos encabezados por Paco Ignacio Taibo II deciden organizar un festival en Gijón dedicado mayoritariamente a la novela negra, en una época en la que, solo unos años atrás, entendidos como Manuel Vázquez Montalbán o Salvador Jiménez de Parga pensaban que la novela negra española no existía. Al festival lo bautizan como «Semana Negra de Gijón», porque va a durar una semana. Por si la locura no fuera suficiente, el grueso de escritores llega a la estación de Gijón en un tren expreso llamado Al-Andalus, al estilo del western Caravana de mujeres, de Wellman. En el tren no solo vienen escritores, pues incluso del mismo baja una monja a la que espera otra que la abraza efusivamente y hasta un tipo con coleta y turbante, aparte de melenudos con solapas de camisa anchas, de estética ochentera, y tipos que por su apariencia recuerdan la gris estética franquista que no acaba de esfumarse.
En la estación, la banda de música interpretaba piezas populares mientras una policía que había dejado de ser «armada» para pasar a ser «nacional» tomaba posiciones, algunos dudaban de si para proteger a los escritores o detenerlos. Mientras tanto, en el andén, había gente que repartía una especie de panfleto (entre el periódico y el fanzine) llamado A quemarropa, como la novela de Westlake. Menos mal que la novela española no existía. Supongo que Montalbán empezaría a cambiar de opinión al verse rodeado en aquel tren de tipos como Juan Madrid, Andreu Martín, José Luis Muñoz, Mariano Sánchez Soler, Manuel Quinto, Ferran Torrent o Julián Ibáñez. La edición fue un éxito gracias, por otra parte, al acierto de la organización de llevar también a escritores de talla internacional como Yulián Semiónov, Donald Westlake, Juan Sasturain —que ganó el Hammett el pasado año junto a Carlos Bassas en una edición mítica para mí, al ser finalista—, David Hall, Jerome Charyn o Julian Rathbone. Nacía la Semana Negra de Gijón, a la que muchos han querido matar durante años a través de excusas absurdas y acusaciones que tenían más que ver con la envidia que con el sentido común, a la que hasta ha querido matar un virus que ha tenido que marcharse con el rabo entre las piernas. Y es que «a la literatura no la mata un virus», más que un acertado eslogan, que lo es, ha supuesto todo un concepto que nos hemos llevado tatuado en la memoria, por si hemos de volver a echar mano de él.
2020 va a ser recordado como uno de esos años cabrones en que el virus cabrón se ha llevado por delante a buena parte de nuestros mayores, muertos en residencias convertidas en cárceles, sí, muertos, más solos que la una, también en domicilios particulares, viejos, pero también jóvenes y sanitarios, muertos, sí, en acto de servicio. Un año en el que el sector de la cultura ha sufrido especialmente las consecuencias, con librerías, teatros, cines y también editoriales cerrados y, por supuesto, festivales literarios cancelados. Pero, en medio de este ambiente postapocalíptico, la Semana Negra dijo que «a la literatura no la mata un virus» y, evocando aquella locura de la primera edición, anunció la celebración del evento, ya se vería cómo. En aquellos momentos no se sabía lo que iba a pasar, ni siquiera que Asturias iba a estar libre del virus en el mes de julio, lo cual, obviamente, ha favorecido la celebración del festival. En aquellos momentos, salvo los escritores extranjeros que comprensiblemente no podían viajar por las recurrentes cancelaciones de vuelos, todos los escritores nacionales dimos el sí, los famosos y los menos famosos, los primerizos y los expertos.
Durante las sucesivas semanas negras ha pasado de todo, desde intentos de reventar presentaciones por huelguistas o por el yonqui que se coló en una de mis presentaciones dando voces, a borracheras históricas de tipos que no eran —o sí— borrachos históricos, pasando por un repertorio de anécdotas jugosísimas que un día habrá que contar y que forman parte igualmente de la historia del festival. La penúltima es que no me ha matado el virus, pero casi me mato en esta última edición al caerme por las rocas de la playa —primicia en Zenda—. Fui capaz de reunir más gente a mi alrededor que en una presentación. Felizmente —para lo que pudo ser—, solo me llevé unos rasguños y un par de contusiones.
La Semana Negra 2020 será recordada por el puto virus, claro, pero también por amenas charlas como la que mantuvieron Alejandro Gallo y Juan Madrid, o la disertación de Juan Carlos Monedero, la presentación de Diego Amexeiras o la de Luis Artigue, o la mesa en la que José Luis Muñoz moderó a Juan Bolea, Zanón, Silva y Marta Robles. La Semana Negra 2020 será recordada por los A quemarropa en formato pedeefe. Y será recordada por los que se quejaban de la excesiva testosterona en los ganadores históricos de los premios, al ganar tres mujeres tres de los galardones más prestigiosos: Hammett (Berna González Harbour), Silverio Cañada (Esther García Llovet) y Celsius (Mariana Enríquez). Estoy más que seguro de que los jurados no han premiado a estas mujeres por su condición de género: flaco favor estarían haciéndoles a ellas, a sí mismos y al propio festival. Los escritores no lo somos por tener vagina o pene, esto debería quedar claro de una vez por todas.
A la literatura no la mata un virus, pero sin embargo este virus cabrón sí que ha matado, desafortunada y es de esperar que momentáneamente, a las atracciones de feria, a los garitos de churros, pulperías, etc., y a los puestos del mercadillo. El decano de los festivales, no obstante, un año más, ha seguido adelante por los huevos —sí, no está el patio para correcciones políticas— de todos y cada uno de los miembros de la organización. Un festival que ha sido no solo escuela de escritores, sino academia de gestores culturales que han terminado por sembrar la geografía española de otros festivales, no iba a amedrentarse por un jodido virus. Este jodido y puto virus no iba tampoco a privarme a mí de ir a un festival que me vio nacer como escritor de novelas negras y este año como poeta de género negro, si es que este concepto existe, y si no, lo inventamos.
Por si alguien dudaba de la continuidad del festival, no se vayan todavía. Esto es la Semana Negra y sigue.
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