Foto de portada: Clara Stauffer con la Sección Femenina de Murcia
Concebida a partir de la publicación en prensa de una lista de presuntos agentes nazis en España, entre los que destacaba, como única mujer, Clara Stauffer Loewe, tía abuela de la autora de Los pozos de la nieve, Berta Vias Mahou, esta obra es un desesperanzado canto contra el maniqueísmo. Finalista del Premio de la Crítica y ganadora del Sintagma al Mejor Libro del Año, la novela —originalmente publicada en 2008— teje con hilos de lenguaje poético una historia que nace en 1904 y llega hasta finales del siglo pasado. A caballo entre la ficción y la realidad, en estas páginas el deseo de silencio lucha contra la necesidad de contar lo terrible.
La editorial Ladera Norte publica ahora una reedición revisada e ilustrada de esta obra, de la cual ofrecemos un extracto del epílogo.
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Una tarde de finales de marzo del año 1997, estando en casa de unos amigos a las afueras de Madrid, al abrir el periódico, me encontré con un titular que me causó una honda impresión:
Los 104 de la lista negra
La historia y los nombres de los presuntos agentes nazis que han vivido en España con la protección de Franco
Tuve una corazonada. Levanté los ojos y, tras coger aire, como un buceador que se propone llegar hasta el fondo, me lancé a recorrer aquella lista, sin detenerme antes a leer el artículo. Los ciento cuatro nombres anunciados aparecían por riguroso orden alfabético. No quise saltarme ni uno. Y sí. Allí, entre asesinos y torturadores, entre destacados miembros de la Gestapo y las SS, entre algunos de los responsables de uno de los periodos más siniestros en la historia de Europa, estaba ella. La única mujer de toda la lista. Clara Stauffer Loewe, la hermana de mi abuela materna. Tuve que leer varias veces la descripción:
Clarita Stauffer. Posible paradero: Galileo 14. Esta mujer es una de las principales responsables de la organización secreta Hilfsverein. Comprometida activamente en la tarea de proporcionar documentación falsa a alemanes, encontrarles trabajo…, al finalizar la guerra recibió un permiso especial de la Embajada alemana para adoptar la nacionalidad española con el propósito de llevar a cabo actividades tras la derrota.
Una lista negra y unas personas descritas en cuatro líneas. Enseguida un impulso, el deseo imperioso de escribir sobre ella, se abrió paso en mi interior. Allí mismo. El afán de luchar contra lo que siempre consideré y aún considero como una de las mayores lacras de nuestra sociedad. La peste del maniqueísmo. Esa tendencia que tenemos la mayoría de juzgar de inmediato y a la ligera, sin detenernos ni un instante a pensar, dividiendo el mundo en buenos y malos, en blancos y negros, en amigos y enemigos, sin ningún matiz, incapaces de distinguir nada que no esté en los extremos. Ya Marco Aurelio en sus Meditaciones advirtió que la peor epidemia es la de la corrupción o degeneración del intelecto, la capacidad de raciocinio. «Una plaga de un grado muy superior a cualquier mala mezcla y alteración del aire que nos rodea», afirmaba el emperador en sus ejercicios filosóficos, comparándola con la que asoló sus dominios, la llamada peste antonina o plaga de Galeno, una de esas epidemias que afectan al cuerpo y que, por tanto, pueden devastar a cualquier ser vivo, a diferencia de la que daña la razón, que destruye sólo a los humanos.
Tarde o temprano, estaba segura, alguien acabaría escribiendo sobre ella. Sobre Clara Stauffer. Alguien que, sin haberla tratado e incluso sin haberla visto nunca, la describiría de una manera que no tendría nada que ver con su carácter, con su forma de ser o de actuar. Y hasta la definiría como la encarnación del Mal absoluto. Del Mal con mayúsculas. Y quise hablar de ella antes de que lo hiciera nadie. No me propuse escribir una hagiografía ni una apología. Tampoco ahora. Quiero compartir lo que sé sobre ella, porque la conocí, porque he hablado con quienes la conocieron y porque a los que la conocimos se nos puede contar en estos momentos con los dedos de una mano. Y, sobre todo, remarcar que no participó en los crímenes del nazismo. Quien quisiera blanquear a Hitler podría recordar que era vegetariano y un gran amante de los animales y de los niños. Pero era un asesino en masa, uno de los mayores criminales en la historia de la humanidad.
Y así empecé por preguntar a los que aún vivían. A los que aún podían contarme algo. A los miembros de la generación anterior a la mía, los que aún quedaban en el mundo que habían conocido mejor que yo y durante más tiempo a Clarita, la tía soltera para la que sus sobrinos fueron casi como hijos. Y sus sobrinos nietos, auténticos nietos. La tía con la que tan buenos ratos pasamos en nuestra infancia. Y me dediqué también a consultar las fotografías y los documentos familiares que había ido reuniendo hasta entonces —pues siempre me interesaron— y que podían serme de utilidad en la tarea. Son muchas las fotografías que se conservan. En la familia Mahou la afición de algunos de sus miembros por esta disciplina artística que entonces se empezaba a desarrollar fue notable. Disponían además de dinero suficiente para poder dedicarse a ella. Mi abuelo, Carlos Mahou Olmeda, cuñado de Clara Stauffer, tuvo muy pronto un buen taller de revelado y las cámaras más sofisticadas. Uno de los hermanos de su padre, Alfredo Mahou y Solana (que firmaba como Almayso), químico de formación, abrió un estudio de fotografía, que después trasladó a la fábrica de cerveza. Su fondo fotográfico es hoy uno de los mayores de una empresa familiar en Europa.
He hurgado en todas esas fotografías con la lupa y el cuentahílos, las he observado una y otra vez, persiguiendo las claves de un pasado que no compartí. Y cuando las instantáneas y los documentos no me decían nada o muy poca cosa, me puse a acechar hasta a los objetos más pequeños y cotidianos que han acompañado a la familia durante varias generaciones. Como el escritor alemán Bernhard Schlink en su novela El lector (Der Vorleser, 1995), que por entonces ya había leído y en la que el protagonista y narrador en primera persona tiene a los quince años una relación con una mujer mayor que él, a la que al cabo del tiempo encuentra en un juicio acusada de haber dejado que trescientas prisioneras de un campo de concentración nazi murieran en un incendio, me propuse mostrar que no todo es tan simple como puede parecer en una primera ojeada. Que antes de condenar a una persona hay que escucharla, hay que investigar lo más posible, reflexionar y tratar de comprender. Que un individuo en una lista corre el peligro de dejar de serlo. Como ocurre también en una masa.
En la familia sabíamos que Clarita era simpatizante nazi. Y que había sido falangista activa. Tanto la generación anterior como la mía crecimos sabiéndolo. También que había ayudado a soldados alemanes a huir a Sudamérica después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos sin duda muy jóvenes y en absoluto culpables de los crímenes que se habían cometido por entonces. En su mayoría, simples soldados. Algunos, quiero creer que los menos, serían criminales, pero ella entonces no dispondría de esa información. Y, lo más importante, ella no lo fue, más allá de que esa actividad estuviera fuera de la ley. En tiempos terribles nunca intervino en actos violentos contra otras personas. Al contrario. Nosotros sabíamos poco de sus misiones secretas, de las que ella no hablaba nunca. Es verdad que conocía, entre otros, a Otto Skorzeny y a Léon Degrelle, con el que, por cierto, no creo que tuviera, como se dice, ningún tipo de relación amorosa. A ellos dos no recuerdo haberlos visto nunca. Y Skorzeny, por lo que sé, era difícil de olvidar. Sí conocí, en cambio, a una de las hijas de Degrelle, Godelieve, a su marido y a sus hijos.
Clara Stauffer viajó sin cesar a Alemania a lo largo de su vida, muchas veces para visitar a la familia, para estudiar, por trabajo o haciendo turismo. Tanto durante la Guerra Civil española como, después, durante la Segunda Guerra Mundial, acompañó en distintas ocasiones, como jefa de Prensa y Propaganda y sin duda también como intérprete, a la delegada de la Sección Femenina de Falange, Pilar Primo de Rivera. Clarita se entrevistó, entre otros, con Ernst Wilhelm Bohle, líder de la Organización exterior del Partido Nacionalsocialista, con el Dr. Joseph Goebbels, ministro para Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, con la Dra. Jutta Rüdiger, jefa del Bund Deutscher Mädel, la Liga de Muchachas Alemanas, y con Artur Axmann, jefe de las Juventudes Hitlerianas de 1940 a 1945. Tuvo trato continuado con el general Wilhelm von Faupel, militar alemán conocido por su papel como diplomático de la Alemania nazi durante la Guerra Civil española y por ser su primer embajador en la España franquista. También conoció a Baldur von Schirach, fundador e ideólogo de las Juventudes Hitlerianas. En realidad, a toda la cúpula nazi, incluido el propio Hitler. Detalles que nosotros hemos ido sabiendo mucho después de su muerte.
Gracias a todos esos contactos en viajes que ella llamaba «de estudio», Clarita conoció la organización del Auxilio de Invierno alemán (Winterhilfswerk), que se reproduciría en España en 1936-1937, al principio con el mismo nombre, traducido directamente, y luego con el de Auxilio Social. Ella fue además la que, a partir de una idea también alemana, trajo a España en 1942 las cátedras ambulantes, unos sofisticados camiones y remolques equipados con material pedagógico que recorrían las zonas más deprimidas del país con el fin de instruir a la gente del entorno rural, a los más pobres, y, sobre todo, a las mujeres. Al final fue Pilar Primo de Rivera quien se colgó las medallas. La labor de alfabetización realizada fue importante. En cuanto a la red de fuga en la que Clarita colaboró a partir de 1944, al parecer no se trataba de un ramal de una organización gigante y jerarquizada, internacionalmente coordinada (a la que se ha venido en llamar en su conjunto Odessa, seguramente magnificando su importancia), sino de grupos independientes, clandestinos, entrelazados, sobre todo, a través de relaciones personales. De todo esto, como digo, yo apenas sabía nada. Eso me llevó a dejar pasar algún tiempo para reflexionar sobre cómo debía abordar el asunto.
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Autor: Berta Vias Mahou. Título: Los pozos de la nieve. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros
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