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¡¡A mí la Legión!!

¡¡A mí la Legión!!

Si es cierto que los genes y la educación forjan el carácter del individuo, Ventura Borrás tenía todos los boletos de esa tómbola que cantaba Marisol para convertirse en un psicópata asesino en serie. Carente de una figura materna que añora, Venturita crece bajo la recia tutela de su progenitor y de Santa, el mejor amigo de éste, falangistas camisas viejas airados contra Franco, al que acusan de haber traicionado el Movimiento y el mensaje de José Antonio Primo de Rivera. Al padre, que es un tiarrón, lo apodan El Cíclope porque luce parche en el ojo, como el «divino» Millán Astray, y su colega es adicto a una «medicina» que le hace explotar las pupilas. Ambos se esfuerzan por inculcar en el crío sus carpevetónicas ideas sobre la patria, el imperio donde nunca se ponía el sol y demás monsergas, mientras lo entrenan para matar, primero con un saco de ratas y luego con objetivos más humanos.

Ventura Borrás es el protagonista de la tercera y última novela de Ramón Palomar, El novio de la muerte (Grijalbo, 2023), y que nadie sufra, pues pese a los injertos de violencia que le implantan no acaba siendo un hijo de perra integral, sino sargento de la Legión, campeón de tiro y coronel del crimen, con una cabeza muy buen puesta sobre los hombros. Tampoco hay que llamarse a engaño. Ventura no es precisamente la madre Teresa de Calcula trasplantada a África, pero tiene su corazoncito, su honor, lealdad a manta y patriotismo para dar y vender.

"La prosa de Palomar no es para blandengues. Algunos pasajes como el que describe la tortura que sufre uno de los personajes mediante serpientes cobra harían vomitar a los pazguatos"

África. Ahí es donde recala ya hecho un hombre de pelo en pecho, pecho lobo, cuando tiene que salir por piernas al ser descubiertas las conspiraciones contra el Régimen y los trajines sangrientos que llevan a cuatro manos su padre y Santa, cuyo nombre es Luis de Santa Bárbara, un personaje que se expresa en tono pomposo y grandilocuente inspirado en Luis de Santamarina, un falangista camisa vieja amigo de Max Aub. «Llámame Santa, pues de esa guisa me sentiré santificado, imbuido de misticismo cada vez que me llames», le dice a Venturita.

Es cruzar el Estrecho y besar el santo. A dos nativos que se carga el fugado porque no le dan precisamente la bienvenida. De la sartén al cazo salta Ventura, y lo hace airoso y con gracia. En la Legión encuentra su segunda familia, bajo la protección de Ricardo Navarro, amigacho de su padre, que lo inicia en las técnicas de supervivencia en tan duro medio. El muchacho tiene aguante y agallas. Aprende rápido. Tal vez demasiado rápido. Su principal objetivo es crear un imperio. No uno de cartón piedra, sino de oro, y no del que caga el moro. Ventura sueña con pasta. Montañas de guita, viruta, flus a manta. Y su lema, el que le acompaña hasta el último aliento: «En esta vida se mata y se muere».

La prosa de Palomar no es para blandengues. Algunos pasajes como el que describe la tortura que sufre uno de los personajes mediante serpientes cobra harían vomitar a los pazguatos. La violencia está ahí, explícita y rezumante, pero en ningún momento cruza el umbral de lo morboso o lo sórdido, gracias al distanciamiento que marca la ficción. Masculinidad testosterónica a porrillo, pero no tóxica sino machota, pues florece por exigencias del guión. Con ritmo anfetamínico, Palomar relata la vida y milagros de Ventura mediante un largo flashback que nos lo presenta ya anciano gozando de su dorada jubilación, ante su copa de pacharán y disparando de vez en cuando a las gaviotas con su Astra, su inseparable cacharra. Viejo pero incapaz de dimitir.

"Su ritmo trepidante evoca las películas de Tarantino o los hermanos Coen, y sus personajes se nutren de la picaresca más gamberra y canalla"

A través de sus recuerdos conocemos el proceso de una vertiginosa carrera criminal, que tras unos cuantos tanteos arranca gloriosamente en el marco de la Marcha Verde y el conflicto del Sáhara, en el que el sargento tendrá un papel decisivo… y explosivo. Es líder de su propia banda con otros legionarios tan emprendedores como él, más un moro amante de los españoles, que quiere ser llamado Pepe. Pronto establece contactos a alto nivel que le permitirán asegurar los cimientos de su imperio y en consecuencia eliminar a sus rivales, dos tipos depravados de ultraderecha que bien merecen una bala. Un imperio que engrandecerá con la ayuda incondicional de la mujer de su vida, Sodia, una negra tan lista como hermosa, que manipula a un guiri pelirrojo pasado de rosca pero muy hábil con la química. Invadir la península de mescalina es el objetivo.

La acción transcurre entre los años cincuenta y los ochenta en distintos puntos de España y norte de África —Ceuta, Melilla, Tánger, Sáhara—. Se divide en seis banderas, que representan los batallones de la Legión, y al final de cada capítulo el narrador somete al protagonista a una breve entrevista, y sus respuestas en tono sarcástico, como dorando la píldora, son antológicas, un perfil del personaje visto por sí mismo.

—¿Y cómo fue tu adolescencia, Venturita?

—Pues muy divertida. Una verdadera fiesta. De muerto en muerto y de ajusticiamiento en ajusticiamiento. Y además incubando mi rabia, como quien dice.

El lenguaje  de Palomar es un diccionario del argot del hampa y lumpen trufado de modismos y expresiones territoriales de intenso colorido: flus, legía, cacharra… Su ritmo trepidante evoca las películas de Tarantino o los hermanos Coen, y sus personajes se nutren de la picaresca más gamberra y canalla. Sin miedo a mosquear o cabrear a los ultras de uno u otro bando, Palomar se lía la manta a la cabeza y va a por todas. Dice que quiere coger al lector por la solapa y sacudirlo, llevarlo por una montaña rusa hasta el límite. Y por Tutatis que lo consigue.

Para los amantes de la novela negra las de Palomar son un soplo de aire fresco. Aún diría más, son una especie de ventarrón o vendaval, que despeja la rancia atmósfera de esas cansinas historias clónicas protagonizadas por inspectoras o guardias civiles atractivas y de mediana edad, con algún trauma a sus espaldas, que se arriesgan mucho más de lo que manda el protocolo profesional. Si los servidores de la ley fueran tan entregados como los personajes de las novelas y las películas, no quedaría ni un maleante en la calle. Ni un pobre criminal siquiera que llevarse a tomar unas copas.

"Delincuentes, criminales, drogadictos, marginados, gente de mal y peor vivir que son un engranaje fundamental para que el sistema funcione y la rueda siga girando"

Ramón Palomar es una cara y una voz muy conocidas en Valencia. Voz en las ondas en uno de los programas radiofónicos de mayor audiencia y articulista en Las Provincias y ABC, con una producción intensiva de nueve artículos semanales en total. En 2013, publicó su primera novela, Sesenta kilos, que ya ha alcanzado su octava edición, y seis años después La Gallera, que va por la tercera. Las tres editadas por Grijalbo.

Aunque no forman propiamente una trilogía, sí puede hablarse de un nexo que las une como los tres vértices de un triángulo. Para empezar, la presencia de Ventura Borrás en todas ellas, en las dos primeras lejana como una sombra que maneja los hilos y en esta tercera como protagonista absoluto. También la ausencia de policías o afines, excepto uno corrupto, y un estilo homogéneo que ha venido a llamarse cañí o criminal, que constituye un subgénero propio.

Lejos de imitar a los autores foráneos, Palomar recurre a lo genuinamente nuestro, reivindica la idiosincrasia meridional y mediterránea, ese sur-sur olvidado, como la ciudad de Tánger, donde pasó parte de su infancia, el folclore muchas veces despreciado por los presuntos intelectuales. Sus historias retratan ese lado oculto más o menos oscuro de la sociedad que solo aparece en las páginas de sucesos con las iniciales de los presuntos implicados. Delincuentes, criminales, drogadictos, marginados, gente de mal y peor vivir que son un engranaje fundamental para que el sistema funcione y la rueda siga girando. Sin Venturas Borrás el mundo sería mucho más soso, aunque quede mal decirlo. Y sin un Palomar que nos lo cuente, mucho más triste.

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Autor: Ramón Palomar. Título: El novio de la muerte. Editorial: Grijalbo. Venta: Todostuslibros 

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