Sonetos satíricos de amor —feo
A S., por todo
lo que no me ha pedido
«Pudica et proba, redde codicillos»
Catulo
Los versos que siguen están dedicados a una mujer imaginaria. Si alguna mujer real se diera por aludida, sepa que la venganza ha de servirse fría, y quizá otra cosa no, pero las palabras que conforman estos sonetos han estado y están muy muy templadas.
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1
Como cruce de zángano y oveja
-sin luces dada a luz, por el ahorro-,
te portas cual la hembra de aquel zorro,
que no alcanza las uvas y se queja.
¿Y llegas al corral y a los mastines
por despechos del gallo les suspiras?
Cuida que no te fallen tus mentiras
o puedan descubrirte tus orines.
A mí no me la das, ni al que ya sabe
que tu pudor en difamarme es nulo.
No del amor, de guerra era la llave
que guardas, ¡oh, reina del disimulo!
De guerra son los versos de esta nave.
¿Quieres peces? Pues yo te mojo el culo.
*****
2
Mi débil corazón humano muta,
pero el tuyo nació con torcedura.
Cobarde en el vivir, con angostura
encerrada en tu vida diminuta.
Hoy busco una jugada más astuta
para decirte adiós con gran premura;
una palabra, en definirte, pura,
que ya no quiero verte ni en pintuta.
Cambio de dados, de menú, de amiga:
recortabas las alas de mis sueños,
le quitabas al pan toda la miga…
Te quedarás ahí, con los pequeños
mendrugos con que ahorras tu barriga
y yo aquí con mis huevos, más sureños.
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3
Me acuchas a tu padre y yo me río,
que si lo tomo en serio, ¡qué desastre!
¡Cómo no he de reír!, si ese pillastre
por un duro nos vende hasta a su tío.
Si distrajo en el banco tres millones,
burla burlando, mientras trabajaba.
¿Qué te dé tus regalos? ¡Mala baba!
Dile que no me toque… Las razones
de tu venganza sórdida comprendo:
tacaña hasta poniendo dinamita,
estallaré de risa, no me ofendo.
Sé lo que mi impudor siempre te excita:
por eso esta mañana fui riendo,
cantando Santa Rita, Rita, Rita…
*****
4
Amor no es la chanfaina que tú ofreces,
ni hay hombre que resista tu cercado,
el de una fiera cuando se ha encelado
y marca el territorio con las heces.
Y ya que en el ahorro eres experta
que guarda el mundo entero en un puchero,
no me pidas el cambio del te quiero
ni quieras que mendigue en cada puerta.
Quisiste administrarme hasta la risa,
mujer que de avaricia te desmadras.
A poco no me deja sin camisa
el ladrón de tu padre con que ladras.
Pero el carro lo empuja la papisa
¿criaron a tu madre entre las cuadras?
*****
5
Romeo hacía versos a Julieta
pero ella lo mató de aburrimiento.
Resumo nuestra historia. No, no miento.
¿No habré de hablarte claro? ¡Qué puñeta!
Tu amor, letra de cambio, tacañura,
quiso cambiar los vuelos por alastras:
«Es más barato andar», paseo a rastras.
«No enciendas esa luz». ¡Ay, qué locura!
No quise convertirme en tu pocero
ni en cómplice del vicio que te integra:
manía de arrojar al pudridero
todo lo que la vida nos alegra.
Me libro de vivir en el brasero
casado con el suegro y con la suegra.
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6
Me acusas de egoísta, sí, me acosas
y dices que eras tú quien todo daba.
¡Si al decirte que todo terminaba
me enseñaste una lista de tus cosas!
En vez de gastar tiempo en escribirla
mejor habría sido prepararte:
yo te entregué la vida de mi arte
y tú siempre encerrada, sin abrirla.
¿Por qué, mujer avara, me has perdido?
¿Acaso aún no lo sabes? Pues escucha:
Donde hubo amor y fuego es el olvido
quien restaña las huellas de la lucha.
Tú encierras en mazmorras lo vivido
y guardas el amor en una hucha.
*****
7
Pajarilla, delicia de mi niña,
tórtola que zureas en sus manos,
que le haces reverencias y echas guanos
pardos como las aves de rapiña.
Vives, pero si vives enjaulada
podrán tus plumas evocar los cielos,
no remover los cielos en sus vuelos
ni revolar los celos para nada.
Eres, en fin, tan solo una paloma
que canta en la prisión, domesticada,
y acepta los cuidados por la doma.
No quise yo imitarte, allí parada
cuando la niña, desolada —¿en broma?—
dijo que te quería desplumada.
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