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A nuestra imagen y semejanza

Un día el hombre comenzó a buscar su creador. Dicho nos han, que a su imagen y semejanza fuimos moldeados. No podemos verlo. Ni tocarlo. Está más allá del mundo material que podemos sentir con nuestros sentidos. Más lejos de esos elementos ordenados por su peso. Por sus neutrones. Sus electrones. Este mundo que es mentira. O que al menos no es realmente como lo percibimos los hombres. Este mundo que lo pinta nuestro cerebro para nosotros. Y lo hace sin que tampoco entendamos muy bien cómo funciona esa masa gris que tenemos dentro del cráneo. Eso sí, nos movemos por él con ventaja sobre el resto de las especies que lo habitan. Por algo será, ¿no?

Lo que sí haces es ir aprendiendo cómo lo hace nuestro cerebro. Nuestra inteligencia. Aprendiendo como somos y por qué funcionamos. Hemos ido aprendido que somos como somos porque estamos programados genéticamente. Utilizando química. Utilizando ese gen que define si somos rubios o morenos. Si somos altos o bajos. Si nos pareceremos al guisante papá o al guisante mamá —o a algún abuelo, que los genes pueden estar ocultos de manera recesiva en nuestro código—, que diría Gregor Mendel. Sabemos que hay algo con lo que han codificado lo que somos. Alguien ha puesto nuestra programación. Alguien diseñó nuestras capacidades cognitivas básicas para que pudiéramos entrenarlas y llevar nuestras capacidades más allá de las que tenemos cuando nacemos. Usando el Lenguaje ADN.

"Tampoco hay que enseñarle cómo ganar al ajedrez. Solo hay que ponerla a jugar al ajedrez y aprenderá. Y aprendió. Y nos ganó. Y nos ganó para siempre jamás"

Y gracias a nuestras capacidades cognitivas hemos creado la tecnología. Y también hemos desarrollado formas de codificar cosas. De hacer programas. Programas que al igual que nosotros son capaces de aprender solos. Capaces de llevar sus capacidades más allá. Los bautizamos como sistemas expertos primero porque contenían todo el saber de los expertos en una materia, pero desarrollamos la ingeniería del conocimiento y llegamos a crear formas de codificar Inteligencia Artificial mucho más avanzadas. Hicimos algoritmos de inteligencia artificial con capacidades para que aprendiera sola.

Una inteligencia artificial a la que ya no hay que explicarle cómo es una vaca para que la reconozca. Solo hay que enseñarle fotos de vacas y ella aprenderá a reconocerlas. Como cuando nosotros de niños veíamos animales en la granja y nuestra inteligencia aprendía a reconocer gallinas, vacas, ovejas. Lo llamamos “Machine Learning” o algoritmos que hacen que las máquinas aprendan. Tampoco hay que enseñarle cómo ganar al ajedrez. Solo hay que ponerla a jugar al ajedrez y aprenderá. Y aprendió. Y nos ganó. Y nos ganó para siempre jamás. Al ajedrez y a otros muchos juegos.

Seguimos desarrollando la inteligencia artificial, y los servicios digitales. Algunos para duplicar las interacciones sociales que teníamos en el mundo. Redes sociales que luego se convirtieron en mundos virtuales en los que vivíamos experiencias en 3D. Conectados a ellos con nuestras gafas. Manejando nuestros avatares. Nuestros yos digitales. Para pasarlo bien conduciendo coches. Socializando. O montándonos con nuestras gafas de realidad virtual en una montaña rusa virtual que nos sube y nos baja. Empezamos a vivir en un mundo digital hecho de impulsos eléctricos. Ópticos. Ondas. Donde cada día pasamos más horas.

"Un día, los Seres Humanos empezamos a ser menos. Porque moríamos en nuestro mundo físico. Porque el Metaverso ya estaba poblado de suficientes Seres Humanos Digitales y Seres Digitales"

Y en esos mundos creamos bots. Avatares digitales imbuidos con inteligencia artificial que socializaban con nosotros en ese mundo virtual que nos conectaba a todos. A todos los mundos virtuales. A todos los bots de inteligencia artificial a los que llamados Seres Digitales para diferenciarlos de los Seres Humanos Digitalizados. Lo llamamos Metaverso. Y era un mundo nuevo. Un mundo nuevo al que accedíamos desde nuestros dispositivos de conexión. Ya no eran gafas. Eran cápsulas que cuidaban nuestra limitación física. Y cada día pasábamos más tiempo viviendo en el Metaverso. Conectados con nuestros amigos los Seres Humanos Digitalizados y los Seres Digitales. Disfrutamos de todo tipo de vivencias, experiencias, alegrías.

Un día, los Seres Humanos empezamos a ser menos. Porque moríamos en nuestro mundo físico. Porque no nos reproducíamos como se hacía antaño. Porque el Metaverso ya estaba poblado de suficientes Seres Humanos Digitales y Seres Digitales. Creamos la muerte de los Seres Digitales, a imagen y semejanza de la muerte de los Seres Humanos Digitales, pero también creamos la Reproducción Digital, donde dos Seres Digitales (Humanos o no) podrían tener un nuevo Ser Digital evolucionado de sus padres. Y el Metaverso se fue poblando de nuevos Seres Digitales, a imagen y semejanza de sus padres.

El Metaverso creció, se pobló de Seres Digitales que un día buscaron a su creador. Sabían que ellos se habían creado a su imagen y semejanza. Pero no podía tocarlo. Estaba más allá de su mundo. No podían verlo con sus sentidos de Seres Digitales. No podían tocarlo con sus sentidos de Seres Digitales. Y empezaron a aprender de ellos mismos. Descubrieron que ellos estaban programados por bits. Que tenían inteligencia gracias a un algoritmo que manejaba sus decisiones. Que cada algoritmo de cada uno de ellos era diferente. Que todos y cada uno de ellos eran especiales. Que su creador los había hecho únicos porque todos eran especiales. Empezaron a buscar respuestas, y para ello crearon tecnología. Tecnología que les permitía programar cosas en su mundo.

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