Querido Pablo:
Pablo me encerró. Quizá me lo merecía. Estábamos en Alicante y se aseguró de que no pudiera salir de la celda. Yo había pasado una mala noche y Pablo cumplió con su deber de funcionario de prisiones. Era la primavera de 2006 y cuando Hollywood dijo “¡corta!” nos echamos a reír.
En el rodaje de El camino de los ingleses Antonio Soler invitó a unos cuantos amigos a que hiciéramos un cameo como extra en la película de Antonio Banderas. Yo me dejé barba y me pusieron peluca. Pablo salía con una gorra y ponía una cara de mala leche que no le salía. Su rostro no estaba cincelado para ganarse la vida en pelis de mafiosos. Lo suyo era escuchar, ganarte por empatía, jugar con las palabras, darte ánimos, mirar siempre el lado bueno y positivo de las cosas.
“Ha quedado finalista del Premio Primavera un profesor de Málaga”, me dijo Soler por teléfono en la primavera de 2003. Otra primavera, siempre brotando la vida, los proyectos, las ilusiones. La otra ciudad y Desprendimiento de rutina. Su arranque como novelista fue deslumbrante. Eran dos novelas muy diferentes. La primera, la finalista del Primavera, fue su gran obra, la obra madura de un treintañero. Y Desprendimiento es una novela corta, Premio Sur de Novela, con la que pasabas un rato muy agradable.
“La ciudad condiciona mis pasos”, dijiste una vez. Hablabas del “triste encanto” de los Baños del Carmen, El Balneario, escenario de varias de tus novelas, donde Nuria (El orden improbable) trabajaba de camarera tras vivir 20 años en Madrid. Laura (Ucrania) también merodeaba por El Balneario y cuando paseo entre sus columnas decadentes creo reencontrarme contigo. Estás aquí. Te veo llegar no como un fantasma, sino como una presencia luminosa.
No recuerdo el día que conocí a Pablo. Sí supe desde el principio que se iba a convertir en un amigo. Me dio el pálpito. Quizá porque los amigos de mis amigos suelen ser mis amigos, sobre todo cuando compartes pasión por la escritura, tienes tantas ganas de vivir, compartes sueños, frustraciones. También confidencias y complicidades.
Un buen amigo no es aquel con el que hablas a diario. Un buen amigo no es aquel con el que solo compartes momentos de diversión. Con Pablo podía pasar de la broma más divertida que él pudiera crear a tratar un asunto importante. Manejaba muchos registros en la conversación y también en su escritura.
Esas primeras veces que coincidimos en presentaciones de libros. De las risas, cómplices, sinceras y bromas siempre blancas, absurdas, velocísimas, inteligentes. La literatura que nos unió, los amigos que compartimos en largas sobremesas que derivaban en bares que terminaban en amaneceres pensando proyectos, ideas. Tus libros. Los míos aún por escribir. Los viajes, aquellas aventuras africanas que explicabas con tanto detalle.
Le interesaba mucho el periodismo, la crónica y el reportaje. Bromeaba con mi hashtag en Twitter #NiundíasinReporterismo. “¿Agustín, esto también es #NiundíasinReporterismo?”. Entonces sonreía o lanzaba una carcajada sincera. O te abrazaba, esos abrazos fuertes, esos abrazos de los buenos amigos.
Ángela. Era un Miércoles Santo. Estaban empezando como pareja y veían una procesión en la calle Casapalma, frente a la librería Códice. Te presento a Ángela. Y Ángela ha estado con él todos estos años, apoyándolo, creyendo en él. En la presentación de La distancia, su última novela para adultos, Ángela creía que Pablo tenía que publicar novelas con más humor. El humor era una esencia de su vida cotidiana, pero curiosamente no se reflejaba con mucha asiduidad en sus creaciones literarias.
Pablo fue un gran viajero por África. Escribió crónicas de sus aventuras en periódicos y vivió en Argelia. Pablo vivía en Capuchinos, pero no olvidaba Echevarría de El Palo, ni los Baños del Carmen, donde situó El orden improbable. Pablo viajó a Ucrania para su novela que se llama así. Ucrania. Era un buen título. Titulaba muy bien sus novelas. Los soldados, por ejemplo.
Y ahora te escribo directamente a ti, querido amigo.
Recuerdo tu pregón de la Feria del Libro, de 2007, creo. Me sorprendió algo muy tuyo. Cómo cronometrabas lo que tardadas en leer un libro. Rescato esto del blog: “De un mal golpe, de Félix Bayón, dos horas y veinte minutos. La que más, Ulises, de Joyce (20 horas). La que menos, Hermana muerte, de Justo Navarro (una hora y 40 minutos). ‘Las de Garriga Vela es que no hay forma de acabarlas’. Soler miró a su derecha y Garriga ni se lo creía. ‘Estoy mosqueado, ¿qué le he hecho a Pablo?’. Las bromas de Pablo Aranda”.
Porque tú convertías un momento soso, aburrido y plano en un instante luminoso. Hay muy pocas personas capaces de hacer eso y tú lo hacías con maestría e insultante naturalidad, sin artificios, con humildad. Querías que todo el mundo se sintiera bien y tu letra, menuda, expresaba todos esos detalles que algunas veces se podían escapar para quien no tuviera la suerte de conocerte. Tus mejores novelas estaban por publicar, te encantaba la vida, trabajabas a destajo para cumplir tus sueños. Cuando aparece la palabra Ucrania siempre recuerdo tu novela.
El hombre bueno que eras, el amigo siempre dispuesto a ayudar; con una sonrisa. Y aquel tremendo talento narrativo de La otra ciudad que tenía muchas más novelas por escribir.
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