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A partir de Boopsie Dee

Fernando Fonseca ha escrito una novela en la que, como ocurría en Esperando a GodotEl desierto de los tártaros o El coronel no tiene quien le escriba, el lector aguarda la llegada de un director de cine llamado Montgomery, pero también la de los cientos de miles de personajes que, habiendo sido llamados a formar parte de una ficción, acabaron siendo descartados por sus respectivos autores.

En este making of Fernando Fonseca cuenta el origen de Esperando a Montgomery (Más Madera).

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Si difícil me resulta analizar la obra de un autor escogido entre mis favoritos, qué decir de las dificultades que me atenazan cuando me dispongo a hablar de mis libros y el «movimiento browniano» que esconden.

De modo que ante el reto de elaborar un making of referido a mi nueva novela, Esperando a Montgomery (Editorial Más Madera), imploro, en primer lugar, clemencia por el hecho seguro de que más de un detalle, que a la postre habré de considerar fundamental, pasará al cesto de los olvidos. Ni sé por dónde empezar ni hacia dónde me han de llevar estas líneas.

"Esperando a Montgomery comenzó a fraguarse en mi pensamiento tras la lectura de un trabajo sobre el no-trabajo de los escritores firmado por Francis Scott Fitzgerald"

Esperando a Montgomery comenzó a fraguarse en mi pensamiento tras la lectura de un trabajo sobre el no-trabajo de los escritores firmado por Francis Scott Fitzgerald, en el que el autor norteamericano hacía referencia a los «comienzos vanos» (ideas que no pasaron de ahí: sutiles ocurrencias literarias tomadas al vuelo). Es decir, anotaciones que Fitzgerald recogía al buen tuntún en un bloc donde apuntaba posibles comienzos de novela o cuento, pero que irremediablemente se redujeron a vagos proyectos fallidos, si vale llamarlos así, y en consecuencia despreciados por insignificantes. Y es que de la literatura me interesa todo, hasta los dobladillos y las migajas que la circundan, por eso me sentí al instante atraído por cuanto me sugería aquel muestrario de insignificancias scottianas, al que enseguida se sumarían, entre otros, el Cuaderno de ideas, de H. P. Lovecraft, o la referencia que Macedonio Fernández hace al elenco de personajes desechados, al tipo de meritorios a personajes y al personaje por ausencia (sic).

Entonces me dio por reflexionar en torno a esos tipos apenas esbozados que forman parte de una literatura menos que incipiente y aún menos que paralela. Apenas una idea de refilón, y al final no más que una posibilidad descartada u olvidada. No me parece justo lo que les sucede a esos no nacidos, pero hemos de concluir que así es la vida y, al menos en eso, o solo en eso, la literatura se parece bastante a la vida.

Se me ocurrió pensar en lo que pudo haber sido y no fue y acabé utilizando ese material hecho de sugerencias —manejándolo tan solo como leitmotiv— para construir una novela, como quien levanta un castillo en el aire, atrapado en un lento salto mortal y sin red.

"El asunto iba creciendo cuando, entre esa familia de «personajes insignificantes», recordé a Fernandito Fonseca, que aparece de rondón en la novela El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares"

Uno de aquellos comienzos vanos de Scott Firtzgerald decía: «Boopsie Dee era coqueta». Solo eso. Pero suficiente para permitirme trazar posibles retratos, características, vicisitudes y hasta palabras a partir de esa inapreciable y efímera mujer llamada Boopsie Dee, de la que solo se ha llegado a saber, moderadamente, que era coqueta. Otro apunte de Scott Fitzgerald que me fascina, porque me permite evocar a Nijinski —según mi particular apreciación, el hombre que sabía volar—, es el referido a «la bailarina que descubre que es capaz de volar». O la cortazariana Winnie, de quien solo sabemos que «llegaba». Etcétera.

Ahora bien, los personajes de mi novela, también pertenecientes a la estirpe de los «fracasados», son de mi invención, lo que me ha permitido elaborar una historia repleta de anécdotas y perfiles, un relato verosímil y apasionado.

No solo fijé mi atención en personajes desechados: también comenzaron a atraerme aquellos que habiendo pasado a formar parte de un libro —cuento o novela— lo hacen de modo tan irrelevante que bien podríamos bautizarlos como «personajes insignificantes».

El asunto iba creciendo cuando, entre esa familia de «personajes insignificantes», recordé a Fernandito Fonseca, que aparece de rondón en la novela El sueño de los héroes, de Adolfo Bioy Casares. Como se ve, este personaje rabiosamente fugaz lleva mi nombre, aparece sangrando notablemente por las narices y tiene una edad aproximada a la mía cuando me acecharon aquellas horrorosas hemorragias nasales que me llevaron hasta en dos ocasiones al hospital. Cuando de repente me encontré con el personajillo de Bioy yo aún no tenía superado el trauma de las hemorragias y me asaltó la desagradable sensación de que el desdichado muchacho era yo. Incluso busqué, aun sabiendo lo disparatado de la idea, lazos de unión entre Bioy Casares y un servidor que justificaran aquella exagerada coincidencia. Una locura. Tal fue la impresión que me provocó el sorprendente hallazgo que hasta hace un par de años, al fin superados mis remilgos traumáticos y supersticiosos, no he vuelto a coger ese libro para leerlo de cabo a rabo. Ahora me parece lo mejor que ha escrito el bonaerense.

"En los impulsos iniciales me sirvió de gran ayuda la historia de Lizzie Doten, médium y poeta norteamericana en cuyo espectáculo decía contactar con el espíritu de grandes poetas ya muertos"

Así que, con dicho bagaje rondando mi cabeza, me puse a escribir —en realidad nunca he dejado de hacerlo— sujeto a cierto desorden que, en principio, en absoluto auguraba el desarrollo de una novela. Nació primero un cuento y fue a partir de éste que tuve conciencia de que lo que habría de venir iba a ser una novela.

En los impulsos iniciales me sirvió de gran ayuda la historia de Lizzie Doten, médium y poeta norteamericana en cuyo espectáculo decía contactar con el espíritu de grandes poetas ya muertos que, desde el Más Allá, le dictaban nuevos versos que ella transmitía de inmediato a los boquiabiertos espectadores. Entre los grandes poetas contactados se hallaba Edgard Allan Poe. Enseguida hallé un nexo para las dos historias (los personajes fallidos y los irrelevantes y el espectáculo de la Doten), y a partir de ahí, para mi agrado, la cosa se puso cómodamente en marcha. Hasta concluir esta Esperando a Montgomery de la que, por resultarme del todo complejo ahondar en sus hechuras y rumbos —haciendo novela de la novela—, nada he dicho para así poder mejor invitar a su lectura a quienes esto lean. Pues insisto: lo que acabo de exponer no es más que el posible impulso que me ha llevado a escribir esta historia. Todo lo demás, lo que ella contiene, es la pura y sencilla invención de un servidor. Porque tout le reste est litterature.

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Autor: Fernando Fonseca. Título: Esperando a MontgomeryEditorial: Más Madera. Venta: Todos tus libros.

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