Hace poco saltó una noticia que tuvo a EEUU en vilo: un adolescente aseguraba ser un niño desaparecido ocho años atrás. Compartí esa información en mis redes sociales acompañada de una simple pregunta: “¿Alguien ha leído El caso Galton, de Ross MacDonald?”. Porque la trama de la novela era calcada a la situación que se estaba viviendo en esos momentos.
La sorpresa vino cuando nadie contestó afirmativamente. Nadie. Y los pocos que dejaron un comentario sólo confirmaron mis sospechas: no conocían el libro. Teniendo en cuenta que es la obra más famosa de su autor, eso me daba a entender que realmente no habían leído nada de Ross MacDonald.
A veces suceden estas cosas. Te hablan de un libro que no conoces, y el interlocutor te suelta el clásico “¿pero cómo puede ser que no lo hayas leído?”. La respuesta es simple: cada cual tiene sus lecturas. Yo también me podría echar las manos a la cabeza ante gente que no se ha acercado a obras que para mí son imprescindibles. Esto es algo aplicable a cada lector. Pero en el caso de Ross MacDonald es diferente: estamos hablando de uno de los autores clásicos más importantes de la novela negra, creador de un icono como Lew Archer (¿os empieza a sonar?) y ganador de los más prestigiosos premios literarios anglosajones. Si no es de lectura obligatoria para los aficionados al género policial, poco le falta.
Ross MacDonald fue el seudónimo del escritor Kenneth Millar. Lo adoptó para no confundirse con su mujer, Margaret Millar, quien ya era una exitosa escritora de novela negra (a destacar La bestia se acerca, galardonada con el premio Edgar). Curiosamente, ambos llegaron a presidir la asociación americana de escritores policíacos en distintos momentos.
MacDonald fue quien mejor supo entender la fórmula creada por Hammett y continuada por Chandler, pero con mayor peso psicológico y de estructuración de la historia. Porque Chandler es un maestro, pero sus novelas son refritos de relatos antiguos y a veces la trama global se resiente. ¿Alguien ha leído El largo adiós? Esa sí, ¿o tampoco?
Se dice que Ross MacDonald siempre escribía la misma novela, pero cada vez lo hacía mejor. En cierta forma es verdad. La estructura general suele presentar un patrón común: Lew Archer llega conduciendo a una mansión donde le piden encontrar a una persona desaparecida o un objeto robado. Siguiendo esa premisa, Archer descubre oscuros secretos familiares y crímenes del pasado que devienen en consecuencias en el presente. El detective trastocaba la aparentemente idílica vida de la clase alta de California para mostrar aquello que no se aprecia a simple vista.
Obviamente, MacDonald tenía una estructura que le funcionaba y no se alejaba demasiado de ella, pero siempre añadía nuevos elementos a cada libro. Se suele decir que su mejor obra es El martillo azul, quizá por ser la última y tener la fórmula más refinada, pero desde mi punto de vista tiene mucho de final del camino. Por ejemplo, es la primera donde hay una trama romántica para el protagonista, y posee un tono crepuscular que sirve como colofón final para Archer. Sin embargo, siento especial predilección por la ya nombrada El caso Galton que, como vemos, la realidad se encarga de copiar cada cierto tiempo.
Entrando en materia, la trama nos presenta a Archer, que esta vez debe hallar al heredero de una gran fortuna. La primera parte de la novela se basa en la investigación del detective hasta localizar, al fin, al nieto pródigo. La pregunta que surge entonces es evidente: ¿es un impostor que trata de hacerse con el dinero? Mientras desentraña el pasado familiar se irán sucediendo las sorpresas y los sobresaltos en una espiral que hace dudar al lector cada pocas páginas.
Las tramas de MacDonald son brillantes y sus desenlaces están a la altura de la apuesta. El autor se nos presenta como un hábil dialoguista, capaz de hilvanar con aparente sencillez mucha información y condensarla en preguntas y respuestas fluidas. Sus descripciones son funcionales con algunos destellos poéticos, pese al desencanto que transmite Archer a cada instante.
Aunque es un autor denominado clásico, sigue siendo un referente en muchos aspectos. Hace no tanto os hablaba de Jim Thompson y cómo su recuperación para los lectores actuales ha desembocado en que muchos escritores aseguren sentirse discípulos suyos. A otros les gusta más Agatha Christie, e incluso hay quien no ha salido nunca de Conan Doyle y escribe obras maravillosas. Para mí, Ross MacDonald es otro de esos autores de cabecera. Lo tuve muy presente cuando creé Un mundo peor, que a la postre me permitió ganar un premio literario. A cada capítulo me preguntaba cómo lo habría enfocado Ross MacDonald y de alguna forma intentaba aplicar todo lo aprendido con sus lecturas. En El club de los mejores, la novela que firmé como Arthur Gunn, una de las tramas se basa en descubrir si un personaje es quien dice o se trata de un impostor. La deuda con MacDonald es clara y su huella en la narrativa actual también.
Retomando el inicio de este artículo, el chico del que hablaban los telediarios resultó ser un delincuente juvenil de poca monta con ganas de notoriedad. Se le desenmascaró por la prueba del ADN, algo que en los años 60 era poco menos que ciencia ficción. Por ello, el final de El caso Galton es mucho mejor que el del periódico. MacDonald mueve sus hilos de trilero para mostrarte la solución a cada momento y que tú como lector seas quien niegue la evidencia. Una vez acabada la novela, ya sabes que quien quiera escribir una historia similar va a tener muy complicado superar lo hecho por Ross Macdonald. Y ese es un motivo para leer a los clásicos: para darte cuenta de que determinados trucos ya están inventados y son difíciles de igualar.
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