“Tengo respuestas aproximadas, posibles creencias y diferentes grados de certeza sobre diferentes cosas, pero no estoy completamente seguro de nada”. —Richard P. Feynman
Hay días en que el tiempo pasa más despacio. O eso parece, porque es del todo imposible que tal cosa suceda, dando por hecho que lo contrario sea, por lo menos, probable. El tiempo es un concepto escurridizo. Es lo que se escapa cuando intentamos comprenderlo, convencidos de que lo percibimos cuando no sabemos lo que es. Ni siquiera cómo definirlo.
¿Qué es el tiempo?
¿Y si el tiempo no existe?
¿Y si el tiempo es indefinible? Nos empeñamos, como especie autodenominada “inteligente”, en buscar siempre la definición definitiva para todo. Aspiramos a labrar en mármol una frase que defina de manera clara y concisa cualquier concepto, cualquier idea que nos venga a la mente. El hombre tiende a pontificar. Es algo muy de la sociedad contemporánea. Somos más ególatras que inteligentes. Como especie, me refiero.
San Agustín decía que entendía perfectamente el tiempo, hasta que intentaba explicarlo. Si hacemos un pequeño ejercicio de introspección y pensamos en lo que sabemos nos daremos cuenta de que el tiempo no define lo que nosotros denominamos o experimentamos como tiempo. El tiempo es imperceptible. No se ve, no se toca, no se oye. Somos incapaces de percibir el tiempo. Lo único que podemos hacer es intentar medir su cadencia con más o menos tino. Ver qué huella deja su paso por nuestro intraverso o por nuestro extraverso.
Algún avezado lector pensará: “Tiempo es lo que miden los relojes”. Y yo pienso: “Pero, ¿qué es un reloj?”. “Pues un aparato para medir el tiempo”. Es un buen argumento, pero circular. No nos sirve.
Volviendo al inicio y a la pregunta que ha quedado sin contestar, debemos señalar que el asunto está de rabiosa actualidad entre los físicos y los filósofos. ¿Existe el tiempo? ¿Es real el tiempo? Se celebran conferencias, incluso. Como si a alguien le importase. O mejor aún, como si fuese algo que pudiéramos evitar o controlar, o medir de manera absoluta, o siquiera intuir. Como si al tiempo le importásemos. Si conocierais al tiempo como yo lo conozco, no hablaríais de perderlo, que diría el Sombrerero.
Debo reconocer que a mí, en particular y sin que nadie me pida opinión, saber si el tiempo es real o no lo es me importa entre poco y nada. No es asunto mío. El deber de la Física es construir y desarrollar modelos teóricos y confrontarlos con la realidad. Con los datos empíricos. Y sin restarle un ápice de importancia al asunto, hay que reconocer que, aunque estos modelos son útiles y válidos, todo sigue siendo puro artificio. Es solo una forma de lenguaje. Lenguaje y ciencia, física y filosofía. Una unificación más compleja que la Relatividad General y la Mecánica Cuántica, pero todo tiende a eso.
Pero la Ciencia es obcecada y no deja de preguntarse: “¿Es real el tiempo?” Ni siquiera la definición de realidad está formulada de manera definitiva. Y si ni siquiera el concepto de realidad está claro, ¿cómo vamos a hablar de la realidad del tiempo?
Ahora bien, lo que sí me obsesiona no es saber si el tiempo es real o no, sino llegar a conocer cuál es su verdadera naturaleza.
¿Es el tiempo un ingrediente verdaderamente fundamental en la constitución del cosmos, o es simplemente un constructo útil para organizar nuestras percepciones, aunque no forme parte del léxico con que están escritas las leyes más fundamentales? ¿Podría el tiempo ser una noción derivada, algo que emerge de un concepto más básico aún no descubierto?
Si vamos a hechos probados de leyes fundamentales de la naturaleza podemos decir que las leyes que describen la física no hacen ninguna alusión a la existencia del paso del tiempo. De esta manera, esas mismas leyes no diferencian entre un pasado y un futuro, y por lo tanto el tiempo no existe como nosotros lo experimentamos.
El ser humano, en este punto, como decíamos, es egocéntrico. Trata de desentrañar los secretos del tiempo en base a su propia experiencia. Recordamos fragmentos del pasado, esperamos con más o menos ansias qué nos depara el futuro… pero el propio tiempo nos pone en nuestro sitio y nos recuerda que somos seres imperfectos e inmaduros intelectualmente. ¿Y si estamos equivocados? El hombre también experimentaba en sus carnes la Tierra plana, el sol girando alrededor de la Tierra y al mismísimo dios de la lluvia. La pregunta es de tan simple formulación como de compleja respuesta: ¿y si nuestra experiencia del tiempo se demuestra equivocada?
El propio Einstein decía que “el espacio y el tiempo son modos en los que pensamos, y no condiciones en las que vivimos”. Nunca he sabido qué quiso decir con eso.
Somos niños a ojos del Universo y repetimos el patrón de manera recurrente desde la niñez. Es asombroso ver cómo nuestros pequeños no paran de ver la misma película una y otra vez. La explicación a esta conducta es sencilla: ver una y otra vez la misma grabación les tranquiliza. A un niño, saber qué es lo que va a pasar a continuación le transmite confianza, seguridad. El hombre ha interpretado este papel desde el inicio de los tiempos. Los antiguos astrónomos intentaban predecir los eclipses de sol para evitar el pánico en la población. Los modernos astrónomos predicen las trayectorias de los satélites o cometas para desmitificar los incontables fines de la civilización que hemos pasado ya. Intentamos predecir cuándo va a llover, qué va a hacer la bolsa, cuál va a ser el resultado de un partido de baloncesto… Pero seguimos confundiendo predecir el futuro con entender el presente. Cuando miramos al cielo, vemos cómo eran las galaxias hace millones de años. Es una manera de asomarnos al pasado. Cuando lanzamos una moneda al aire sabemos que va a volver a caer. Es una manera de asomarnos al futuro (cercano). ¿Significa esto que pasado, presente y futuro son diferentes proyecciones del mismo concepto? No lo sabemos. Puede que sí o puede que no.
Alguien con toda la información de cada átomo existente sería capaz de formular la ecuación definitiva del Universo y saber de dónde venimos y a dónde vamos. Pero sabemos que no hay inteligencia que procese esa información ni ordenador que lo calcule. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en seguir ese camino?
Sabemos que las cosas cambian, y puede que el tiempo no sea más que la manera de mantenernos al corriente.
El autor de la cita que abre estas líneas, Dick Feynman, una de las mentes más brillantes de todos los tiempos, tras una clase a un grupo de jóvenes escolares se quedó charlando con ellos de manera distendida, ya que sabía que de otra manera no se iban a lanzar con las típicas preguntas al ponente. El propio Feynman contaba que en aquella charla con aquellos chavales le hicieron una de las preguntas más difíciles que ha recibido en toda su vida: ¿qué es el tiempo? Feynman, tras unos segundos de reflexión, contestó al joven con otra pregunta: “¿Y si no existiera el tiempo? ¿Qué sucedería?”. Nadie lo sabe. Nadie sabe nada.
¿Acaso no cambiaríais todo lo que sabéis por una millonésima parte de lo que no sabéis?
Sed buenos.
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