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A tamaño natural, de Erri De Luca

A tamaño natural, de Erri De Luca

A tamaño natural es una disección única de una de las relaciones más sagradas y conflictivas entre seres humanos, las paterno-filiales, en un juego de espejos y referencias que aborda este apasionante tema desde la filosofía, el arte, la religión, la historia o la mitología. Desde la historia de Marc Chagall o el sacrificio extremo de Abraham, en estas páginas hay también hijos que han negado su origen, que han tratado de borrarlo, como la hija del criminal de guerra que no puede hacer más que una elección total: negarse para siempre la capacidad de engendrar, para acabar con el legado del odio. 

Erri De Luca atraviesa, con su mirada personal y su experta sensibilidad, los nudos que unen de por vida a padres e hijos, a veces desde el rechazo del afecto o el cuestionamiento de las generaciones precedentes y la ingratitud, a veces desde el aprendizaje, el reconocimiento y la aceptación. 

Zenda adelanta un fragmento de este libro, editado en España por Seix Barral.

***

La más severa historia entre padre e hijo se lee en la escritura sagrada. La voz que arrojó a Abraham fuera de su tierra hacia un vagabundeo sin meta vuelve a visitar su atención.

Esta vez no es con un seco imperativo: «Lekh, lekhà», ve, vete, tan perentorio como una expulsión.

Esta vez es: «Kah na», tómalo, vamos. Ese «na» es una exhortación. La divinidad quiere verificar si basta con una invitación para desencadenar la obediencia inmediata de su oyente.

Basta. Abraham no percibe la diferencia entre una orden y una invitación.

Acepta realizar el acto más desnaturalizado, matar a su hijo, el único nacido de un largo amor con su esposa Sara.

Obedece sabiendo que la está traicionando, arrancando la única bendición de su vientre.

Los afectos familiares son para él de menor intensidad que el fervor debido.

Es una prueba que aniquila y él se compromete a realizarla con lo mejor de sus capacidades, incluidas las de disimular, fingir, esconder.

La divinidad no ha dado instrucciones, se ha limitado simplemente a establecer el lugar del sacrificio.

***

1910, Marc Chagall está en París, vive cerca del matadero, oye los mugidos de las bestias aterrorizadas, pinta vacas. Está donde todo artista sueña, pero para él es más que una ciudad-academia, es un segundo nacimiento. El Sena le recuerda sus zambullidas en el Daugava. Por deseo de adopción, escribe en francés.

Fue a San Petersburgo con algo de ayuda paterna. Se mantiene pintando letreros para tiendas. En París recuerda que allí tuvo lugar, a orillas del Daugava, su primera exposición, en una galería al aire libre que se mecía con el viento frente a una carnicería, a una tienda de fruta.

Todavía es Marek, aún no Marc, pero mientras tanto se acerca a los nuevos pintores y piensa a veces en su padre, allá en Vítebsk, Bielorrusia, comerciante de arenques. En una página de diario escribe: «¿Habéis visto en los cuadros florentinos a uno de esos personajes con la barba descuidada, los ojos oscuros, a veces cenicientos, de un color de ocre cocido, cubierto de pelo y arrugas? Ese es mi padre […]. Levantaba pesados barriles y mi corazón se arrugaba como un guirlache viéndolo levantar esas cargas y remover los pequeños arenques con sus manos heladas. Su ropa relucía por la salmuera de los arenques. A su alrededor caían los reflejos en los costados. Solo su rostro, algo amarillo y algo claro, dirigía de vez en cuando una débil sonrisa».

El cuadro de Chagall, las pocas líneas que lo acompañan sacadas de su diario, me lanzaron hacia atrás, a la historia de Abraham con Isaac y a la primera tabla del Sinaí, que prescribe: «Da peso a tu padre y a tu madre».

El verbo generalmente se traduce como «Honra». Pero el verbo Kabbèd es el material de una carga. Da peso a esos dos, porque ese es tu peso en el plato del mundo, el que les has dado.

Chagall hijo en su retrato de su padre le da peso a Zakhàr Chagall, un peso conmovido por la memoria y el retraso.

La conmoción colocada en capas de color proviene de un remordimiento y de una gratitud tardía.

Las manos de su padre, vendedor de arenques, destrozadas por el hielo, las manos no besadas por el hijo, no están presentes.

Moishe/Marek no se atrevió a representarlas. De esas manos, de su olor, no se enorgullecía.

Su ausencia en el retrato admite que sucedió lo irreparable: no les dio peso. Ese peso fallido es una carga en el corazón mientras pinta a su padre desde lejos.

 ***

Las manos de Abraham hacen preparativos. Se lee que toma el cuchillo y prende el fuego. ¿Cómo se prende el fuego? Hoy es fácil encender uno con los combustibles y los sistemas de encendido. Pero ¿cómo encendían un fuego en la cima de una montaña en medio de las piedras? Tienes que llevar leña y fuego contigo.

La materia prima la carga Isaac y hace falta bastante para quemar un cuerpo. La segunda son las brasas del vivac nocturno, recogidas dentro de un cascajo. Para encender mejor lleva quizá con él polvo de azufre, elemento conocido y utilizado en la época de los nómadas.

Los pintores que se han dedicado a reproducir el cuchillo desenvainado ante el cuello de Isaac han denunciado enérgicamente esa mano robusta, firme, lista.

Pero antes dejó Abraham a los sirvientes en el campamento y se encaminó cuesta arriba con el hijo detrás.

Isaac llama: «Avì», padre mío.

Abraham responde: «Hinnèni», aquí estoy.

Ahora Isaac lo sabe. Su padre ha usado la misma respuesta al dirigirse a la divinidad.

Sabe que no están solos y que entre ellos se está llevando a cabo una prueba bajo vigilancia.

Falta el animal que ha de abatirse en las toscas piedras de un altar que se construirá en el sitio designado.

Su padre, que no deja nada al azar, ya tiene todo lo necesario para el sacrificio, porque es él, Isaac, la vida que va a ser inmolada.

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Autor: Erri De Luca. Traductor: Carlos Gumpert Melgosa. TítuloA tamaño natural. Editorial: Seix Barral. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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