Lucio es un chico gay que, tras protagonizar un escándalo en su pueblo, decide hacer acopio de dinero, cerrar las maletas y largarse a la gran ciudad: Buenos Aires. En la capital argentina se siente al fin feliz y todavía lo estará más cuando conozca a Shulia, un hada madrina versión drag. Bonita Luxemburgo no es una ficción sobre salir del armario, sino una novela de formación protagonizada por un joven que conoce el valor de la osadía.
En este making of Sebastián Suñé resume el proceso de escritura de Bonita Luxemburgo (Dos Bigotes).
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Puede ser una situación, una frase o un personaje, nunca se sabe de dónde proviene la idea que da origen a la obra. Bonita Luxemburgo empezó con esta frase: “Escribí sin tanto piripipí ni tanto parapapá. No te hagas la intelectual, Lucio. Que sea apenas una novelita maricona”. Cuando la garabateé en una libretita de hojas lisas —sí, las hojas son siempre lisas— supe que ahí, encerrada, estaba toda la novela: el tono, el nombre de mi protagonista y la búsqueda de quién diría semejante frase. Es que escribir es saber y no saber. Tratar de darle cuerpo y voz a los que dicen eso que necesitamos decir, pero sin que se note demasiado que somos nosotros los que hablamos. Digo «nosotros» porque es mas educado que hablar de mí, pero debería hacerme cargo de esa primera persona. Eso también es una decisión: ¿primera persona o tercera? Probar una hasta eliminar a la otra. Con Bonita Luxemburgo probé las dos. Ganó la primera persona; la tercera me la prometí para la próxima novela.
Escribir es saber y no saber. Y tener tiempo para probar y perderse. Armar un plan, una escaleta, fichas de personajes, como si se trazara un mapa con caminos más o menos definidos para luego desviarse de lo pactado y perderse por el bosque, o por la maleza, o por el basural o el desierto. Algo de esto fue escribir esta novela. Perderse en el texto. No saber. Probar y descartar decenas de páginas.
También había un mantra que me repetía cada vez que me sentaba frente a la computadora, o la libretita o lo que fuera: “escribí la novela que querés leer”. Esto fue esclarecedor y lo que me permitió no hacer concesiones, ni temerle al ridículo por ser naif en ciertas partes, medio hot en algunas páginas y bastante político en otras.
Escribir la novela que yo hubiese querido leer a mis veintitantos años con chicos besándose y deseándose y con dragqueens berretas y con abuelas buenas y con muchachos con mallitas diminutas y amigas que fuman sin parar era la premisa, que fue respetada durante el largo tiempo que me tomó llegar a la versión final.
Escribir es saber y no saber, pero sobre todo es reescribir. Reescribí mucho. Mucho. Mucho. Hasta que me cansé y la dejé reposar. Cuando llegó la pandemia la retomé. El impulso vino de un libro de Selva Almada, El viento que arrasa; había algo en la estructura temporal de esa novela que despertó una idea para la mía (nunca sabemos de dónde proviene el impulso para retomar la escritura de una novela). Cerré el libro de Almada y tracé un nuevo plan que, esta vez, cumplí a rajatabla: me di de baja de todas las redes sociales y usé ese tiempo que gastaba en ver taradeces, videos de gatitos, recetas de influencers o viajes imposibles. Abandoné esa matrix atiborrada de selfies, o en palabras de Byung-Chul Han, ese mundo “lleno de superficies bellas y pulidas de un yo vaciado y totalmente inseguro”. Me autoexcluí de la polis virtual y decidí usar ese tiempo perdido en reescribir lo mío. Cuatro meses mas tarde tenía la novela tal cual se publica ahora (recomiendo fervientemente dar de baja el mundo virtual para enriquecer el propio).
Con la novela ya terminada comenzó la peregrinación editorial y el aluvión de rechazos (no sé si fue un aluvión, pero la imagen es linda, ¿no?). En medio de ese desasosiego y por recomendación de mi amiga y hada madrina Flavia, decidí seguir el camino amarillo que llevaba a Dorothy a Ciudad Esmeralda y que en mi caso acabó llevando a Bonita Luxemburgo al viejo continente, a la puerta de la editorial Dos Bigotes, en donde apareció el tan preciado Oz, digo, el tan preciado sí. Un sí que me hizo llorar como un niño, un sí que volvió realidad esos años de trabajo, un sí que me devolvió las ganas de encaminarme en la titánica tarea de escribir una nueva novela. De saber y no saber. De volver a trazar mapas para perderme y maravillarme o espantarme con el nuevo hallazgo.
Porque escribir es un poco eso: saber y no saber y abrazar con fuerza esa incertidumbre.
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Autor: Sebastián Suñé. Título: Bonita Luxemburgo. Editorial: Dos bigotes. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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