Es este uno de esos libros que invitan al lector a bucear no sólo entre sus páginas sino a sumergirse en el paisaje que las ha alumbrado. Pide sin remedio —por tanto, exige— que le sea devuelto con réditos lo que otorga al lector que se adentra en él. Sin querer y sin esfuerzo, el curioso se ve visitando virtualmente los lugares que recoge Vicente Valero (Ibiza, 1963) en la primera parte de su díptico, titulado explícitamente Cuaderno de Provenza. Las aplicaciones cartográficas socorren en el intento, pero sirven únicamente de degustación urgente para lo que deberá ser una visita real en toda regla, a ser posible con descapotable convertible o con motocicleta a motor de cuatro tiempos: admisión, compresión, explosión y escape. Así, hasta el fin de los tiempos, dado que la Provenza que retrata el autor de este personal Breviario es ya un espacio mítico en el que arte, historia y paisaje forman un todo indisoluto desde tiempos inmemoriales. Algo parecido a lo que ha narrado Jorge Bustos en Asombro y desencanto (Libros del Asteroide) sobre la Bretaña francesa bajo la misma premisa, esa que reza que “no viajamos para evadirnos de la realidad sino para recobrarla”.
En el caso del ibicenco, son las bonanzas del Mediterráneo, desde luego, los beneficios de la sal y la nieve de ese entorno privilegiado que siempre mira al sur, como si fuéramos nuevos Petrarcas subidos en la cima del Mont Ventoux y recreáramos la excursión que aquel lejano 26 de abril de 1336 hiciera junto a su hermano a la desde entonces famosa montaña gala. Valero utiliza un “nosotros” en su relato que a la fuerza nos incluye, pues deseamos viajar con él, ver con sus ojos, otear desde sus atalayas improvisadas, observar los detalles que de otro modo se nos escaparían. Hay en estas páginas un viaje, pero también un modo de ver, al uso bergeriano pasado por el tamiz impresionista. Un quedarse “pasmado” petrarquesco que pronto desemboca en lo que seis siglos más tarde acertara a expresar Simon Weil: “la belleza del mundo nos advierte de que la materia es merecedora de nuestro amor”, toda la belleza del mundo, no sólo lavanda y viñedos.
El volumen, que reúne textos escritos entre 2007 y 2010, presenta una segunda parte mucho más lírica, a modo de diario poético, que recorre el mismo marco provenzal desde una perspectiva íntima e indagadora. Aquí ya no se convocan personalidades como las de Mallarmé, Van Gogh, Camus, Picasso, Cézanne o el Petrarca del Canzionere. Es Valero en estado puro durante los 30 días del mes de Junio en casa del doctor Char: de la alegría incandescente del primero de junio a la luz nueva del treinta, ya con el verano en marcha. En medio, entradas como la que sigue: “Azotado por el calor, he salido esta noche al jardín, he pisado ciruelas con mis pies descalzos, he lavado mi herida con el aroma de la menta. Me he quedado dormido sobre el césped, desnudo, hasta que los mirlos han traído hasta mí el día nuevo con su canto exaltado. De mi boca ha salido entonces la espuma de una felicidad desconocida, un aliento con olor a estrellas húmedas”. Vicente Valero se acercaba por entonces a la cincuentena con el corazón limpio. Así habrá de seguir, imaginamos, como lo es su prosa, prístina, licuada y esencial, tamizada y plena de nutrientes, “como el pan manchado por el vino”. Un Breviario, sí, pero de brevedades inmensas.
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Autor: Vicente Valero. Título: Breviario provenzal. Editorial: Periférica. Venta: Todostuslibros y Amazon
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