La historia de Absolución nos la sabemos todos. Es la misma de todos los antihéroes encarnados por Liam Neeson desde el estreno de Venganza (Taken), un euro-thriller de serie B que el francés Luc Besson supo camuflar de lujoso actioner americano en medio de las muchas crisis políticas y financieras de la primera década del siglo, y en la que se reivindicó con descaro la figura del hombre no necesariamente común que se toma la justicia por su mano. Neeson supo sacar partido del tumulto y se erigió inmediatamente como una figura de padre vengador, con una serie de productos de desigual fortuna que, no obstante, han definido su imagen y llenado las arcas del cine de género durante los últimos años gracias a su indiscutible planta de duro melancólico.
Explicamos esto porque Absolución, en la que el actor irlandés repite con el director noruego Hans Petter Moland tras Venganza en la nieve, es una de esas películas que no merecen la condescendencia de las élites con las que seguramente será recibida, si es que es recibida de algún modo. Moland, que en el citado remake de su propio original, Uno tras otro, preñó de comedia negra las andanzas del maduro Neeson, esta vez opta por un tono crepuscular y dramático que asemeja el producto a algunas de las últimas fábulas del mismísimo Clint Eastwood, desde Gran Torino a Mystic River (con la que comparte escenario, la melancólica ciudad de Boston), teniendo en cuenta en todo momento las coordenadas del producto que maneja.
La historia, que por cierto se asemeja a otros productos de esta estirpe, como La memoria del asesino, también con Neeson, o El método Knox, de Michael Keaton, presenta a un gangster de poca monta que empieza a perder la memoria. Ante lo tajante del diagnóstico, éste decide contactar con lo que queda de su familia y tratar de rectificar algunas conductas de su violento pasado, conductas que el film de Moland observa con un laconismo y amargura más propios de un nórdico que de un melodrama americano.
Y es que Absolución, al igual que la igualmente reivindicable En tierra de santos y pecadores, también con Neeson y también estrenada este mismo año, es más un drama que un acelerado thriller de acción, como probablemente vende el tráiler promocional. La película desgrana, de hecho, ciertas conductas violentas asociadas al género masculino en su ímpetu violento y, sin necesidad de convertirse en un ordinario manifiesto al respecto, desencripta de manera sincera y sensible los resortes internos del personaje y la figura simbólica del padre, que parece perseguir todas las acciones y razonamientos de un hombre violento por elección y obligación, incluso cuando éste ha superado su propio crepúsculo.
Moland observa todo con gusto y elegancia, que no frialdad, y sin maquillar lo marginal de los ambientes bostonianos que sirven de trasfondo a la acción, hace una película sentida y bien contada. Típica y tópica, pero extremadamente convincente en lo suyo, Absolución es una de esas obras de serie B sin grandes revelaciones pero carente también de relecturas irónicas, que con su laconismo nórdico aborda de manera tremendamente amarga la zona más oscura de ciertos afectos masculinos.
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