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Acne specialis

Acne specialis

Lo que más presente tengo de Alejandra Pizarnik es que la atormentó el acné. Muchas veces a lo largo de la vida, como forma de terapia retroactiva para mi adolescencia de rostro pedregoso, busqué en google “Pizarnik acné”. Me sentía resguardada sabiendo su parte. Leía sus poemas rastreando señales acneicas, barriendo para casa, interpretando acné espinillas granos en cada verso: “Han venido / Invaden la sangre / Huelen a plumas / a carencia / a llanto”. Pues claro, decía yo, sonriendo un momento, recordando un tiempo en el que cualquier mueca tensaba las pústulas de la barbilla. No sé si fue entonces, o hace unos años, cuando empecé a elucubrar sobre la monstruosidad dermatológica como posible trampolín para la escritura. Qué quieren. Cada una sobrevive a lo que puede con lo que quiere.

Es que a ver. Poco se habla de los granos como manifestación de una sensibilidad dolorosa hacia la vida. Genios con granos, cuatro tomos, Espasa Calpe. Letrero luminoso: «Inicie hoy esta colección por fascículos». Una locución hiperactiva añade de fondo: «Puede pagar contra reembolso o con la tarjeta de compra de El Corte Inglés». Pues claro. La mente bulle de una forma excesiva, dañina, y el cuerpo lo saca al escaparate. A veces es al revés: mi amigo Yimit dice que era un adolescente guapísimo, creído, frívolo, infame. Una mañana, de pronto, despertó con la piel burbujeada. El acné, que era de los agresivos, lo obligó a resguardarse bajo el alero más oscuro, sensible, observacional, de la vida. Fue entonces cuando empezó a dibujar y escribir en su diario. “Si no hubiese tenido acné, ahora sería idiota”, asegura. Doy fe de la belleza de sus marcas.

"La injusticia de sentirse repugnante puede volver malo al escritor acneico. La incomodidad y el rechazo sostenidos fermentan, se pudren. Pero, al mismo tiempo, esa podredumbre es un tesoro"

El acneico o ex acneico es un horóscopo más, una esfinge de rostro pedregoso que se oculta, se duele, y que, cuando sale, lo hace con esfuerzo, enfrentando como puede esa vida que se presenta áspera, imposible. Tiene cuernos, astas dolorosas en la piel, y se avergüenza de ellas como la sirena de sus escamas. Todo su rostro es patas de cabra ocultas bajo la falda. Algunos sinónimos de la palabra «grano» dibujan su potencial doliente, monstruoso. Espinilla, espino: púa que no invita a tocar, reflejando una protección malsana hacia un enemigo que quizás ni existe. En mi adolescencia, una amiga de la isla de La Palma los llamaba «barros»: eran, en efecto, un fanguito de la tristeza que nos tenía medio hundidas, braceando para salvarnos, hurgando en la infección con agujas calentadas con un mechero y chorros de un bote de Nenuco. “Han venido / a incendiar la edad del sueño”, decía Pizarnik. No lo decía por los granos, pero aquí hemos venido a jugar.

Es cierto que la injusticia de sentirse repugnante puede volver malo al escritor acneico. La incomodidad y el rechazo sostenidos fermentan, se pudren. Pero, al mismo tiempo, esa podredumbre es un tesoro. Igual que la comida en mal estado puede hacer saltar la tapa de una fiambrera, el fermento del grano, de alguna forma, empuja el lápiz. El escritor acneico o ex acneico sabe ver el daño en el alma del otro de un solo vistazo. Y no se me ocurre mejor forma de acercarse a la creación de personajes. El acné te hace esconderte. Y qué mejor que encerrarte en una cueva para alcanzar esa introspección necesaria para la escritura. Para escribir hay que estar tanto tiempo escondido. No sólo durante, sino también antes de. La escritura, puro rumiar. El ser acneico, incluso cuando sale al mundo, mantiene parte de su alma dolorida escondida en una cueva, masticando un chicle correoso que nunca pierde su sabor amargo. Y sin embargo, ese nombre científico, acne vulgaris, pareciera denostarlo, mostrarlo como algo sucio, de masa que se eleva vociferando, formando pompas de grasa en una olla de cocido. El acné se ha desdeñado como una dolencia sin carisma, signo de etapa absurda de la vida, de ridícula vulnerabilidad. Y yo, la verdad, no lo entiendo. Por ejemplo, me extraña que se haya mitificado tanto al Bukowski borracho y oscuro, pero se haya dado de lado al Bukowski granujiento, untado en loción corrosiva, viajando en bus con la cara vendada, siendo señalado por un niño, que es el que a mí más me interesa. En realidad, pienso, lo que hace el de mejillas brotadas no es sino erizarse, volver su piel igual de fea y difícil de mirar que la vida que tanto le cuesta. Ser el mundo. El rostro como novela que recoge y refleja los rasgos del mundo. El que lo tuvo lo sabe. Acné, somatización de la mala predisposición a la vida, poltergeist misterioso del cuerpo, ¿qué has intentado decirnos? Dinos: ¿eres un mal romántico, como la tuberculosis, la epilepsia, todos los prodigiosos misterios —misterios que, por otra parte, querría golpear bien fuerte con una azada— de esas enfermedades sin explicación?

A veces siento el impulso de guiñar un ojo cómplice al observar en alguien el rastro de los piquetitos en la cara, el cuello, la espalda. Una artista ya merece mi curiosidad si vislumbro en su rostro los estragos destructores del Roacután. Hubo suicidios por la toma continuada de isotretinoína, pero los médicos se ampararon en que era el acné —y no el medicamento para combatirlo— el que causaba la depresión.

"La pequeña luz de cabeza blanca revienta en el centro de la frente, la sangre gotea de la pústula y salpica las hojas sobre el escritorio, mancha la frase recién escrita. No es esto de lo que habla el poema"

“Escritores acné”, busco en Google, esperando que su oráculo me provea de una lista detallada de rostros y almas torturadas, tan lúcidas como esquivas a la mirada. Una mención a Bukowski, poco más. Google me obliga a esforzarme. Repaso mentalmente, con la lupa de aumento de la memoria, los rostros de mis artistas más amados, intentando encontrar señales. Enseguida se me aparece la diapositiva mental de Pasolini. Ese rostro seco y huesudo parece en barbecho tras una erupción antigua. Pero aún hay más: John Waters, gran adorador del director italiano, tiene una obra que se llama 21 Pasolini pimples. En el cuadro, sobre un fondo blanco, se muestran granos, espinillas recortadas del rostro de diferentes personajes de películas de Pasolini. “Parecen pezones, pero en realidad son granos de chicos que Pasolini encontraba atractivos”, explica Waters al respecto. “He visto todas sus películas, amo a Pasolini, y, como lo he leído todo sobre él, sé quiénes eran sus novios. Y todos ellos tenían granos. Así que encontré todas las películas en las que se los puede ver, hice zoom y corté cada uno de esos granos torpemente, como un niño en la guardería, y los pegué en una página para luego sacarles una foto. Parece ridículo, pero ha sido todo un proceso. Hay un montón de investigación detrás”. Rozo la pantalla, las pequeñas pústulas, tan amadas, recortadas con mimo, y recuerdo unos versos de Pasolini: “Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos / sobre la frente, tú, pequeña luz / absorta enrojeces mis papeles”. Casi puedo ver la imagen: en una casita de Santo Stefano, un adolescente de pómulos estragados escribe febril. La pequeña luz de cabeza blanca revienta en el centro de la frente, la sangre gotea de la pústula y salpica las hojas sobre el escritorio, mancha la frase recién escrita. No es esto de lo que habla el poema. Pero, repito, aquí hemos venido a jugar con lo que nos ha tocado. Y grano es también semilla, fruto, cereal, simiente de la que brota algo.

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