La primera novela de Elisa Levi incide en muchos de los motivos y temáticas de Perdida en un bol de cereales, el poemario con el que se dio a conocer hace tres años. La observación (y aun exaltación) de las notas de tristeza que salpican la juventud, desde la perspectiva inmediata de quien se encuentra en esa edad, guían la escritura de nuestra autora en ambos libros, y en ambos destaca, por encima de todo, su notable capacidad para conmocionar al lector mediante la elaboradísima sencillez de su estilo. Pero aunque Por qué lloran las ciudades sea una novela eminentemente lírica, su notable interés se sustenta en lo bien perfilados que están sus dos protagonistas, y en la sabia administración de una trama muy leve que, desde esa levedad, despliega un buen número de significaciones sutiles y complejas. De este modo, Elisa Levi no traspone simplemente su buen hacer poético a un formato narrativo, sino que, conservando aquél, acierta a construir un mundo de ficción auto-consistente, en el que la preponderancia sentimental de los ambientes urbanos a la que alude el título crea una atmósfera de aflicción llena de matices y contrastes.
De entre las ciudades del libro en las que se retrata Ada, su joven protagonista, las principales son Tokio y Nikko. A la primera acude precipitadamente, al tener noticia de que Denis (su amigo del alma), que vive desde hace tiempo allí, se ha suicidado y la ha nombrado su albacea. Por otra parte, Ada se verá impelida a visitar Nikko, sabedora de que en este lugar Denis estuvo por última vez con un joven japonés, Hiro, que durante unos meses fue su amante, e intuir que lo que sucedió allí tal vez sea relevante para comprender por qué su amigo se ha quitado la vida.
La primera escena de la novela dibuja, de forma muy cinematográfica, a Ada extraviada en Shibuya, un barrio muy cool de la capital japonesa. La necesidad de contacto físico inunda a la protagonista, del mismo modo que el tic que constantemente tiene en su mano derecha denota seguramente la incomodidad que siente respecto a su propio cuerpo y al mundo. El tic, que Ada refiere una y otra vez, de forma machacona, y que consiste en pasar sus dedos por las yemas de su pulgar derecho, como si contara algo, dará pie a uno de los momentos más estremecedores de la narración, cuando ella se encuentre en el depósito forense ante el cadáver de su amigo.
Diría que Ada, y también Denis, tienen mucho de arquetipos románticos (en la acepción tanto popular como literaria del término) y hay en ellos una irrefrenable tendencia a una melancolía militante y a una exacerbada necesidad de singularizarse. La pésima relación de Ada con su madre y hermanas (Madrid es el trasunto urbano de la misma, aunque esta ciudad guarda también su más preciado tesoro: la mayoría de los recuerdos de su amistad con Denis) operan de auténtico contra-ideal de la combativa protagonista, a quien se puede ver como aherrojada en una adolescencia que amenaza con ser eterna. Da la impresión de que para Ada había cierta irrenunciable belleza en la misma… hasta que, sin que acierte a comprender por qué (y haga todo tipo de conjeturas), su amigo se quitó la vida. La narración transita, yo diría que con virtuosismo, por la delgada línea que separa la mistificación del suicidio y la visión cruda y difícilmente asumible del mismo.
Los pensamientos que el curso de la novela puede sugerir al lector sobre por qué lloran las ciudades y por qué se matan (o lo intentan) los suicidas, me parecen extraordinariamente fértiles, y la idea occidental de culpa y oriental de vergüenza con las que se puntea este segundo asunto tienen a mi juicio una articulación sorprendente en el desenlace del libro. Pero no digo más, que estoy a punto de caer en el spoiler.
Respecto a la última de las ciudades del libro, Copenhague, donde Ada parece haber huido de los desafueros materno/fraternales de Madrid, da la impresión de que lleva allí una vida de pareja con su novia bastante convencional (lo cual no deja de ser chocante), como si, en la gélida placidez de ese avanzado Estado de Bienestar, una pudiese querer madurar, aunque esta supuesta maduración la muerte de Denis la ha abierto en canal de un modo que a Ada le será muy difícil restañar. Es posible que, incluso, sea la mejor coartada que necesitaba para seguir siendo una furibunda activista de la insatisfacción, de esa poderosa cultura de la queja que el Romanticismo imprimió en los lugares más oscuros de nuestra alma.
He leído la novela tan subyugado y concernido como repelido y molesto, y por eso mismo me parece una obra muy lograda. No tanto una excelente primera novela sino una novela excelente sin más. Tengo que decir que estoy lejos de pertenecer a la generación (creo que es la millennial) de la que la propia Elisa Levi (nacida en 1994) dice estar hablando, y que, si soy sincero, lo del rollo de las generaciones me parece que no tiene mucho sentido. No obstante, creo que este libro (al que me parecería insultante reducirlo a testimonio generacional) sí proporciona una buena perspectiva para discutir sobre esta temática, que no por considerarla equívoca me resulta menos apasionante.
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Autora: Elisa Levi. Título: Por qué lloran las ciudades. Editorial: Temas de hoy. Venta: Amazon y Fnac
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