Hace milenios comenzamos a domesticar plantas y animales, lo que inició la producción de diversos bioartefactos: organismos vivos modificados e intervenidos técnicamente en sus funciones, fisiología y estructura genómica. A partir de la postulación de la estructura del ADN por Watson y Crick en el siglo XX, el ulterior surgimiento de la biología molecular y de la tecnología de ADN recombinante, así como de las novedosas técnicas de edición genética como CRISPR CAS9, se han creado no solamente nuevas posibilidades para producir bioartefactos de diversa índole, sino que también se han transformado nuestras ideas sobre la naturaleza, la evolución de los seres vivos y el lugar que los humanos ocupamos en el universo de la vida. Actualmente, nos encontramos en una revolución bioartefactual que se propone reconfigurar biotécnicamente una enorme gama de organismos vivos, incluyendo a la propia especie humana, cuyas consecuencias ambientales y sociales serán de amplio alcance en la naturaleza y en nuestra relación con el mundo.
En este libro se analiza críticamente esta revolución bioartefactual en marcha y se plantean preguntas ético-filosóficas de implicaciones sociales, económicas, políticas e incluso jurídicas. La producción bioartefactual de nuestra época constituye una verdadera revolución tecnocientífica en los albores del siglo XXI, que marcará el destino de la humanidad y, muy probablemente, el de muchos otros seres vivos y ecosistemas.
Zenda publica un fragmento de Adiós a la naturaleza: La revolución bioartefactual (Plaza y Valdés).
El fenómeno de la expansión del poder tecnocientífico ha marcado el devenir de la modernidad y las transmutaciones que ha sufrido la naturaleza como consecuencia del despliegue de su creciente fuerza. El mundo en el que vivimos es, por primera vez en la historia, un mundo tecnológico que está subsumiendo al mundo natural transformándolo de una manera radical y acelerada. En nuestro siglo avanzará y se expandirá para adquirir la figura de un mundo biotecnológico fundado en la creación y diversificación de todo tipo de bioartefactos, con lo cual la naturaleza ambiente podría convertirse en naturaleza manufacturada y fabricada técnicamente. Nos enfrentamos a un fenómeno completamente insólito en la historia y, por ende, tenemos que pensarlo como si fuera la primera vez (o bien la última vez) que realizamos una interrogación crítica sobre nuestro poder tecnológico. Sabemos ya con precisión que el mundo tecnológico contemporáneo y el mundo técnico antiguo casi no tienen nada en común, tanto por sus alcances, por sus propósitos globales, como por su capacidad cognoscitiva y, ante todo, por su poder transformador de la materia y de la naturaleza en su totalidad. Debemos reconocer que en el curso de los últimos dos siglos el mundo se ha transmutado radicalmente y que el presente siglo será decisivo para el destino de la humanidad y para el futuro de muchas especies y ecosistemas.
La biotecnología es una nueva forma de poder, capaz de reconfigurar la naturaleza viviente; poder que está transformando la concepción social de la vida, las ideas de naturaleza y de lo natural, el trabajo bioproductivo, la alimentación y la forma de entender nuestro cuerpo, la enfermedad, la vejez o la muerte; pero, ante todo, está cambiando nuestra autocomprensión humana en cuanto que especie natural, mediante la transmutación de nuestro propio cuerpo y de nuestra mente. La biotecnología es un poder que ya ha sido sacralizado o mitificado, como ha sucedido con todo el poder técnico en la era moderna, al que ya se le rinde culto y en el que muchos individuos han depositado todas sus esperanzas para construir un futuro de pleno bienestar y de superación de todos los límites biológicos que la naturaleza nos ha impuesto.
Pero el poderío de la biotecnología se ha vuelto, como en el caso de otras tecnociencias de nuestra era, autónomo e incontrolado; ¿cómo podremos domeñarlo? No podemos confiar en que las fuerzas de la naturaleza lo neutralicen, podría ser desastroso. La autonomía del poder biotecnológico ha surgido de una contradicción inherente al proyecto moderno de dominio de la naturaleza: en un principio (desde la Antigüedad hasta los primeros años de la Modernidad) la humanidad se concebía a sí misma como un sujeto colectivo que ejercía un poder técnico, en principio limitado, sobre una naturaleza que parecía inagotable, ordenada y siempre resiliente. La naturaleza siempre vencía a nuestro poder técnico. En un segundo momento, que vivimos actualmente, el poder de la biotécnica se ha hecho una necesidad inevitable para mantener y asegurar la supervivencia de una humanidad desbordada (tanto en población como en afanes de consumo), lo cual nos ha vuelto impotentes para poner freno a las consecuencias y a los problemas que generará en el futuro próximo. Al rendirse casi toda la humanidad al poder de la biotécnica, esta no solo ha sometido a sus designios a la naturaleza entera, que ya muestra signos de devastación, sino a la humanidad misma en sus posibilidades de desarrollo justo y comunitario, así como equilibrado con los demás seres vivos. Podemos suponer que el sujeto colectivo que ejerce el poder biotécnico ya no es una comunidad humana, diversa y plural, plenamente consciente de sus actos y capaz de reorientarlos; es ahora un sujeto homogéneo o un trabajador sometido y determinado por el crecimiento y expansión acelerados del mundo biotecnológico. Por ello, sigue siendo necesario autolimitar las aspiraciones de dominio biotecnológico sobre la naturaleza, someter a examen las falsas ilusiones y los mitos tecnocráticos para regular y reordenar socialmente (ética y políticamente) el poder de la biotécnica; pero esto sería función de una tercera forma de poder que solo puede surgir de la acción humana comunitaria, de una sociedad reorganizada y consciente de sus poderes y de sus limitaciones, en relación equilibrada con un planeta finito y vulnerable (Jorge Riechmann, Biomímesis, 2016).
Así pues, como hemos podido revisar en esta exploración sobre las promesas y riesgos de la revolución bioartefactual en marcha, nos enfrentamos a un formidable proyecto global de transformación radical de la naturaleza, sus organismos vivos y de la naturaleza humana en su conjunto. ¿Podemos decir adiós a la naturaleza? ¿Podremos abandonar la ambigua condición natural/bioartefactual en la que hemos evolucionado y desplegado la historia humana?
Por un lado, nuestra naturaleza nunca ha sido estática ni puede ser concebida como el pináculo de la evolución de los seres vivos. Como señaló agudamente Ortega y Gasset, los seres humanos hemos estado en tensión constante contra nuestra circunstancia natural, contra nuestros orígenes evolutivos y nuestros impulsos o pasiones que se derivan de nuestra constitución biológica como animales sensibles e inteligentes. Pero aún nos falta mucho por entender y aprender de nuestra propia naturaleza biológica y de sus misteriosas conexiones con la comunidad biótica que habita la Tierra. Somos parte de la evolución, somos animales, somos organismos biológicos, y nunca debemos olvidarlo. Aún nos falta mucho para entender el sentido de nuestra existencia biológica vinculada a las demás especies. Porque la evolución no sigue rumbos predeterminados, pero tampoco es tan frágil y sin parámetros ordenados o patrones de desarrollo. Estos marcan los límites de nuestras capacidades y posibilidades comunes, y de nuestros vínculos esenciales con otras especies y con la Tierra entera. El conocimiento de las ciencias de la vida debe seguir avanzando palmo a palmo para completar, hasta donde sea posible, la ruta de nuestra evolución, así como el mapa de nuestras interacciones biológicas, genéticas, neurales, emocionales e intelectuales con todos los demás organismos y ecosistemas con los que convivimos y coexistimos.
No obstante, la naturaleza, y particularmente nuestra naturaleza biológica, nos marca restricciones, rasgos que nos lastran y nos confunden, nos limitan y frenan; porque la naturaleza no es perfecta; es perfecta la existencia, pero no su constitución biológica, que se mantiene en vilo, en el espacio y el tiempo, al borde de la anomalía, la patología y la muerte. Siempre hemos sido conscientes de estas limitaciones y barreras que parecían antes infranqueables. Por ello, los sueños de transformaciones transhumanas, que ahora han renacido, se arraigaron en lo más profundo del pensamiento humanista de todos los tiempos y en los anhelos inherentes de seres vivos que somos plenamente conscientes de nuestra finitud y de nuestra precariedad física. La naturaleza es también barrera y restricción que pesa sobre nosotros y nos entorpece los mejores proyectos, fantasías y posibilidades de vida equilibrada y apaciguada. La naturaleza es temor y temblor, nos estremece y nos hace recelar de nuestra propia corporalidad. Por ello, ansiamos poder controlar a voluntad nuestra existencia biofísica y ampliar y mejorar nuestros desempeños y capacidades fisiológicas y mentales. Ojalá pudiéramos mejorar siquiera nuestra capacidad de amar y de convivir empática y benevolentemente entre nosotros.
Ya lo decía Immanuel Kant, al respecto de su especulación sobre la historia universal en clave cosmopolita: «La naturaleza ha querido que el hombre extraiga por completo de sí mismo todo aquello que sobrepasa la estructuración mecánica de su existencia animal, y que no participe de otra felicidad o perfección que la que él mismo, libre del instinto, se haya procurado por medio de la propia razón» (Kant, 2006: 7).
El conocimiento y el poder de transformación biotecnológicos se sitúan en una contradicción que es también irresoluble, pues se mueven hacia las antípodas de nuestra condición natural. Se basan en el profundo conocimiento y comprensión de los procesos biológicos, genéticos, fisiológicos y metabólicos, pero aspiran a transformarlos y «mejorarlos» para que se adecuen a nuestros fines, fantasías y anhelos humanos. Como si la razón humana pudiera sobrepasar los confines de la materia viva y descifrar los arcanos de la evolución. Es un conocimiento y un poder técnico que se apoya en la naturaleza, la usa y la instrumentaliza como nunca antes en la historia, la reconoce como propia y ajena a la vez; porque se esfuerza en modificarla y rediseñarla, es una capacidad técnica contra natura, ex natura. Es decir, desde y a partir de la naturaleza y contra la naturaleza. Así cumple el cometido y el desafío filosóficos más formidables de la historia, encara nuestro pasado y presente evolutivos y los proyecta hacia el porvenir en una imagen contranatural, en una proyección del futuro de una humanidad que se rebela por fin contra su origen biológico y construye un mundo plenamente propio, surgido de su imaginación, de su intelecto hipertrofiado; para lo cual deberá ejercer violencia sobre las estructuras de los organismos vivos con los que convive y contra su propia corporalidad natural, abandonando su cascarón biológico originario y sus moldes genéticos.
El plan de realización de un mundo biotecnológico en el que coexistan los humanos mejorados y todos sus bioartefactos, como un nuevo Edén rediseñado y desarrollado técnicamente, parece basarse en la misma idea que Kant planteaba para la conquista de un historia universal cosmopolita: «se puede considerar la historia de la especie humana en su conjunto como la ejecución de un plan oculto de la naturaleza para llevar a cabo una constitución interior —a tal fin— exteriormente perfecta, como el único estado en el que puede desarrollar plenamente todas sus disposiciones en la humanidad» (Kant, 2006: 17). Es decir, un plan contra y más allá de la naturaleza, desde nuestra propia naturaleza.
No sabemos a dónde nos conducirá este enorme desafío lanzado por la biotecnociencia del siglo XXI. Mucho me temo que, en nuestros afanes y ensoñaciones humanos, demasiado humanos, para liberarnos de las ataduras que la naturaleza nos ha impuesto desde siempre, no logremos realizar el gran proyecto de transformación biotecnológica del mundo. Quizá ese fracaso y sus no positivas consecuencias serán el testimonio más fidedigno y preclaro de nuestra natural condición humana: híbrida, desequilibrada, a veces irremediablemente osada. Por eso, debemos interrogarnos desde ahora: ¿es tiempo de que podamos decir adiós a la naturaleza? Cualquiera que sea el resultado tendrá que ser objeto de nuestra más profunda meditación y de nuestro sentido comunitario de responsabilidad por todo lo vivo. Conviene que comencemos desde ahora la evaluación de este alucinante proyecto de autotransmutación biotecnológica; es tiempo, pues, de que reflexionemos críticamente sobre la revolución bioartefactual en marcha.
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Autor: Jorge Enrique Linares. Título: Adiós a la naturaleza. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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