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Adobe, del Nilo a Río Grande (I): El Cairo/Al Fayoum

Adobe, del Nilo a Río Grande (I): El Cairo/Al Fayoum

La novelista, periodista, poeta, ensayista y gestora cultural Silvia Grijalba ha escrito un libro titulado Adobe (del Nilo a Río Grande), un trabajo literario a medio camino entre el dietario, la autoficción y la prosa poética, y que va desde la época en la que vivió en El Cairo (Egipto) hasta su etapa en Nuevo México (Estados Unidos).

Zenda reproduce a continuación la primera de las dos entregas. La segunda se publicará el jueves 20 de octubre.

Libro 1

El Cairo/Al Fayoum

Septiembre 2017/abril 2020 a. C. (antes del COVID)

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Un silencio ensordecedor

Desde mi casa se divisa el Nilo, las pirámides de Giza y el zoo. Digo «divisa» porque la vista es solemne y poética. Las pirámides se ven bien cuando llueve, que es el momento en el que se limpia el ambiente de la contaminación acústica y de la otra. ¡Qué tranquilidad! Ahí se muestran, como cuando rascas un cartón del bingo y aparece el número que te faltaba para cantar.

Pero después de meses viendo el Nilo y divisando las pirámides tras las tormentas, una deja de entusiasmarse. Y yo me concentro en el zoo.

Debajo de mi dormitorio vive una familia de unos animales que no tengo claro qué son. Podría buscarlo en internet o preguntar pero tampoco me importa tanto su nombre. Nos dormimos casi a la vez, cuando amanece y hay unos 20 minutos de silencio en los que los habitantes de El Cairo dejan de tocar el claxon como si se les fuera la vida en ello. Lo cierto es que se les va la vida en ello.

Creo que son gacelas. El otro día, en mi duermevela constante nocturna, me asomé y me pareció ver a una de ellas barriendo el suelo con una rama seca de palmera, como hacía yo en el colegio cuando jugábamos a las casitas. Pero lo mismo fue una alucinación de vigilia. Las gacelas me ayudan a no desesperarme con este insomnio que ya dura demasiados meses. Quizá poder ver las pirámides no compensa el ruido constante de vivir al lado de la M-30 de El Cairo. Pero me consuela ver que las gacelas (o lo que sean) tampoco duermen y que a veces miran hacia arriba y me ven despierta, vigilando su vigilia.

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¿Quién quiere matar a un niño?

En Fayoum hay patos, burros, cabras y muchos niños. Cuando digo muchos quiero decir que nunca he visto tantos niños juntos desde que iba a preescolar. Mi teoría es que ellos son los que gobiernan el pueblo de Tunis. De hecho, en las calles solo hay personas entre los tres y los diez años. No hay adolescentes. Los pocos adultos que he visto están trabajando, haciendo cerámica.

Lo cierto es que los niños llevan el pueblo de maravilla. Está muy limpio, y el plan urbanístico es magnífico, siguiendo ese estilo africano que nosotros decimos que es «muy Moebius» porque somos muy cultos y es lo que se nos ocurre si vemos casas de adobe.

Por las tardes, los oigo gritar y hacer como que juegan, pero no me engañan, es la Asamblea en la que deciden asuntos esenciales del pueblo. Creo que el fin de semana debatieron si los nuevos extranjeros que han alquilado la casa de la gran chimenea pueden quedarse. Creo que votaron que sí; al día siguiente, cuando fui a comprar dátiles, empezaron a saludarme. Bueno, todos excepto la que creo que es la concejala de obras públicas, una niña muy estirada.

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Susto

Me he acostumbrado a ver gente paseando en burro por Fayoum.

A niños conduciendo asnos con fardos de paja que sobresalen de su lomo como dos alas, a mujeres que llevan a sus mascotas atadas a una cuerda, portando cacharros y fruta, como la que arrastra el carrito de la compra.

Ya, por desgracia, no me asombro.

Pero el otro día, volviendo de mi caminata de los 10.000 pasos, se me hizo de noche.

Al doblar la esquina apareció un anciano erguido, elegantísimo, sobre un burro que montaba altivo, como si fuera un semental de pura raza (árabe).

Al cruzarnos, el anciano dio un respingo.

En esa calle oscura, ver a una extranjera casi corriendo hacia uno asusta, un poco.

Cuando me di cuenta, paré, sonreí, dije salam.

Él siguió mirando hacia atrás con la precaución que da lo extraño, la desconocida.

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Einstürzende Neubauten, Silence is sexy: 

«Silence is sexy
Silence is sexy
So sexy
As sexy as death.»

Las máquinas de dormir

Al pie de mi casa están haciendo una nueva línea de Metro. El paisaje me recuerda al dibujo que Miguel Ángel Martín hizo como logo de Rotor.

Y a los posters de los grupos de dark metal finés.

En El Cairo es bueno tener aficiones raras, como que te guste la música industrial. Ves esto y te sientes en casa. En un mundo conocido como el de Lynch en Cabeza Borradora o de Serie B como en La Invasión de los ultracuerpos.

El ruido es también familiar para alguien que ha crecido escuchando a Test Dept, ¡es casi como estar en un concierto de Neu!

Algunas noches (ellos trabajan con la luna) confundo el motor del generador que extrae agua (no sé si del subsuelo de Giza o del Nilo) con el rugido de los leones del zoo, que está a diez metros de casa.

Como puedo elegir, escojo pensar que el ruido es de motor, me resulta más confortable, más tranquilizador. Como si las máquinas fueran buenas y los leones los malos.

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Gatos travestis

Ha pasado tiempo desde que descubrimos el Lado Oscuro y al que pensábamos que era Mr. Twist.

Con la llegada anticipada de la primavera, al otro lado de la puerta de la cocina, empieza a haber enorme actividad.

Mr. Twist es Miss Twist.

Lo hemos sabido después de una serie de sonidos nocturnos y de un trasiego de gatos que el Sr. Téllez oye extrañado desde este lado limpio y lleno de pienso saludable de felino burgués y asexuado por la mano humana.

Twist, que come restos de pollo y sushi e incluso mondas de nuestras patatas, sigue feliz en su lado oscuro y es una señorita con un poder de seducción increíble.

Le he contado ya cuatro novios.

Para dentro de un par de meses me temo que vamos a tener pequeños wisties y entonces sí que no podré resistirme y adoptaré alguno.

En cualquier caso, se nota que Miss Twist está encinta.

Tiene un algo distinto en su mirada asustada y desafiante, que se está dulcificando, y maúlla menos agudo, más bajito. Susurrando. Como si supiera que Sr. Téllez la espía con el olfato al otro lado del cuarto de la basura, en su mansión de aristogato del primer mundo.

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Casi todo incluido 

Los resorts tienen ese halo de tranquilidad aterradora que resulta tan adictiva.  En general, me espantan. Pero en particular, aquí y ahora, se agradece esa sensación de que todo está impoluto y no hay que luchar para conseguir las cosas. Que todo se obtiene marcando el 0.

Por otra parte, mi mente calenturienta me hace pensar en que en el bungalow de al lado ha habido un asesinato o que la masajista del spa ha sido raptada o, también, que la luna debería salir por otro lado pero me la han puesto en la puerta para que pueda hacer una foto y etiquetar al hotel Oberoy Red Sea en las redes sociales. Pero todo eso son cosas mías, que soy muy de no disfrutar del mundo tal y como es.

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Escrito en enero de 2018, cuando aún no sabía que en mayo del 2020 me iría a vivir a Nuevo México.

Al Fayoum es un Oasis. Pero de verdad. Aparte, es un Oasis metafóricamente. Y Tunis Village me recuerda mucho a Nuevo México. Claro que Maadi me hace pensar en La Coruña. Con los sitios me pasa como con la gente nueva que conozco, siempre los intento equiparar a lo ya catado.

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Lechos de asfalto incandescente

Mrs. Twist no sabe lo que es el jamón de jabugo, pero cuando abro el ventanuco de la cocina que da al Lado Oscuro me mira igual que Sr. Téllez. Esta mañana me he levantado de magnífico humor porque estoy recuperada prácticamente del Dengue y porque tengo vacaciones. He puesto a Elvis Presley y andaba bailando mientras ordenaba libros.

En el silencio entre Blue Suede Shoes y Love me Tender he oído un maullido tremendo. Era Sr. Téllez que estaba en la puerta del Lado Oscuro, aullando. Mrs. Twist le contestaba. He abierto el ventanuco con reja que nos deja ver el rellano de la basura, es decir: el hogar de Mrs. Twist. Se ha sobresaltado por el ruido de la bisagra oxidada y me ha mirado con esa cara de pena de gata que pide jamón de jabugo.

Debo decir que no estoy orgullosa de mi entereza. Pensaba que iba a ceder y a abrirle la puerta para que viniera a vivir con nosotros hace meses. Pero no. Ignoro por qué no lo he hecho. Supongo que tiene que ver con mis paseos por el Nilo donde sorteo gente que duerme en el asfalto incandescente. 

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El algodón no engaña

El otro día volví al mercado de textiles porque empieza a hacer frío y se hace imprescindible la funda de edredón.

Me llevó Badr, que es quien me conduce en todos los sentidos («come on, Badr, drive my car»), a veces con excesivo celo.

Hay días que no tengo nada que pedirle, pero le hace tanta ilusión descubrirme cosas que yo le voy preguntando.

En esta ocasión le dije: «Badr, llévame al sitio ese tan barato donde tienen el mejor algodón egipcio del mundo para sábanas».

Al día siguiente apareció con sus mejores galas y allí nos encaminamos los dos en nuestra excursión de tres horas de atascos para atravesar dos kilómetros.

Lo rápido y seguro hubiera sido ir a una tienda de Zamalek donde compran todas las esposas de los expatriados pero ¿qué somos, turistas?Llegamos al mercado y Badr me condujo entre la muchedumbre. Mientras me abría paso pensaba en el anuncio de Jacqs, aquel de los años 80. Pero no apareció Jacqs y el presunto algodón era tergal.

Tergal del regular. Baratísimo, eso sí.

Obviamente yo he comprado dos juegos, no uno.

Y a la vuelta fingí una alegría inmensa por la gran ganga.

Todo con tal de no decepcionar a mi Badr.

Los hombres, por muy egipcios que sean, no entienden de algodón egipcio.

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Baudelaire, Las ventanas:

«Lo que se puede ver al sol, siempre es menos interesante que lo que pasa detrás de un vidrio. En aquel agujero negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, padece la vida.»

Hay cosas en la noche que es mejor no ver

Desde mi ventana veo la terraza del vecino.  Detrás de la celosía que me deja entreverle tiene un sofá en el que en noches como esta se tumba a leer y bebe zumo de granada. Supongo que es lo que hace todas las noches como esta, en las que tenemos algo de fresco y no hay que madrugar. Solo le he visto hacerlo un día, el único en estos dos meses en el que, en un descuido, colocó mal el biombo que nos tapa esa vista de su sofá al vecino del séptimo y a mí (que vivo en el octavo). Yo le veo desde el rincón que he montado en una esquina del salón, con una cama turca que debo llamar cama egipcia. La chaise longe que uso para mirar y leer. También me he aficionado al zumo de granada.

La celosía me tranquiliza. No me deja saber si hay alguien en el sofá.  Así que yo imagino que el vecino está siempre allí y que, si vinieran a atracarme, asesinarme o abducirme, el vecino oiría mis gritos y me podría salvar. Si el ascensor ese día funciona.

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Buñuel, El Ángel exterminador: 

«Es preferible la muerte a este ambiente tan descuidado.»

Blanco sobre verde

El Cairo es una ciudad apasionante. Apasionante con un matiz estimulante; fagocitadora y adictiva. Tiene algo de El Ángel Exterminador. Cuando llegas a El Cairo los veteranos repiten un mantra: «De El Cairo hay que salir… Al menos un par de fines de semana al mes. Si no, enloqueces, enfermas». Cuando pasan los meses no entiendes por qué no cumplen ellos ese consejo obsesivo y alarmante. Ya he llegado al grado de casi veterana. Llevo seis meses.

Hoy, en el pueblo de El Fayoum, después de haber dormido once horas sin ruido, de recordar que el aire no huele y de recuperar el color verde verde, no empolvado, lo he entendido.

Ayer estuve a punto de cancelar este viaje de dos horas al Oasis. Estaba tan exhausta que solo quería lanzarme a la cama, pero saqué fuerza de voluntad, practiqué el «minuto heroico» y aquí estoy. Del apasionante Cairo hay que salir de vez en cuando. Y volver siendo consciente de por qué engancha tanto. Y tener la voluntad y la fuerza de, a menudo, abandonarlo para recordar que el aire no huele. Y volver para perder la cabeza con ese encantamiento onírico en blanco y gris.

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Señora Ñu con gatos 

Ignoraba que la señora Ñu tenía familia. La imaginaba viviendo sola en el horrible cautiverio del terrible zoo, rodeada de gatos callejeros. Pero debe ser que la zona de su casa que se ve desde mi ventana es su habitación propia, donde la dejan en paz, y por eso siempre la veía sola. Hoy ha llovido (bendita agua que paraliza el tráfico, trae el silencio y limpia las calles y el aire) y el esposo de la señora Ñu y sus dos crías han pasado la mañana invadiendo la habitación propia de la mater familias.  Es la primera vez que los veo en tres años. Claro que es la cuarta vez que llueve. Me voy a la calle a mojarme y a pasear y a aprovechar que la lluvia recluye a la gente.

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Encontrar cosas

Ahora voy al trabajo andando o en barca.

Cada día cambio de ruta, y el jueves me encontré cn un reloj de portal que no marca las horas.

Hay que cambiar de ruta para encontrar… cosas… bonitas y rotas.

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Concertinas desconcertadas

Concertinas desconcertadas en una acera de El Cairo.

Las han debido quitar de la comisaría cercana.

Las concertinas no entienden qué hacen ahí con los tetrabricks, papeles, bolsas y demás basura.

¿Hay punto de reciclaje de Concertinas?

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Psychedelic Furs, Pretty in Pink:

«She lives in the place in the side of our lives
Where nothing is ever put straight
She turns herself ‘round and she smiles and she says
‘This is it, that’s the end of the joke’
And loses herself in her dreaming and sleep
And her lovers walk through in their coats.»

Mi vecina borda, en rosa

Y desde las 6.07 a. m., mi vecina se sienta en su balcón y borda.

Saca su sábana rosa a secar y, sin querer, hace que me dé un vuelco de alegría y de ternura el corazón.

Entre el gris de El Cairo, una nota de detalle (cose con bastidor) y de color: rosa, como los balcones de esas casas de Ring Road sin ventanas, con el piso de arriba derribado y el de abajo tapiado, que alguien se ha preocupado de pintar en violeta o en verde turquesa, para que los que pasemos, al verlo, sigamos creyendo en el ser humano y bajemos la dosis de fluoxetina.

El color.

Yo, que era de negro, ahora visto de rosa y de verde y de violeta, e incluso de naranja.

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César Vallejo, Voy a hablar de la esperanza: 

«Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.»

De puntillas

Hay días

en los que uno camina de puntillas,

aguantando la respiración,

con un inmenso temor a despertar.

Uno se planta las orejeras y, como los burros de Mijas, sube la cuesta sin relinchar ni rechistar.

Hay días, esos días, en los que una palabra más alta que otra, una canción que te recuerda el tiempo en el que no había esos días o una frase de un libro te despierta de ese coma autoinducido.

Entonces es cuando te acuerdas de que no te acuerdas de la última vez que no hiciste algo que debías y que hay dos letras con haches que te encajan como un corsé: harta y exhausta.

Y te entra la tentación de pensar en el futuro y de fantasear sobre el pasado. Y se te pasa. Y lloras un rato. Y te vas, de nuevo, a trabajar, y sonríes a tu marido que te pide hacer las paces y tiendes la lavadora para que la ropa no huela a humedad.

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