Mercedes Monmany refleja el afán por vivir y crear de tres escritoras muertas en el campo de concentración de Auschwitz: Irène Némirovski, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum.
“Me esperaréis, ¿verdad?” Esa confianza en el futuro queda patente en la pequeña postal que la joven judía holandesa Etty Hillesum, autora de un Diario conmovedor, arrojó desde el vagón del tren que la llevaba a Auschwitz el 7 de septiembre de 1943. Encontrada luego por unos campesinos, la postal fue enviada a la dirección que figuraba en ella y es el último testimonio escrito que se conserva de Hillesum, “figura inusual, excepcional” de las letras holandesas, que nunca se dejó llevar por “el resentimiento ni la amargura” y que murió en Auschwitz antes de cumplir los treinta años. En ese mismo campo perdió la vida la novelista francesa de origen ruso Irène Némirovski, que ya era una escritora consagrada cuando fue deportada y que casi hasta el final estuvo trabajando en su novela Suite francesa, oculta en una maleta durante décadas y publicada en 2004. Y el mismo trágico final corrió la poeta alemana Gertrud Kolmar, “alma gemela” de su primo Walter Benjamin y llamada “la hermana pequeña de Kafka” por la poeta judía Nelly Sachs, Premio Nobel de Literatura 1966.
En esas vidas “salvajemente interrumpidas por la muerte” está centrado el nuevo libro de la escritora Mercedes Monmany, Ya sabes que volveré. Tres grandes escritoras en Auschwitz: Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum”, publicado por Galaxia Gutenberg y presentado recientemente en la librería Lé de Madrid, en una velada en la que la autora estuvo acompañada por Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, para quien este libro “es un canto de esperanza, de vida y de muerte”, y por el editor Joan Tarrida, quien ensalzó el trabajo realizado por la autora en torno a la literatura narrativa y testimonial relacionada con el Holocausto.
Pero Monmany (Barcelona, 1957), experta en literatura europea, ensayista y crítica literaria, no se limita a recrear el afán por escribir y por vivir de esas tres autoras, sino que rinde homenaje a decenas de escritores que de un modo u otro fueron víctimas del nazismo, y teje un impresionante mosaico con los testimonios dejados por muchos de ellos. Algunos lograron sobrevivir y reflejaron aquella barbarie en libros imprescindibles, como sucedió con Primo Levi —»cuando lo cuentes, nadie te creerá», aseguraba el escritor italiano—, el Premio Nobel húngaro Imre Kertész o el israelí Aharon Appelfeld.
Kertész reflexionó sobre aquellos terribles años en su libro Un instante de silencio en el paredón, subtitulado El Holocausto como cultura. “Falta mucho —diría Kertész— para que se tome conciencia de que Auschwitz no es en absoluto el asunto privado de los judíos esparcidos por el mundo, sino el acontecimiento traumático de la civilización occidental en su conjunto, que algún día se considerará el inicio de una nueva era”.
“Esta vida es bella y está llena de sentido”, proclamaba Etty Hillesum en el diario que escribió entre 1941 y 1943 y que llegó a manos de un editor holandés en 1980. Y con esa frase titula Monmany la introducción de Ya sabes que volveré, quizá la parte del libro que más impresionó a Carmen Iglesias porque los testimonios incluidos demuestran que sus autores “apuestan, frente a la muerte, por mantenerse íntegramente siendo ellos, apuestan por que el odio no penetre en sus almas o en sus corazones ni se conviertan en lo que son sus verdugos. Eran conscientes de que existía el mal y de que había que luchar contra él”, dijo la historiadora en la presentación.
El testimonio más conocido es el de la judía holandesa Ana Frank, que quería ser de mayor periodista o escritora, como refleja el Diario que escribió en el refugio en el que se ocultó de los nazis, junto a su familia, durante casi dos años y medio: “Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora? (…) Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta!”
Pero hubo otros muchos diarios, como el que la joven parisina Hélène Berr, estudiante de Filología Inglesa en la Sorbona, comenzó a escribir a los 21 años.
El 8 de marzo de 1944, el día en que cumplía los 23, ella y sus padres fueron detenidos en su casa de París. “Como otros 67.000 judíos franceses, fueron llevados a Drancy, un campo de tránsito, llamado tétricamente ‘la antesala de la muerte’. Luego eran deportados en vagones de mercancía a Auschwitz y otros lugares de exterminio. De todos ellos sólo regresarían un 3%”, afirma Monmany.
Hélène fue enviada a continuación a Bergen-Belsen, donde murió a comienzos de abril de 1945, unos días antes de la liberación del campo por los ingleses. También Ana Frank sucumbió a la misma epidemia de tifus y murió en ese mismo campo, entre febrero y marzo de 1945, cuenta la autora. “Funesto paralelismo”, añade, el de esas dos jóvenes judías, aspirantes a escritoras cuando la guerra acabase, y cuyos diarios “se convertirían con el tiempo en documentos excepcionales, en armas de vida, en vez de muerte y destrucción”.
Unas armas “de paz y comprensión entre seres humanos” que muy pronto tuvieron que enfrentarse “a la infame peste del ‘negacionismo’, al falseamiento de la Historia y a la igualmente perversa ‘relativización’, que aún hoy aparece por doquier”, señala Monmany, autora también del libro Por las fronteras de Europa, en el que realiza un alegato de la literatura europea de los siglos XX y XXI a través de más de trescientos libros.
Al presentar Ya sabes que volveré, Monmany se refirió, al igual que hace en su libro, a “la incomodidad que provocaba en muchos el tener que recordar el genocidio de seis millones de seres humanos sucedido en la ‘civilizada’ Europa”. E incluye numerosos testimonios que reflejan ese sentimiento, entre ellos el de la política francesa Simone Veil, sobreviviente de Auschwitz, quien al evocar el regreso de los deportados tras la guerra dijo: “Encontramos un muro de indiferencia. La gente no soportaba escucharnos. Aburríamos”.
O el propio Primo Levi, cuando después de la guerra iba a Alemania en viaje de negocios y la gente se extrañaba de que hablara tan bien el alemán, contestaba abiertamente: “Lo que ocurre es que me llamo Levi, soy judío y estuve en Auschwitz”. Y a partir de ese momento, decía, “la conversación cambiaba de tono”.
En las últimas décadas han ido apareciendo libros, en diferentes lenguas, sobre la persecución sufrida por los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos pertenecen a niños “congelados en el tiempo”, o a sobrevivientes del horror de los campos o de la guerra, como fue el caso del israelí Aharon Appelfeld, que consiguió huir a los siete años de un campo de concentración y anduvo perdido durante seis años por los bosques de Ucrania, como recuerda en sus memorias Historias de una vida.
Hillesum, una santa Teresa moderna
La publicación del diario y de unas cartas que la joven holandesa escribió en el campo de tránsito de Westerbork, antes de ser deportada a Auschwitz, “causaron verdadera conmoción”, asegura Monmany, a quien le seduce de forma especial la personalidad de esta “lectora apasionada de Rilke y San Agustín”. Era “una mezcla singular de muchas cosas al mismo tiempo. Una especie de santa Teresa judía y moderna, una pensadora ‘mística’ liberada sexual (tuvo varias relaciones amorosas, habitualmente con hombres mayores que ella) y vitalmente”, que escogió “voluntariamente entrar en el campo de Westerbork, antecámara de Auschwitz, para estar con los suyos y compartir su misma suerte”. “A pesar de todo, siempre llego a la misma conclusión: la vida es hermosa. Y creo en Dios. Quiero estar en medio de todo aquello que la gente llama ‘atrocidades’ y aun así decir luego: la vida es bella”, dirá en su Diario, el 8 de octubre de 1942.
Como miembro del Consejo Judío, cuyo papel fue muy cuestionado porque “servían para materializar las decisiones tomadas por el ocupante”, Etty trabajó en Westerbork, y a ese período pertenecen “algunas de las partes más sobrecogedoras, ricas y emocionantes” de su Diario y de las cartas que va enviando desde ese lugar. Al principio disfrutó de un estatus especial que le permitía entrar y salir del campo, pero las condiciones se endurecieron cuando en los Países Bajos comenzó a aplicarse “la solución final” planeada a comienzos de 1942. “Entre julio del 42 y septiembre del 44 los aproximadamente 100.000 judíos que vivían en Holanda acabarían pasando por Westerbork para emprender el camino del Este de Europa”. Hillesum murió en Auschwitz el 30 de noviembre del 43. El Holocausto, dice Monmany, fue “la escuela de la vida y del amor, su ventana abierta a la muerte, a la unión con los otros y a la sabiduría interior”. Así lo dejó dicho: “Si llegase a sobrevivir a esta etapa, surgiré como un ser más sabio y profundo. Mas si sucumbo, moriré como un ser más sabio y profundo”.
Gertrud Kolmar, “alma gemela” de Benjamin
Prima hermana de Walter Benjamin, que consideraba a la poeta berlinesa “una verdadera alma gemela”, Gertrud Kolmar había publicado “tres magníficos libros de poesía”, antes de morir a los 48 años, y dejó inéditos una serie de poemas, narraciones y piezas teatrales.
La obra de Kolmar se recuperó a finales del XX y comienzos del XXI, sobre todo su libro Mundos, escrito en 1937 cuando los nazis llevaban ya cuatro años “con su locura destructiva”.
Kolmar, una joven “reservada, discreta y de extrema sensibilidad”, mantuvo una relación con un oficial casado, se quedó embarazada y su familia la presionó para que abortara. Aquello “la marcaría profundamente para el resto de su vida”, afirma Monmany. En Mundos, y en otras obras suyas, estarían presentes temas como el amor o la pérdida del niño que ya nunca llegaría a nacer y al que se dirige como si estuviera vivo. También dejaba volar su imaginación hacia lugares lejanos y exóticos.
En 1930, tras la muerte de su madre de cáncer, Gertrud Kolmar escribe su atormentada novela La madre judía, una novela “negra y pesimista en la que reflejó sin concesiones la locura asesina que anunciaba ya el nazismo en su ascenso imparable”. Pero ella, en la vida diaria, “jamás albergó ningún tipo de amargura o resentimiento en su interior”.
Su última obra fue la novela corta Susanna, “magnífico y lacerante relato, seco y enigmático”, asegura Monmany. La terminó de escribir en 1939, “en condiciones más que penosas y casi extremas, en el apartamento que los nazis le habían asignado, como residencia obligada a ella y a su anciano padre, antes de ser enviada a Auschwitz”. “¿Por qué son tan malas las personas? Siempre se enojan y se insultan y pelean y no les gusta que los demás se quieran”, se preguntará la joven protagonista de la novela.
Némirovsky, ¿una antisemita?
Cuando Francia e Inglaterra le declararon la guerra a la Alemania nazi, Némirovsky era ya una novelista famosa. Como afirma Mercedes Monmany, la autora de Suite francesa fue “una profesional de las letras, una amante de su oficio de los pies a la cabeza, incluso si el mundo se hundía a su alrededor”.
Casada con el financiero Michel Epstein, también de origen ruso judío, Némirovsky no se planteó el exilio. En realidad, Irène “estaba acostumbrada a las turbulencias de la historia”: a los 14 años presenció la Revolución Rusa desde su casa de San Petersburgo, y anteriormente la familia al completo había escapado del pogromo de Kiev en 1905; “en 1918 atravesó con sus padres, huyendo de la Rusia soviética, la guerra civil finlandesa, hasta por fin llegar a Francia en 1919”, recuerda Monmany.
El 13 de julio de 1942 fue detenida en Issy-l’Évêque. Dos días más tarde fue internada en el campo de tránsito de Pithiviers y el 17 de julio fue deportada a Auschwitz. Su convoy llegó el 19 de julio e Irène muere, probablemente de tifus, ese mismo día. Tenía 39 años.
Fue el marido de Némirovsky, que moriría gaseado en Auschwitz en noviembre del 42, el que entregó a sus dos hijas, Denise, de trece años, y Élisabeth, de cinco, una maleta, que no sería revisada hasta muchos años después y que contenía el manuscrito de Suite francesa. Las dos niñas se salvaron de ser arrestadas el mismo día que su padre, gracias a que un oficial alemán se compadeció de ellas y les dio “48 horas para desaparecer”.
El manuscrito fue publicado en 2004, y Némirovsky fue galardonada con el premio Renaudot, que nunca antes se había concedido a alguien ya fallecido. La novela, “un testimonio desgarrador sobre la Ocupación y la guerra en Francia, causó una enorme conmoción”. De esa forma, la escritora volvió “por la puerta grande, 62 años después de su cruel asesinato”.
En opinión de Monmany, Suite francesa es “un inapreciable y violento fresco que representa el pánico humano, el desconcierto y el caos en la vida cotidiana provocado por las guerras”.
Pero Némirovsky ya había alcanzado una gran fama en la época de entreguerras, desde que en 1929 debutó con la novela David Golder, un libro cruel, agudo, “de inclemente expresionismo zoliano, que no respetaba a nadie, ni siquiera a los suyos, los judíos”, dice Monmany.
Las visiones afiladas, poco complacientes, y de carácter muy poco “gregario” que Irène siempre tuvo respecto del mundo judío causaron “agrias polémicas”. Fue tachada a menudo de “judía antisemita”, de escritora “sospechosa”, “plegada y complaciente —según algunos de sus críticos— con los que tan brutalmente los perseguían”.
Monmany no cree que Némirovsky aumentara “el antisemitismo” con sus despiadados retratos y “siempre” ha intentado “aislar a esta gran escritora” de las críticas que recibió. “¿Tenía que haber sido más blanda con los suyos? La eterna pregunta”.
En su obra La Europa de los campos de concentración, Primo Levi expresó su deseo de que sus libros fueran leídos “como obras colectivas, como una voz que representara otras voces… Mientras sigamos vivos, es nuestro deber hablar, sobre todo a quienes aún no habían nacido, con el fin de que se sepa ‘hasta dónde se puede llegar’”.
Y eso es lo que ha hecho Monmany en su libro: dar voz a muchos de los escritores que, en diferentes momentos de su vida, vivieron aquel horror.
Sinopsis de Ya sabes que volveré de Mercedes Monmany
Ya sabes que volveré se centra en la literatura, tanto de ficción como memorialística y testimonial, de lo que fue el Holocausto. Y para ello, escoge tres grandes autoras que murieron en Auschwitz: Irène Némirovsky, Gertrud Kolmar y Etty Hillesum. A través de sus destinos, distintos en sus orígenes pero emparentados al final por la barbarie, Monmany traza la desaparición de gran parte de la intelectualidad europea y de la tradición de la modernidad judía que tanto conformó la identidad del continente desde Spinoza hasta la irrupción de los totalitarismos. Pero al mismo tiempo, describe su imbatible voluntad de vivir, su preocupación por los demás, su optimismo reflejado en el título del volumen, Ya sabes que volveré, como decían una y otra vez en sus correspondencias. Las tres autoras se habían asignado una misión: preservar a la humanidad en su conjunto. «No podemos convertirnos ni en bestia ni en árbol, no podemos y los SS no consiguen que lo logremos», escribió Robert Antelme, él también detenido en Buchenwald y en Dachau. Y este libro explora, con un gran bagaje de lecturas y una sensibilidad exquisita, esa determinación en no dejarse vencer ni derrumbar, el heroísmo de seguir afirmando, en medio de la barbarie, como hizo Etty Hillesum, «que esta vida es bella y está llena de sentido. A cada instante».
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Autor: Mercedes Monmany. Título: Ya sabes que volveré. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Amazon, Fnac
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