Ágora es una película que cuando se estrenó en 2009 fue recibida en España con párrafos y párrafos expresando decepción. Que si era la peor película de su hasta entonces casi infalible director (Alejandro Amenábar), que si había mordido más de lo que podía tragar, que si es un castillo que se cae por su propio peso, que si te acaba dejando frío, que si tanto dinero para una espectacularidad a cuentagotas… Muchas de las quejas que se expresaron entonces tenían en cuenta cosas externas al film, como la carrera anterior de Amenábar, su exportabilidad internacional (y por ende la del cine español al completo, aunque fuera rodando en inglés), el presupuesto récord que manejó, etc. Ahora que ya han pasado unos cuantos años y que todo eso empieza a resultar secundario, o incluso anecdótico, quizá sea hora de centrarse más en lo que contiene dentro.
La película cuenta la historia de Hipatia de Alejandría, una profesora y mujer dedicada a la ciencia y el conocimiento, experta en astronomía, filosofía, matemáticas, física, y poco más o menos todo lo que se sabía en su momento histórico, los siglos IV y V. O mejor dicho, todo lo que se creía que se sabía, porque aún estamos en una época en la que el ser humano aún no entiende bien cómo funciona el mundo en el que vive y el universo que le rodea, a pesar de lo cual se mete en agrias polémicas sobre lo que cree que sabe. La ciudad de Alejandría, además, se presenta como un microcosmos a orillas del Mediterráneo egipcio en cuya caldera se cuecen cosas que pueden cambiar el destino de la humanidad, no solo por sus sabios, estudiantes y bibliotecas, sino por sus conflictos religiosos, entre no menos de cuatro grupos principales: cristianos, judíos, “paganos” (donde caben desde romanos hasta griegos, egipcios y de más allá), y no creyentes, entre los cuales se halla, y no en el mejor momento posible para “no alinearse” al respecto, la propia Hipatia.
[Aviso de destripes en todo el texto]
Una de las polémicas principales de esta película, como todas las que tratan sobre figuras históricas reales, está en saber cuánto de “verdad” hay en el relato fílmico. El problema es que Hipatia es una de esas figuras de las que se sabe poco, y lo poco que se sabe es de segunda o tercera mano, contado muchos años más tarde y a veces sin acuerdo entre los expertos. No está muy claro tampoco qué inventó exactamente ella, y si lo que inventó lo hizo ella sola, en colaboración con otros, o recogiendo descubrimientos anteriores. Por ejemplo, el tema de cuándo supo exactamente el ser humano que no vive en un lugar plano sino más o menos esférico (achatado por los polos y ensanchado por el ecuador, que nos decían en el colegio) sigue sin estar claro del todo, ni tampoco cuándo esos conocimientos empezaron a ser algo de dominio público en lugar de preocupación de diletantes con tiempo de sobra para esas cosas. Sea como sea, aquí en la película tanto la figura de Hipatia como un par de los descubrimientos que hace están colocados ante nuestros ojos para servir de ejemplo, de compendio para ilustrar un concepto concreto: el de que hay que seguir mirando, pensando e investigando sin descanso y sin prejuicios, hasta que aparezcan las respuestas, incluso si estas van contra lo establecido desde tiempo inmemorial. O mejor dicho, especialmente si van contra lo establecido desde tiempo inmemorial. Así que yo en este punto, y en este caso (que en otros doy tanto por el saco como el que más con la exactitud histórica en el cine), vengo dispuesto a aceptar a Hipatia como un constructo-resumen de aquel espíritu antiguo investigativo-filosófico, hecho de una suma de ella misma y de otros personajes. Una fábula griega, en suma.
El proceso mental que sigue Hipatia para hacer el descubrimiento de cómo funciona el movimiento de los astros celestes que se podían observar en aquel momento (sol, luna y otros cinco planetas además del nuestro) es también una muestra de hasta qué punto resulta necesario despojarse de prejuicios, tanto que si no lo haces nunca conseguirás el logro que persigues: durante toda la película Hipatia y sus contertulios y estudiantes están tan obsesionados con la perfección atribuida al círculo que no son capaces de concebir una explicación para el espacio celeste que no incluya, aunque sea con calzador, esa óptima figura geométrica. Incluso cuando la propia observación a simple vista te dice que a veces el sol parece más grande y otras más pequeño, lo mismo que los demás planetas y la luna en nuestro cielo, aun así sus conjeturas se retuercen para no dejar de incluir círculos perfectos en sus hipótesis, llegando incluso a teorizar que podría haber movimientos circulares dentro de otros movimientos circulares, como ilustra Davo (Max Minghella), el esclavo del padre de Hipatia y a la vez alumno de esta. Cuando él presenta un modelo “interactivo y en 3D”, que diríamos ahora, con planetas (hechos con esferas, naturalmente, de nuevo formas perfectas) girando alrededor de sí mismos a la vez que alrededor de quien sea su centro (el sol o la Tierra), Hipatia lo recibe con tanto entusiasmo que hasta pide un aplauso para el esclavo tras su explicación. Este modelo se acerca un poco más a la realidad (es cierto que hay movimientos de rotación y de traslación simultáneos en un planeta), pero el descubrimiento final de Hipatia, ilustrado sobre la arena junto a su ayudante, solo llegará cuando se dé cuenta de que el movimiento de la Tierra alrededor del sol no es circular, sino elíptico. ¡Eureka! ¿Qué acabamos de aprender hoy? Que el perfecto círculo no lo explica todo, al fin y al cabo. El cono con piezas desmontables que tiene Hipatia también lo explica de una manera muy visual: se ladea un poco la cámara, y sin tocar nada, como en una ilusión visual, lo verás clara y nítidamente con tus propios ojos, por poco que sepas de ciencias. Pero para llegar hasta ahí, hay que haber mirado sin prejuicios sobre lo que es perfecto y lo que no.
De igual forma, uno podría extender esta manera de pensar (o de confrontar el pensamiento anterior) a cosas como el hecho de que una pareja “perfecta” de hombre y mujer no explica toda la experiencia afectiva humana, o que la superioridad del varón sobre la hembra no tiene por qué ser la base de una sociedad “perfectamente” ordenada desde un principio superior gobernante de todo. Hay que buscar, de nuevo, lo elíptico, sobre todo cuanto más hayas sido educado en la adoración al círculo. Porque sobre este tema hay una escena peculiar en la película, aquella en la que Hipatia rechaza el cortejo de Orestes (Oscar Isaac) dándole públicamente un paño manchado con la sangre de su propia menstruación. ¿Piensa Hipatia que la mujer es un ente imperfecto, usando para ello la misma muestra de lo que se consideraba prueba irrefutable de su debilidad como ser vivo, o simplemente está jugando con esa percepción que algunos hombres tienen de ellas? Parece estarle diciendo a Orestes “me amas, me adoras, me idealizas, pero recuerda que en la vida cotidiana esto me ocurrirá cada mes”. Orestes deja de cortejar a Hipatia de inmediato, yo creo que más azorado por lo que considera imperdonable grosería en público que porque acepte la reflexión, de nuevo un tanto oblicua, de Hipatia. Claro que, por otro lado, también Orestes se había tirado a la piscina al declararle su amor en público en pleno teatro con pífanos (literalmente) y tambores. Al parecer, este episodio del paño con sangre de su menstruación es algo que realmente Hipatia hizo, por lo que se sabe de ella, aunque en la realidad no fue Orestes su destinatario. En el film, sin embargo, puede quedar un tanto chocante esta escena al tratar el tema de las imperfecciones, la mujer y hasta el casarse con la ciencia como camino de vida libremente elegido en lugar de con un hombre (o una mujer).
Y esto nos lleva al otro gran conflicto de la película, el de la religión. Hacia el final del film, cuando el auge de los cristianos en Alejandría lleve a todos sus habitantes a decidir si están con ellos o contra ellos, el obispo Cirilo (Sami Samir) cita, como prueba irrefutable de que a Hipatia no hay que hacerle caso, un pasaje de la Biblia sobre el sometimiento de la mujer al hombre, a la vez que recuerda que no había mujeres entre los apóstoles de Cristo. Y si lo dice la Biblia, eso va a misa, por hacer el chiste fácil. Es una escena además tras la cual todo el que se declare del bando cristiano ha de arrodillarse en muestra de sumisión completa a TODO lo que diga aquel libro con la cruz, el alfa y la omega (el principio y el final) en la portada, se esté de acuerdo con todo él o no. Orestes, antiguo alumno de Hipatia, de clase alta y que ahora, convertido en principio al cristianismo, ha llegado a representante de Roma en la ciudad, decide no arrodillarse (gesto hecho en público, además) por una sola razón: no porque rechace la sumisión general de las mujeres al hombre (no hay nada que indique que a Orestes eso le parezca una injusticia), sino por su pasión de enamorado de Hipatia: recordemos que la lectura pública de esa cita no se ha hecho por casualidad ni tampoco para ilustrar un hábito general de la sociedad alejandrina, sino específicamente dirigida a lo que se interpreta públicamente como la influencia excesiva sobre Orestes de Hipatia y su agnosticismo.
En la inmensa mayoría de las películas donde salen cristianos en sus primeros años de existencia estos aparecen como buenos: como víctimas, como perseguidos, como martirizados, como gente sencilla que incluso luchaba por la libertad y por unas creencias de una base más bien útil al resto de la humanidad, como por ejemplo las partes de haz el bien, pon la otra mejilla, honrarás a tal y cual, etc. Pero aquí han pasado ya cuatro siglos desde la vida y muerte de Jesús de Nazaret, y los cristianos, ya perdonados y admitidos en el imperio romano, están en auge. Y más que en auge, están crecidos. Y más que crecidos, están hasta sobraos. Esto en la película se muestra a través de los parabolanos, un grupo cristiano que al principio se dedicaba a obras de caridad que nadie quería hacer, como ocuparse de cadáveres y enfermos contagiosos. Con el paso del tiempo, además de hacer esos trabajos sucios empezaron a hacer otro tipo de “trabajos sucios” entre comillas, como proteger al obispo, o ya directamente convertirse en hooligans mamporreros contra cualquiera que se metiera con su Dios, que al parecer era más poderoso que Maradona aún. Aquí la película la verdad es que se pone un poco peliculera, digamos, con estos parabolanos todos vestidos de negro, con capuchas y caras de malotes, que queda muy visual, sí, pero también muy maniqueo. De hecho, se da un efecto curioso: por un lado estos parabolanos representan claramente un grupo extremista dentro del cristianismo (engreído, violento, buscabroncas), pero luego nadie en todo el guion dice expresamente que “estos tíos son unos extremistas exagerados que no nos representan a todos” o que “no todos los cristianos son así”, y así este grupo acaba asimilando para sí y representando en general todo lo que significaba ser seguidor de Cristo en aquel momento. Incluso en la escena de la cita del obispo Cirilo, los que están a la puerta del templo en plan matón de barrio gritando a Orestes lo de “¿qué pasa, que no te vas a arrodillar?” son ellos de nuevo. No sé si esto está hecho aposta o es un descuido, pero resulta bastante visible, la verdad. A la película no le faltaron quejas provenientes de grupos de cristianos (sobre todo católicos), pero por otro lado no dejó de haber reacciones también de cristianos en su favor. Un reverendo neoyorquino, Philip Grey, escribió que “aquellos cristianos que se vean reflejados en los fanáticos monjes asesinos de la película y se sientan ofendidos necesitan hacer un examen de su alma muy serio” (“need to do some serious soul-searching”) y que “Hipatia me parece mucho más seguidora de los preceptos del cristianismo que sus perseguidores y torturadores”.
De todas formas, para tratarse de una “película de ideas”, que así se la llamó a veces, no hay muchas ideas desarrolladas en torno a las religiones. La primera vez que vemos una especie de debate público entre un romano y el parabolano Amonio (Ashraf Barhom), la discusión se reduce a hacer chascarrillos sobre el contrario: que si mis dioses comen, beben y fornican mejor para ellos, que si quién puede fiarse de un dios como Serapis que lleva una maceta en la cabeza, que si mi abuelo mandaba a los cristianos al circo con los leones, y para remate final, a que no tienes huevos de caminar sobre las brasas ardientes del ágora. Ole el nivel. Vamos, que esto se ve en Twitter todos los días. Es cierto que la idea principal de la película es la admiración por quienes dedicándose a la ciencia descubren cosas que los demás no sabían, pero el asunto religioso ocupa un espacio casi igual de grande en el metraje, si no mayor, y en ningún momento se hace un esfuerzo por que alguien explique, o reflexione, por qué la religión, una u otra, es importante, incluso desde el punto de vista filosófico, de ideas, para quien la sigue. Se las trata más bien como una fuente de violencia y estorbo para la ciencia, e incluso de aniquilación de sus logros, como cuando se destruye, por segunda vez en la Historia, la biblioteca de Alejandría. Recordemos aquí una de las imágenes más memorables de la película, esa toma cenital a cámara acelerada donde la lucha por la biblioteca hace aparecer a sus pobladores humanos como un hormigueo de insectos devoradores de lo que hasta entonces estaba vivo.
Otro elemento curioso es que siendo una historia sobre investigaciones de los movimientos de los cuerpos celestes, también puede interpretarse a Hipatia como el sol de la trama: todos los demás personajes giran en torno a ella o incluso influyen en los movimientos de otros. No menos de tres de sus alumnos se enamoran simultáneamente de ella (Orestes, Davos y Sinesio (Rupert Evans), aunque este aparece un tanto más alejado), mientras que Cirilo se esfuerza lo indecible, como hemos visto, por alejar a Orestes de “la órbita” de Hipatia, acusándola de bruja. Además, esos tres alumnos llegan todos a ser muy influyentes en el futuro, Orestes como representante de Roma en Alejandría, Sinesio como obispo griego de Ptolemaida y Davos como joven de peso específico en los parabolanos y autor de la muerte (en la película) de Hipatia. Es más, en la escena en la que Cirilo llama “bruja” a Hipatia, la cámara se detiene, uno por uno en los rostros de Sinesio, Davo y Orestes, mostrando sus reacciones. Y tan potente es la influencia del “sol” de Hipatia que Orestes se busca la ruina al no arrodillarse ante Cirilo, y Davo evita el escarnio y sufrimiento público de Hipatia al matarla él mismo antes de que pudiera ser torturada como bruja, pagana y sindiós, en una escena que podríamos llamar hasta romántica. ¿Por qué esta atracción? Bueno, primero porque tener la cara de Rachel Weisz ayuda al embeleso, pero también por algo llamado “sapiosexuales”, o gente a quienes lo que de verdad les pone es la gente inteligente.
Amenábar dijo en su momento que una de las cosas que le decidieron a hacer esta película fue que vio muchas conexiones entre la historia de Hipatia y su tiempo y nuestra época actual. Es un tropo muy viejo, y de hecho se suele decir que siempre que se hace una película sobre el pasado esta suele hablar sobre el presente en el que se hizo, así que en este sentido eso no es nada nuevo. ¿Qué lecturas se pueden sacar entonces? Pues en realidad el mensaje, si es que lo hay, es sencillo: admiración por la ciencia, sobre todo por los descubridores más importantes (porque al fin y al cabo, la penicilina la descubrió una persona concreta, el teléfono lo inventó otro, la doble hélice del ADN otros nombres específicos), y advertencia de cuidado al colocar la religión en el lugar que le corresponde, sobre todo cuando se ponga oscurantista, represora, violenta y destructora. Y sobre todo, conservar la memoria de quien se lo merezca. Rachel Weisz dijo que no había oído hablar de Hipatia en su vida antes de encarnarla. Quizá ella misma ahora ayude a que no se la olvide tanto.
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