¡Albricias! ¡Albricias que ha llegado la navidad! ¡Las bonitas fiestas ya están aquí, por lo que debería yo estar hoy mismo rebosada de amor, paz y felicidad, ¿no? Henchida de contentura comprando regalos en el atiborrado bazar del chino o en la calle Avellaneda. Debería estar estacionando en doble fila, pasando en rojo el semáforo porque no llego a la siguiente reunión de final de año, caminando presurosa por la calle mientras miro los muchos mensajes de alegría y afecto en mi teléfono sin ver al prójimo al que acabo de llevarme por delante, ¡y quién carajo lo manda a meterse en mi camino! Debería estar cenando emocionada en algún lugar con montones de personas que chillan, eufóricas y rozagantes, las maravillas que les han ocurrido durante el año que se nos va (maravillas que ya conocemos porque se han encargado de postear cada una de ellas en la red social). Divino es compartirlo todo, ¿no? (incluso lo que carece de importancia).
Y dado que no viene al caso pero me embalé, también deberían los políticos sacarnos adelante y no hundirnos cada vez más en el fango, ¿no? La democracia debería ser el gobierno del pueblo y no del poder económico. Los que más tienen deberían compartir con los que menos; los medios de comunicación deberían informar y no entretener y mucho menos manipular, lobotomizar a la gente. El matrimonio debería ser penado por la ley, al igual que caminar por los shopping los domingos y salir en caravana el fin de semana puente. Usted debería leer más, yo criticarla menos, usted debería hacer la dieta y yo escucharla cuando me habla, en lugar de esperar agazapada a que termine para dar con aires de experticia mi nada humilde aunque vulgar opinión… Pero… Señoras y señoros…
Lamento comentarles que poco de lo que debería suceder sucede, bien que nos pese, y usted lo sabe, claro que lo sabe, pero se hace la tonta con tal de poder pasarse horas en la internet blandiendo letras autoritarias e indignados “debería”. ¿O me va a decir que realmente cree que porque escriba en Twitter “Feijóo, vaya al carajo”, por ejemplo, este buen hombre se tomará el primer helicóptero al destino que usted le indica? ¿Ha de decirme que piensa que escribiendo en su muro “Viva Perón” el tipo va a levantarse de la tumba? Ya sé… Sí… Ya sé que realmente lo cree, no me lo repita, porque me sube el cortisol, y entonces yo debería adaptar mi escritura a su escueta capacidad de comprensión, que es lo que estoy haciendo: escribir obviedades ya dichas, echar culpas a los políticos y a los medios, que es a quienes gusta de echar la culpa usted, porque entre el dengue, las danas, los ajustes, la inflación, los inundados y las inundadas no me quedan fuerzas para originalidades, y como además no tengo plata para psicólogo me descargo con usted, que sigue leyendo porque no tienen algo mejor que hacer.
Y hay más. Ya que me gané vuestra atención, aprovéchome de su navideña nobleza y sigo, porque he sufrido enormes carencias últimamente y ustedes, desalmados míos, siendo estos tiempos festivos y generosos, deberían apiadarse y retuitearme, idolatrarme porque soy carente y además soy el prójimo y así lo ordena la santa zanata del libro santo (sé que si le doy lástima posiblemente empatice conmigo y me comparta este escrito, zonzolona). ¿Y para qué querría ser yo idolatrada y retuiteada? Pues supongo que para comer gratis en los restaurantes, vivir del canje, viajar sin pagar boleto, juntarme con gente de la élite a la que presumo erróneamente interesante y sentirme menos miserable aunque esté yo más sola que un regimiento de hongos fertilizantes. Entonces, volviendo al tema y para dar un cierre más o menos coherente a la cuestión: el día que los «debería» ocurran usted bajará de peso y yo me saldré del corro. ¡Felicidá pues!, diría nuestro querido Inodoro Pereyra. ¿O no deberíamos festejar por lo del hambre en el mundo, el cambio climático y la mar en patineta? Qué descalabro…
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