(Breve ensayo poético sobre la clase media)
ME ABURGUESÉ. ¡Como escucha! Me he dormido en los laureles, señora, en la empalagosa bondad de sus comentarios acerca de mis pseudo rebeldes escritos. ¿Y qué pone esa cara? ¡Algún día me iba a suceder! ¿No vio usted acaso que los héroes, los grandes seres, los magníficos/as carismáticos/as que han aportado a la historia giros dignos de mención siempre terminan mal? El poder los corrompe, se vuelven psicópatas, se traicionan y/o ABURGUESAN. En negrita, porque es claro que tuve el carisma de los extraordinarios. ¡Hube de nacer con la neurosis de los grandes! (Estese orgullosa de haber sido mi contemporánea). Pero mi carisma… Mi originalidad y valentía son cosas del pasado pues hoy he caído como chorla en las fauces de vuestros halagos, de vuestra zalamería, adulación y carantoña.
¿Vuestros?, pregunta usted con sus ojos perplejos y a punto de irse a mirar TikTok, que sí le ofrece arte verdadero. ¡SÍ, VUESTROS! Porque “la culpa siempre es del otro” y “sólo sé que no sé nada” son las máximas para caer siempre bien parado y, en este caso, la culpa de mi desgracia es DE USTEDES. Porque resulta que los lectores que antes no me daban ni la hora ahora me halagan. De pronto me han tomado simpatía. «¡Está muy bueno!», opina por Face una chica. «¡Cuánta verdad!», comenta otro en la revista Zenda… Si no me cree vaya a la página que he creado en Facebook humildemente intitulada Aguafuertes sudacas (1), y allí verá la desgracia de mi incipiente (e insipiente) popularidad. ¡Y no se ría! No sea marrana, que yo la estoy pasando más que fulero, porque cuando al idealista empecinado lo injurian, cuando el carismático es contradicho, entonces se envalentona, toma fuerzas, va contra los ninguneos, las puteadas y los molinos de viento, pero si me halagan, señora… Es como tirarme criptonita.
Así que desde hoy, aduladores míos, el mediocre club de la burguesa media clase tiene un nuevo miembro: YO. De ahora en más seré incapaz de afrontar cambio alguno. Voy a ser solidaria porque está bien visto serlo, sin preguntarme si hago el bien o el mal. Seguiré sumisa y ciegamente la rutina, imitaré prejuicios, perjuicios y no aceptaré de ninguna manera ideas diferentes. ¡Aunque digan que las creencias son relativas! ¡No me importa! ¡No me venga con cosas raras! ¡La realidad es la que veo por la televisión, y basta! ¡La realidad es que el rico es bueno y el pobre es malo! ¿O era al revés? ¡La realidad es que la muerte es mala, la vida buena! (¡Ja!) ¡La realidad es que Furia del Gran Hermano usa pasta dental de frambuesa, Perón un genio y Puigdemont un pollerudo, ¡JA JA JA! (También debo reírme de lo que todos ríen). La realidad es que siendo parte del rebaño obediente que nada cuestiona salvo lo que se cuestiona me siento segura, ¡PERO ME ANGUSTIO!
Así que si la felicidad no era ser más leída, si no era lograr la meta, ya no sé para donde huir, y mucho menos qué pensar… ¿Pensar? (Pregunta usted, y me hace pensar). ¿Para qué pensar? Mire todo lo que han pensado todos los que han pensado y seguimos estando como el culo. (Pausa larga digna de “el momento de la reflexión”). La rutina da seguridad, la seguridad mata el amor… Pero todos la piden, todos demandan seguridad y yo no quiero importunarle la vida, pero seguro terminó preso. ¿Se acuerda? (No).
Poncela, Laiseca, me haces acordar a varios con tu estilo. No voy a decir que es muy bueno ¡Andà al carajo!!
Pues gracias, hombre. Igual creo que ya no tengo arreglo.