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Agustín Fernández Mallo: «He resucitado a mi padre y lo he reconstruido de otra manera en mi cabeza»

Agustín Fernández Mallo: «He resucitado a mi padre y lo he reconstruido de otra manera en mi cabeza»

Doce años ha tardado el escritor Agustín Fernández Mallo en dar forma a su último artefacto literario, Madre de corazón atómico, la semblanza de una vida, un canto al padre, a su legado, su título más personal, según ha reconocido en una entrevista con EFE.

Fernández Mallo, autor de la trilogía de novelas llamada Nocilla Project, que a su vez dio nombre a la denominada «Generación Nocilla’ de escritores, ha rememorado que, cuando enfermó su progenitor hacia 2010 y comenzó a tener pérdidas de memoria, con más de 80 años, empezó a preguntarse quién había allí, una cuestión que recorre las páginas del libro.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que, por su trabajo durante años como radiofísico en el hospital Son Dureta de Palma de Mallorca, se había preparado para asumir la degradación física de su padre, pero no la degradación mental.

«Lo que plantea esta obra, que en cierta manera se apuntaba en el poemario Ya nadie se llamará como yo, es que cuando alguien muere, en realidad no muere. La muerte no existe, es imposible que exista. Esa persona se reconstruye en tu cabeza de otra manera, es un proceso misterioso. Aquí de lo que estoy seguro es de que he resucitado al padre y lo he reconstruido de otra manera en mi cabeza», ha aseverado.

Publicada por Seix Barral, la novela le sirve para recorrer todo el siglo XX en España de la mano de un hombre, veterinario de profesión, de un pequeño pueblo de León, firme creyente en la ciencia y el progreso.

Entre otras vicisitudes, fue protagonista de un viaje pionero por Estados Unidos con el objetivo de traer una veintena de vacas en avión hasta Galicia, donde vivía y trabajaba, en 1967, justo unas semanas antes del nacimiento de Fernández Mallo.

A su juicio, la última enseñanza que da un muerto es que continúa en «tu cabeza».

EFE/Quique García

«Yo ya había escrito en otros ensayos la idea de que cuando un ser humano pone algo en el mundo, eso ya no se puede borrar nunca, sea la invención de la rueda o un automóvil. Eso existirá para siempre, aunque sólo esté en nuestra cabeza. Por ello, una persona que ha existido, existirá siempre», ha apuntado.

A pesar de que reflexione sobre la muerte o sobre la enfermedad, el novelista subraya que ha firmado un libro «optimista, en el sentido del reconocimiento a alguien que me hizo un legado», ni tampoco es un «ajuste de cuentas, porque no hay nada que ajustar».

Encontrar el tono y la forma

Si ha tardado más de una década en acabar de poner el punto y final fue porque le costó encontrar el tono, la forma, entre otras cuestiones, porque: «no quería utilizar la muerte de mi padre para hacerme el listo. Sentía como remordimientos si hacía algo experimental, espectacular».

«Al final —prosigue— me di cuenta de que lo que tenía que narrar debía hacerlo, igual como él me contaba a mi las cosas, sin ningún alarde, empezando una historia por el principio y contándola hasta el final».

Con algún que otro momento que lleva a la sonrisa del lector, como cuando cuenta que en una casa en la que residió en Deià (Mallorca), dormía en la misma cama en la que, al parecer, lo hizo un rey, Agustín Fernández Mallo remarca que todo lo que relata tiene que ver con la realidad, que considera, de por sí, lo «suficientemente fantástica».

Justamente, su padre fue alguien que le ayudó a ver «la cara B de lo que tenemos delante».

«Me he cansado de repetir que el mundo fantástico está aquí, no hace falta irse a ningún lado. Proust mordió una magdalena y cambió la historia de la literatura. Su relato no va allende los mares, es algo cotidiano, como los arándanos de los que nos hablaba mi padre. Eso es lo que él me transmitió, no a propósito, si no por su forma de ver el mundo», ha señalado.

En cuanto al título de la obra, ha indicado que surge de un disco de Pink Floyd, «Atom Heart Mother», con una vaca en su portada, que es en lo que se fijó su progenitor cuando lo encontró en la casa familiar.

Preguntado por su madre, que tiene cien años de edad, y que aparece sólo tangencialmente, descubre que ello ocurre porque: «Si hablo de mi padre no lo puedo hacer de ella, porque debería hablar de la relación que tenían y eso no lo puedo contar porque yo no estaba dentro».

Seguro de que a su padre le gustaría leer su nueva propuesta literaria, Agustín Fernández Mallo también precisa que a su madre le parece bien y, con problemas de visión en la actualidad, ya le ha pedido que cuando vaya a Galicia a visitarla se la lea él.

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