Hace algunas semanas, con motivo de la publicación de La palabra ambigua de David Jiménez Torres (Taurus), yo lanzaba una idea aventurada: ¿y si la segunda Edad de Oro del ensayismo español se estaba produciendo ahora mismo? Y proponía a una serie de pensadores y filósofos de gran alcance aún activos en nuestro país. Existe la subclase de los poetas del pensamiento que devienen filósofos, y Agustín Fernández Mallo y Chantal Maillard vendrían a encajar perfectamente en esta categoría steineriana.
Mark Fisher dejó escrito que para repensar una nueva situación política que superara el Realismo Capitalista, es decir, la mercantilización integral de la existencia humana considerada como una religión, era completamente inútil que nos instaláramos 1) en la nostalgia o 2) en el Apocalipsis moralista. La forma de la multitud, no exento de avisos inquietantes, precisamente evita entrar en tonos lastimeros para lograr un panorama humano convincente a partir del cual ponernos a trabajar sobre algún tipo de base sólida o mínimamente honesta.
Los científicos (Agustín Fernández Mallo lo es de formación) nos sorprenden a los literatos por su frialdad, por la familiaridad con la que hablan del Cero Total universal, de extinciones masivas, o de la increíble futilidad de nuestra política, reducida a un espectáculo debordiano de cruce de frases y gestos totalmente independizados de la realidad. En este caso, esta distancia analítica sienta muy bien a un texto que se propone, ni corto ni perezoso, interpretar la totalidad de la cultura humana a partir de tres modelos de capitalismo distintos y a mundo entrecruzados, para lograr una comprensión del hábitat humano ayer y hoy, sin recomendaciones morales. El autor no explica cómo hemos de vivir, o amar o relacionarnos con los Otros, no se rebaja a eso, sino que hace algo mucho más astuto y valioso: señalar cómo vivimos, o cómo no tenemos más remedio que vivir, puesto que el capitalismo monetario o su versión más acelerada y novedosa, han aprendido fagocitar cualquier tipo de alternativa o exploración emancipada, para convertirla en un nuevo objeto de consumo.
No encontraremos eslóganes fáciles contra el capitalismo o el consumismo, admitamos la evidencia: nadie tiene en sus manos ya el poder de detener la dictadura financiera y el control externo de nuestras vidas. Esos eslóganes son, hoy por hoy, puro mercado. Renunciemos a la nostalgia y situémonos en una postura analítica honrada: dejemos de prometernos paraísos irreales. La realidad es la que es, y si no partimos de ella no podremos escapar por la tangente cultural ni restaurar nuestros futuros hoy declarados imposibles: “Y es que hoy más que nunca —esto hay que entenderlo— nuestra identidad está construida desde fuera de nosotros” (p.96). Las utopías civiles que nos imponen son formas religiosas de control social, construidas en base a nuestros yos estadísticos. También parece que hayan quedado definitivamente averiadas o muy deterioradas algunas funciones cognitivas: “Esta es una de las novedades del capitalismo de tiempo infinitesimal: el trabajo que, en la invisible dimensión estadística —en la subnoosfera—, este lleva a cabo y que sólo es detectable en una dirección y un sentido. El asunto de qué es real y qué es imaginario se pierde en la noche de los tiempos; antropológicamente hablando, se trata de una constante y puede sintetizarse en el hecho de que el cuerpo humano carece de un dispositivo, método o proceso por el cual diferenciar qué es un dato objetivo y qué es una alucinación, qué es verdad y qué es mentira, qué cae dentro de lo real y qué cae dentro de lo imaginario” (p.122); y esto porque “sabemos que el cerebro no da fe de realidad absoluta alguna, sino que la simula” (p.123).
Es el naufragio total de Spinoza. Julián Marías se hubiera puesto a llorar. La nueva realidad autónoma digital nos suplanta y clona a su antojo, fuera de nuestro control: nos provoca crisis bursátiles porque no nos tiene en cuenta, no le interesamos. El mundo de la hipereficacia productiva hace que nos estallen bombas cognitivas y desertizaciones sin que podamos oponer algún tipo de sueño neohumanístico. Hemos sido puestos en venta y no tenemos, por ahora, modo de salir del escaparate total: “Porque nada hay más único, nada hay más propio ni más intransferible que el modo en que el ciudadano emplea el tiempo libre, aunque sea un tiempo libre empleado en trabajar. El erróneamente llamado capitalismo tardío era esto: su infusión en todos los ámbitos de la existencia a través de la nueva quintaesencia de la producción de capital: el ocio” (p. 152). Ya nos advirtió Remedios Zafra en El entusiasmo o Frágiles.
El capitalismo no es algo que podamos desprender de nuestras sociedades o nuestras vidas: lo llevamos pegado a los esquemas culturales desde el Paleolítico. Allí donde hay jerarquías, trueques, creación, hay intercambio de símbolos y estatus sociales. La novedad es que el capitalismo de tiempo infinitesimal ya arrumba el servicio humano como una rémora y se erige como sistema autorreferencial y depredador.
Lo que quiere decir el autor es que nuestras casas, nuestros cuerpos y calles y escuelas son ahora mismo fábricas. Y esto gracias a una certeza formulada hace décadas: “En el citado El capitalismo como religión, Walter Benjamin ya afirmaba que el capitalismo es la más perfecta religión por cuanto el culto se hace por medio del trabajo, y como el trabajo ha de practicarse todos los días, puede decirse que, excepto quizá los domingos en los países católicos, todos los días son festivos para la religión capitalista” (p.153). Actualmente jamás dejamos de trabajar, en el sentido de que hasta durmiendo nos dejamos medir por relojes y aplicativos, en un momento en el que las prótesis culturales han venido a coincidir por la generalización de los instrumentos de producción de datos.
Ha pasado y hay que aceptarlo. Creando juguetes hemos sido recreados por nuestros juguetes, la singularidad independizada está a la vuelta de la esquina, o ha llegado ya, y nosotros sólo sabemos restaurar ridículos nacionalismos y espasmos excluyentes que pronto se llevará por delante la migración climática y el absolutismo de mercado. Ni siquiera tenemos acceso a nuestra “identidad estadística” que pulula como un alfeñique por los espacios algorítmicos.
Como comentario final, destacaremos la habilidad (o sabiduría) con la que Fernández Mallo ha ido consolidando una trayectoria que ha sabido orillar los aspectos más banales de la cultura postmoderna. Para hacerlo se ha zambullido en las propuestas más lúcidas del pensamiento europeo de entreguerras (estoy pensando fundamentalmente en José Ortega y Gasset y Walter Benjamin). En este ensayo leo por primera vez la palabra “posdigital”, para caracterizar un mundo en el que conviven las formas analógicas y las digitales en un equilibrio inestable o en una codependencia aún no suficientemente estudiada. Entendámonos: Fernández Mallo no se queda en la mera bagatela lúdica ni trata de amoldarse de forma oportunista a las formas facilonas de fragmentarismo. Su tratado (esto es lo que es el ensayo La forma de la multitud) reúne todas las características de un sistema de pensamiento serio. Todo lo contrario del lugar en el que se ha podido situar, por ejemplo, otro compañero suyo de promoción, Manuel Vilas. Vicente Luis Mora también está en la construcción de la maqueta cósmica: su Circular 22 (Galaxia Gutenberg) es también una cosmogonía, o una Post-teogonía, cercana a los estudios de interfaces conflictivas que traza Jorge Carrión en sus libros. Gracias a todos ellos, el espinazo dinamitado y retorcido de nuestro tiempo está bien atendido por estos lares, bien definido y puesto al servicio de una cultura abierta y libre de tópicos. Porque quien busque un tópico fácil en La forma de la multitud va a tener trabajo, de verdad, porque de cada aspecto de nuestra atribulada vida humana de hoy (la guerra, el arte, el sexo, el amor, la masa, el cristianismo, el emocapitalismo, las crisis financieras, los bots, las identidades clónicas o fragmentadas o incontroladas) sabe exprimir Agustín Fernández Mallo una perspectiva original y sugestiva. Aprovechémosla.
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Autor: Agustín Fernández Mallo. Título: La forma de la multitud. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.
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