El dolor por el recuerdo, el estigma o el sentimiento de culpa son algunos de los denominadores comunes de los hibakusha, quienes sobrevivieron a las bombas atómicas lanzadas por EEUU sobre Japón en 1945, como recoge el libro Hiroshima: Testimonios de los últimos supervivientes.
«Hiroshima y Nagasaki son dos ciudades que han tenido mucha resiliencia. En el libro he intentado destacar que hoy son ciudades alegres, modernas y cosmopolitas, que poco a poco van superando el trauma, sin olvidar lo que pasó pero mirando hacia adelante». Precisa que consideraba «muy importante hablar de Nagasaki, una ciudad injustamente olvidada, porque parece que todo pasó en Hiroshima, pero en proporción allí fueron mucho más graves los efectos». En esto influye que Hiroshima «está más cerca del clásico circuito turístico Tokio-Osaka-Kioto, y que hasta hace poco tampoco llegaba el tren bala hasta Nagasaki, pero es una ciudad con mucho encanto».
Entre los testimonios abunda «el sentimiento de culpa por sobrevivir o por no haber podido ayudar a otros afectados, como en el caso de Masayo Mori, «que se siente con culpa por no haberle dado agua a una niña de 6 años, y eso ha sido para ella un tormento durante toda su vida». «Es muy destacable que los japoneses no sienten odio ni deseo de venganza contra los americanos, e incluso sienten vergüenza y humillación, y piensan que si Japón no hubiese lanzado el ataque de Pearl Harbor EEUU no habría entrado en la Segunda Guerra Mundial y no habría habido guerra en el Pacífico». Para Rivera, «no hay dos países en el mundo que hayan sido enemigos tan íntimos y que unos años después hayan sido grandes aliados», y resulta «admirable» cómo los americanos «ayudaron a reconstruir Japón», país que en los años 80 y 90 «estuvo a punto de superar a EEUU como primera potencia económica mundial».
Añade que «hay una visión eurocéntrica en la que parece que las bombas atómicas fueron un desastre material, con las ciudades arrasadas, pero no había un elemento humano». «Durante muchos años las imágenes de cadáveres, de cuerpos carbonizados y de malformaciones fueron olvidadas y canceladas, por decirlo en términos actuales. No se abrió la veda hasta finales de los 50 y principios de los 60, y uno de los primeros testimonios artísticos fue la película Hiroshima mon amour, que hablaba de ese infierno». Insiste en que «ha habido un silencio» y ha cundido la idea «casi de que gracias a la bomba atómica terminó la Segunda Guerra Mundial, pero el Imperio Japonés estaba a punto de rendirse, con una debilidad manifiesta, y su única opción eran los pilotos kamikaze«. Sobre el bombardeo de Nagasaki, apunta que «la URSS estaba a punto de invadir Japón, y EEUU pensó que si no lanzaba esa segunda bomba atómica, Japón podría convertirse en un país satélite comunista o dividirse en dos, como Corea».
Otro testimonio que impactó a Rivera fue el de Takako Gokan, una superviviente que localizó en 2020 en un pueblo de Málaga, «que cuando tenía 11 años fue la única que sobrevivió en su clase, y que ha ocultado que era una hibakusha hasta hace veinte años». «Ahora hay jóvenes en Hiroshima haciendo pódcast o con canales en YouTube que, sin tener ninguna relación con los hibakusha, están reivindicando su memoria. Son voces que no tienen rencor y que siempre miran hacia adelante», resalta Rivera.
Dios mío, cómo se puede ser tan ciego ante este crimen contra la humanidad, aún impune.