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Agustín Rivera: «Las víctimas de Hiroshima y Nagasaki quedan orilladas por la fascinación por la bomba»

Agustín Rivera: «Las víctimas de Hiroshima y Nagasaki quedan orilladas por la fascinación por la bomba»

Foto de portada: Emiko Okada, hibakusha de primera generación de Hiroshima. @Toñi Guerrero

A las 8:15 del día 6 de agosto de 1945 el ejército norteamericano lanzó sobre territorio japonés el arma más mortífera conocida hasta entonces por la humanidad. El Bombardero B-29 Enola Gay soltó sobre la ciudad de Hiroshima una bomba de uranio-235 —apodada Little Boy por los aviadores yankis— de 4.400 kilogramos de peso, tres metros de longitud, 75 centímetros de diámetro y una potencia de 16 kilotones. Solo tres días más tarde, Fat Man, con cuatro kilotones más que su predecesora, hizo blanco en Nagasaki. En el momento de las explosiones perdieron la vida 80.000 personas, otras 50.000 en los días siguientes y 75.000 más lo hicieron después por las heridas causadas por la radiación. La gran explosión nuclear provocó la rendición de Japón y el final de la II Guerra Mundial. El proyecto Manhattan había sido un éxito y Oppenheimer se convertía en una leyenda de la ciencia. Las víctimas —muertas o vivas— se transforman desde ese momento en sombras, incluso en su propio país. Agustín Rivera, excorresponsal en Japón, recoge en su último libro, Hiroshima (Kailas), las voces de los supervivientes a la tragedia y las de sus descendientes. Esta obra es un testimonio del dolor, de la estigmatización y del olvido; un sobrecogedor reportaje sobre el trauma que supuso el horror atómico.

Hablamos en Zenda con Agustín Rivera de la película de Christopher Nolan, de una hermosísima luz mortífera, de la pesada losa del olvido y de un niño que creció obsesionado con ser periodista y viajar a sitios históricos.

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—Su relación con Japón viene de lejos, de sus tiempos de estudiante en Salamanca.

"El amor me motivó para ir a Japón, pero también el conocimiento que había tenido de esa nación a través del libro de Ramón Vilaró"

—Sí. Estudié primero de periodismo en la Pontificia de Salamanca. Durante ese año, leímos un libro que se titulaba Japón, más allá del vídeo y las geishas, de Ramon Vilaró, editado por Aguilar. Esa obra me cautivó por cómo estaba escrita y porque era un reportaje de un país muy desconocido y diferente. Apenas unos meses después, al piso de estudiante donde vivía —por el que pasaron 25 personas de diferentes nacionalidades— llegó una chica japonesa y fue mi perdición. La conocí, me enamoré de ella y aún más de la cultura nipona. Estuve con ella siete años. El amor me motivó para ir a Japón, pero también el conocimiento que había tenido de esa nación a través del libro de Ramón Vilaró, aparte de los referentes culturales de mi generación como los dibujos de Mazinger Z.

——La historia de Hiroshima entra en su vida gracias al periodista Manu Leguineche.

—La primera vez que estuve en Japón fue en 1995. Tenía 22 años. Yo estaba trabajando como una especie de becario en Diario 16 Málaga. Yo le había contado a Manu Leguineche que iba a Japón, y él me animó a ir a Hiroshima. Les ofrecí una previa y una crónica a los de la edición nacional para irme al aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas. La primera vez que estuve me impactó muchísimo ver la ciudad, conocer las historias de los supervivientes. Fue un gran acontecimiento. Desde que era un niño soñaba con estar en un sitio clave en la historia como ese. Luego fui corresponsal del diario El Mundo casi un año, entre 1998 y 1999. Durante esa época no volví a Hiroshima, fue más tarde en 2001 cuando viajé para realizar una serie de reportajes, una especie de «ruta atómica» por esa ciudad y también por Nagasaki y Kokura. Intenté ampliar esa historia y casi publico en 2003 el libro que acabo de sacar ahora. Me alegró de que no saliese entonces porque habría sido una obra poco profunda, demasiado superficial. Me faltaban lecturas, madurez y edad para poder analizar. También necesitaba conocer más a fondo las historias de los supervivientes.

—Los hibakusha.

—Sí.

—¿Quiénes son?

—Etimológicamente, se denomina así a la persona o personas que han sufrido la radiación atómica, los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. No solamente son hibakusha los de primera generación, los que fueron afectados directamente por la explosión y la radiación, sino también se estableció una segunda generación, personas que hoy tienen entre 50 y 60 años. Y también hay una tercera, formada por jóvenes de entre 20 y 30 años, los nietos de los primeros. Los hibakusha son personas que han sufrido una estigmatización tremenda. Si decían que eran hibakusha, tenían problemas para conseguir trabajo, para encontrar una pareja, para tener hijos… Nadie quería estar con ellos. Para mí era importante reflejar sus historias. Porque en mi libro lo primordial es el factor humano.

Hiromi Sumida. Hibakusha de tercera generación de Hiroshima. @Toñi Guerrero

—Este está siendo el verano de Oppenheimer. Resulta contradictorio que despierte más interés cómo se fabricó la bomba atómica que las consecuencias que provocó entre una población civil desarmada. ¿Por qué ponemos el éxito científico por encima del dolor de las personas?

"Ojalá la película de Christopher Nolan hubiese sido diferente. Creo que se ha perdido una oportunidad para que se hubiese visto por primera vez el horror de Hiroshima y Nagasaki"

—Desgraciadamente el dolor de las víctimas queda relegado por el tema científico, aunque no debería ser así. Las víctimas de Hiroshima y Nagasaki quedan orilladas por la fascinación por la bomba. Ojalá la película de Christopher Nolan hubiese sido diferente. Creo que se ha perdido una oportunidad para que se hubiese visto por primera vez el horror de Hiroshima y Nagasaki.

—Afirma en el libro que todo el mundo debería ver, al menos una vez en la vida, el museo de Hiroshima. ¿Por qué es necesario mantener el recuerdo tantos años después?

—Aunque en el 2025 se cumplan 80 años de las bombas, pienso que todo el mundo debería ir a Hiroshima o Nagasaki. Ese Museo de la Bomba te marca al ver cómo eran las ciudades antes de ser atacadas, las secuelas entre la población por la bomba atómica, las físicas —como las quemaduras— y también las psicológicas. Y esto te sirve para preguntarte por qué vivimos ahora esta escalada nuclear, por qué hay un arsenal atómico que no debería de existir, y también para soñar con el fin de la era nuclear.

—Las dos fueron grandes tragedias, pero se habla siempre más de Hiroshima que de Nagasaki. ¿Cuál es la razón?

—Hiroshima fue la primera ciudad que sufrió la bomba atómica y por eso tuvo más impacto, y lo que pasó en Nagasaki tuvo un papel más secundario. La principal diferencia entre lo que ocurrió en las ciudades es que en Nagasaki la bomba cayó en el barrio de Urakami, que era el barrio católico de la ciudad. En 1945 Japón tenía solo un 1% de población cristiana, y el 90% de ellos vivían en Nagasaki, que es una ciudad con una clara influencia jesuita desde el siglo XVI. Allí se desarrolló un cristianismo muy particular, casi de catacumbas. El objetivo inicial eran los astilleros de Mitsubishi, pero el impactó se desvió hasta Urakami. Hay una superviviente que lo define muy bien en el libro: «Hiroshima grita, Nagasaki llora en silencio». Son dos ciudades que deberían tener una mejor comunicación entre ellas. Es algo que se está consiguiendo gracias a varias asociaciones de hibakusha.

Niñas observando la cúpula de la bomba atómica de Hiroshima. @Toñi Guerrero

—Cuando Barack Obama acude al aniversario de Hiroshima habla de «unas bombas que cayeron del cielo». Esas bombas atómicas las tiraron ellos, los norteamericanos. ¿Por qué estos eufemismos? ¿Por qué no hay un perdón más sincero?

"Es inadmisible que no haya habido un perdón a los hibakusha"

—Es inadmisible que no haya habido un perdón a los hibakusha. Al menos, Obama fue el primer presidente norteamericano que fue a Hiroshima. Eso es digno de elogio. Pero hay que preguntarse por qué no fue a Nagasaki, por ejemplo, y por qué no pidió perdón. Lo que es todavía más increíble es que Joe Biden haya estado este año en Japón, en la cumbre del G-7 en Hiroshima, y no haya pedido ese perdón. Era una oportunidad de oro. Habría supuesto un gesto importante en una época de escalada nuclear.

—¿Cómo es posible que los japoneses no guarden resentimiento hacia los americanos después de Hiroshima y Nagasaki?

—Hubo una ausencia de rencor desde el principio por el sentimiento de vergüenza de haber empezado el enfrentamiento con el ataque a Pearl Harbor. No ha habido en la historia de la humanidad, al menos durante el siglo XX, dos países que hayan sido enemigos acérrimos durante una guerra, como Japón y Estados Unidos, y al día siguiente de firmar la paz se convirtiesen en aliados. Es verdad que Estados Unidos ocupó Japón, pero la ayuda económica que les brindaron fue increíble. De hecho, Japón —en buena medida gracias a ese apoyo— estuvo a punto de superar a Estados Unidos en la década de los 80 como primera potencia económica mundial.

—Hay quién justifica la bomba argumentando que Japón no iba a claudicar, otros critican la decisión seguros de la inminente rendición de Japón. ¿Usted qué piensa?

"Después de la bomba de Hiroshima, la rendición era todavía más evidente, pero todavía se lanzó la de Nagasaki"

—Creo que la bomba atómica fue innecesaria. Japón estaba a punto de rendirse. El emperador ya no quería más guerra. Lo que pasa es que tenía unos oficiales y unos mandos militares con una visión muy imperialista, que creían que había que luchar hasta el final. Esto último es algo que estaba muy inculcado entre la población, entre los niños. Muchos de los hibakusha lo recuerdan así. Después de la bomba de Hiroshima la rendición era todavía más evidente, pero todavía se lanzó la de Nagasaki. El problema es que la URSS le declaró la guerra a Japón y había un temor a una invasión soviética y que el país se hubiese convertido en una especie de Corea, divido en dos mitades, una en la órbita comunista y otra en la capitalista. Japón se iba a rendir, pero queda muy bonito decir que ellos iban a luchar hasta el final. Estados Unidos había invertido mucho dinero en el Proyecto Manhattan, que está tan de actualidad por la película Oppenheimer que comentábamos antes, ¡cómo no iban a probar la bomba atómica que habían fabricado!

—Hay una frase de su libro que se me ha quedado grabada: «una vez que terminó la guerra nos permitimos el lujo de tener amigos». Lo que vivió la sociedad japonesa durante la Segunda Guerra Mundial no fue muy diferente de lo que ocurrió en otras dictaduras como la Alemania nazi o la Rusia de Stalin.

—Total. Es que el país estaba súbitamente mediatizado y controlado. Fue una época muy complicada para ser un niño en Japón. Estaban muy militarizados, usaban el informe en la escuela, había una gran cantidad de reglas que tenían que seguir… Tuvo que ser una vida muy cruel para un niño.

—Ahora tenemos claro que en Hiroshima cayó una bomba atómica, pero los habitantes de esas ciudades no sabían lo que les estaba ocurriendo. No imaginaban que estuviesen siendo víctimas de la radiación.

—Todo fue muy cruel. Porque ellos veían una luz hermosísima en el cielo. Muchos supervivientes recuerdan que fue algo absolutamente increíble. Pero al poco tiempo, llegó el infierno. Hay un testimonio de una mujer, Emiko Okada, que es muy impactante. Ella comenta que no quiere ver los atardeceres —algo que nos gusta hacer a todo el mundo— porque le recuerdan a lo que contempló ese día de agosto. Es tremendo como algo tan bello se convierte en algo tan trágico. Como decía el premio Nobel Yasunari Kawabata: «Lo bello y lo triste». Ellos no pensaron en ningún momento que era una explosión nuclear, creían que era un bombardeo normal y corriente. Hay otro relato aterrador —el de Yamaguchi— que huye de Hiroshima a Nagasaki, y mientras está contando en esa ciudad el horror que ha vivido cae la segunda bomba atómica.

—Hubo un momento, después de la bomba, en el que se pensó en abandonar las ruinas y reubicar la ciudad de Hiroshima.

"La primera vez que fui a Hiroshima la gente me advertía que tuviese cuidado con el socavón dejado por la bomba y con la radiación"

—Sí, porque no se sabía el efecto de la radiación y cuánto iba a durar. Desconocían si Hiroshima iba a volver a tener flores, por ejemplo. Y cuando brotaron las primeras plantas, volvió la vida a la ciudad con las adelfas. Si la visitas ahora, compruebas que es un lugar muy verde, con mucha vegetación y con muchísima vida. Es muy curioso que la primera vez que fui allí la gente me advirtiese que tuviese cuidado con el socavón dejado por la bomba y con la radiación.

Agustín Rivera. Foto: @Toñi Guerrero

—Dejamos Hiroshima. Ahora le toca a usted. Desde pequeño usted tenía claro cuál era su vocación, el periodismo. Mientras que el resto de los niños soñaban con marcar goles en el Bernabéu, usted lo hacía con poder contar esas gestas deportivas en la radio.

—(Ríe) Sí, he tenido una vocación muy determinante y muy clara desde que era un niño. Sabía que lo mío era el periodismo. Nunca cambié de opinión, aunque tardé en empezar la carrera. Tengo una letra horrible y en la selectividad esa mala caligrafía me impidió tener la nota suficiente para ir a la universidad que quería. Al final, pude entrar en Salamanca y luego volví a Málaga, cuando pusieron la facultad, para terminar mis estudios. Y no he perdido esa pasión; cada vez me gusta más el periodismo. Hay mucha gente que se siente quemada con el paso de los años, pero a mí eso no me ha pasado. Me ha ayudado mucho el ser profesor, tener que alentar las vocaciones de nuevos periodistas. Eso me ha ayudado a creer aún más en nuestra profesión.

—Nada ni nadie le hace perder la fe en el reporterismo. ¿Cómo ve el periodismo nacional?

"La publicidad institucional prostituyó al periodismo"

—Creo que hay demasiada dependencia del poder institucional: deberían prohibir su publicidad en los medios de comunicación. Hacerlo de raíz. Que se suprima todo el dinero que se gastan el gobierno central, las comunidades autónomas, las diputaciones y los ayuntamientos en publicidad. Es verdad que muchos medios no sobrevirían a esa situación, pero serían más libres. La publicidad institucional prostituyó al periodismo. Ahora hay una oportunidad de oro con las suscripciones que pueden dar viabilidad económica y otro tipo de membresía. También es importante que la publicidad privada no esté condicionada. Los poderosos siempre van a intentar influir en el trabajo de los periodistas.

—¿Cuál es su próximo proyecto de escritura?

—Me voy a lanzar por una novela. Tengo una idea muy desarrollada desde hace tiempo. Tengo escrita casi la mitad del texto. El género es diferente a lo que he publicado y también la historia, que es muy personal.

—¿Habrá periodismo?

—(Ríe) En todos mis libros habrá siempre periodismo de una forma u otra. Es el motor de mi vida.

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Ricardo Lapin
Ricardo Lapin
1 año hace

Es cierto que hay que ver y conocer a las víctimas, A todas. Pero hay también una mala costumbre hoy de sacar cosas de contexto, de darles interpretaciones políticamente correctas, progres y buenas. Tras la tragedia de los hibakusha hay millones de víctimas del terror nipón en China, en Filipinas, en Birmania. ¿Que Obama pida perdón? ¿Algún japonés pidió perdón por el trato a prisioneros de guerra ingleses, australianos o americanos? Un sadismo gratuito que compite con los nazis. Y a la hora de la bomba, los japoneses se suicidaban uno por uno, pilotos kamikazes como soldados fanáticos del emperador. El estado mayor americano calculaba un millón de muertos más para rendir a Tokio ¡Un millón de soldados más, en 1945! Que implica otros 5 millones de heridos y mutilados. La bomba en ese contexto real- ningún soldado se iba a rendir, basta de cuentos- estaba más que justificada, con una guerra que , a recordar los hechos, comenzó con el ataque japonés a Pear Harbour ( y olvidemos las animalidades japonesas previas en Manchuria y China). Y es cierto: EE.UU será el cuco malvado que vencerá la guerra fría aunque pierda en Vietnam, pero por favor, a no mentir por omisión o por parcialidad. Los hechos y los datos cuentan de un Japón militarista, cruel, brutal. Sin bomba hubiera habido otro año de guerra mundial, o más.