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Agustín Sánchez Vidal: «Durante el franquismo el cine te salvaba la vida»

Agustín Sánchez Vidal: «Durante el franquismo el cine te salvaba la vida»

Agustín Sánchez Vidal, de muy amplia biografía y bibliografía, catedrático emérito de Cine y Otros Medios Audiovisuales, es autor de más de sesenta libros de muy diversos géneros, entre los que se pueden destacar el ensayo Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin (Premio Espejo de España 1988) y la novela La llave maestra (Suma de Letras, 2005).

Recientemente publicó el ensayo La vida secreta de los cuadros (Espasa, 2022), a propósito del cual lo entrevisté hace unos años para Zenda. Poco antes había publicado Genealogías de la mirada (Cátedra, 2020), un libro importante, en mi opinión, dentro de su obra. Ahora vuelve a las librerías con un ensayo sobre el cine, la Historia y sociedad española del siglo XX, cómo se implica y relaciona todo ello, un libro escrito con pluma de experto, pero también con talento de escritor: Pero… ¡en qué país vivimos! (Espasa).

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—¿Cómo  nació la idea del libro Pero… ¡en qué país vivimos!?

—Es uno de esos proyectos que te rondan por la cabeza a la espera de tener un poco de calma para ver cómo le entras. Básicamente se trataba de entender mejor el siglo XX español utilizando el cine como espejo e hilo conductor. Pero no sólo en sí mismo, sino dentro del ecosistema de la cultura popular y material y su contexto sociológico. El objetivo no eran los grandes sucesos históricos, que están bien a la vista, sino los cambios en la vida cotidiana, más íntimos y subterráneos. Ya había ido explorando algunas de las piezas de ese mosaico con anterioridad y me pareció que estaba en condiciones de ensamblarlas, para comprobar qué imagen de conjunto resultaba. Y luego la cuestión era contarlo de un modo llano, directo, fluido, narrativo y entretenido, buscando el placer de la lectura. Quería pasármelo bien escribiéndolo y que eso resultara contagioso.

—Uno tiene la sensación de que el título de un libro tuyo anterior, Genealogías de la mirada (Cátedra), es capital para entenderte. ¿Qué  significa este título en relación a ti?

"En ocasiones se siente la tentación de creer que las imágenes son transparentes, que a través de buena parte de ellas se ve la realidad tal cual"

—No podría haber escrito Pero… ¡en qué país vivimos! sin publicar antes Genealogías, que es una reflexión general sobre todos los aluviones que arrastramos con nosotros al enunciar la mirada. En ocasiones se siente la tentación de creer que las imágenes son transparentes, que a través de buena parte de ellas se ve la realidad tal cual, especialmente en el caso de la fotografía y el cine. También la perspectiva renacentista se llega a considerar algo “natural”, y no lo que es, un constructo cultural muy complejo. De eso va justamente Genealogías, de considerar esos códigos de los que no siempre somos conscientes porque ya los hemos asumido, desde los primitivos del arte o las pinturas callejeras actuales hasta el régimen digital que se ha impuesto hoy, pasando por el cine. Pero también incluye todo un apartado, “El rabo por desollar”, en el que se habla de la “españolada” y de la España Negra y cómo se implantó aquí la sociedad de consumo de masas, convirtiendo lo popular en pop, un proceso que viene a ser el núcleo de Pero… ¡en qué país vivimos!

—¿Para ti qué significa el cine?

—Ante todo, durante la cuarentena franquista, el cine te salvaba la vida. No sólo a mí, sino a varias generaciones. Era una ventana abierta al mundo, casi la única que teníamos los de a pie, y sin la cual nos habríamos asfixiado. Con las películas aprendías todo lo que te interesaba de verdad, lo que no te enseñaban en la escuela. Por ejemplo, cómo fumar con cierto estilo o comportarte con las chicas, que en plena adolescencia suponían un abismo insondable. Luego, sin perder esa magia iniciática, ya fue una dedicación más profesional.

—¿Qué significa el cine en nuestro mundo, en nuestra sociedad?

—Hoy el cine es muy otra cosa, se ha diluido en algo más genérico, el “audiovisual” (televisión, series, videojuegos, todo tipo de imágenes en movimiento), y se consume de un modo compulsivo. Ya no es una liturgia casi tribal, un rito celebrado en las salas oscuras, sino algo que puede estar encorsetado en pequeñas pantallas, que se ven distraídamente en el tren, el autobús o en una sala de espera.

—¿Qué nos aporta?

—Durante el siglo XX el cine fue uno de los dispositivos que más contribuyó a dar forma tangible a nuestros sueños, pesadillas, fantasmas y mitologías. Sin él todo habría sido muy distinto. Ahora a una película le cuesta Dios y ayuda conseguir ese impacto e influencia, que antes eran planetarios.

Agustín Sánchez Vidal con Carlos Saura

—¿El cine español ha sido bien entendido?

—El cine español está lleno de malentendidos. Empezando por su propio estatuto e identidad, establecidos de forma precaria y siempre cuestionados. Se ha avanzado en la comprensión de nuestro patrimonio fílmico, pero queda mucho por hacer y no pocos rincones por explorar o revisar.

—¿Ha sido justamente valorado?

—Decididamente, no. Los españoles no solemos ser justos con nuestro cine, ni generosos, aunque tampoco han faltado las excepciones. A lo que me refiero es a la actitud de entrada ante una película nacional, que no es raro que sea de recelo, cuando no de hostilidad o desprecio, por el simple hecho de ser de aquí.

—¿Cómo podríamos comprenderlo mejor?

"La tecnología digital ha democratizado los procesos y el streaming ha diversificado los formatos"

—Viéndolo sin más prejuicios de los necesarios y teniendo en cuenta que surge de un país, de una sociedad y de una industria fílmica que no eran comparables, ni por asomo, con otras mucho más potentes. Como la estadounidense, por poner el ejemplo que más duele. Y sin embargo, debía medirse con ellas en la taquilla, ya que el franquismo convirtió el doblaje en obligatorio. La entrada para ver una película americana podía costar lo mismo que la de una nacional, y las dos estaban habladas en español. Eso, como dijo José Luis García Sánchez —a quien está dedicado Pero… ¡en qué país vivimos!—,  era como si pudieras ir a un concesionario de automóviles y comprarte un Mercedes por el mismo precio que un Seiscientos. ¿Quién iba a elegir el Seat?

—¿Qué futuro le ves al cine español y al cine en general?

—Ahora ya hay que hablar de industria audiovisual, porque son las televisiones y las plataformas las que cortan el bacalao. Por otra parte, la tecnología digital ha democratizado los procesos y el streaming ha diversificado los formatos. El panorama es muy variado y ojalá que los cursillos de guión al estilo americano y demás recetas prefabricadas no se traduzcan en platos recalentados, porque el mayor atractivo del cine español siempre ha sido que de tanto en tanto era capaz de ofrecer productos inclasificables. Hollywood está demasiado ocupado con las secuelas y franquicias como para ofrecer novedades o arriesgarse.

—¿Cómo influye el cine en nuestra sociedad, en nuestra Historia?

"Al final lo que ha quedado en el idioma es una tapa, que hoy sigue estando de moda y tiene locales especializados, las gilderías"

—Esto daría para varias entrevistas e incluso más de una tesis doctoral. Por ceñirnos al caso del español, su alianza con la cultura popular y la vitalidad de esta lo han convertido en uno de los mejores espejos en el que reconocernos. La cantidad de indicios que te proporciona una película sobre la época en que fue rodada es abrumadora. Por poner un ejemplo, que es el utilizado en la portada de Pero… ¡en qué país vivimos!, cuando se estrena Gilda en España, en 1947, todos los espectadores se quedan con el famoso baile y el striptease del guante de Rita Hayworth. Hasta ahí, la reacción es idéntica a la del resto del mundo. Pero lo que viene a continuación ya nos retrata con mucha más precisión, porque la gilda termina convertida en una banderilla. Y eso ya implica toda una sociología hispana que incluye los bares, los toros y las cosas de comer, porque —como escribió Santa Teresa— por estos pagos Dios anda entre los pucheros. Al final lo que ha quedado en el idioma es una tapa, que hoy sigue estando de moda y tiene locales especializados, las “gilderías”.

—¿Qué opinión tienes de las series, tan en boga hoy en día?

—Las series son otro de esos asuntos inabarcables. Aunque ya se empiece a percibir cierta saturación, lo cierto es que han enriquecido enormemente las posibilidades para contar una historia. Algunas, como The Wire o Los Soprano, se pueden medir de tú a tú con las películas de mayor fuste. Otras, como El ala oeste de la Casa Blanca o Gomorra, te sumergen en mundos que no están a tu alcance. O bien, como en el caso de Black Mirror, te revelan aspectos de lo contemporáneo tan cotidianos que no siempre los calibramos. También en España se aprecia una saludable variedad, con productos tan distintos como Cuéntame, El Ministerio del Tiempo, Qué fue de Jorge Sanz o Antidisturbios. En Pero… ¡en qué país vivimos! dedico todo un capítulo a Curro Jiménez, una apuesta pionera dentro de las series españolas que en el momento en que se emitió casi venía a ser una parábola de la Transición.

Sánchez Vidal con Luis Buñuel

—¿El ser humano necesita la ficción? ¿De qué manera?

—Supongo que —además de aquello de que los humanos no sobrellevamos demasiada cuota de realidad— necesitamos vivir otras vidas, aunque sea de un modo vicario, porque la ficción enriquece nuestras experiencias, nos plantea alternativas y nos hace más libres.

—Fuiste amigo de Carlos Saura, colaboraste con él. ¿Cómo era trabajar con Carlos Saura?

—Colaboré con él en varios proyectos audiovisuales, como coguionista. Aprendí mucho, porque Carlos sabía una barbaridad de cine y se arriesgaba, no se conformaba con los clichés habituales ni los primeros hallazgos. Siempre tenías que darle una vuelta, intentar ir más lejos. Era muy exigente, muy perfeccionista. Por suerte para mí, sintonizábamos bien a la hora de inventar cosas.

—Preparaste la obra literaria de Luis Buñuel, codo con codo con él. ¿Cómo era Buñuel en persona?

"Mi trabajo con Buñuel consistió en revisar con él sus escritos, sobre todo los de juventud, para publicarlos"

—Mi trabajo con Buñuel consistió en revisar con él sus escritos, sobre todo los de juventud, para publicarlos. Durante medio mes trabajamos mano a mano varias horas al día para dejarlos a punto. Como estábamos en su casa de México, cuando acababa esta tarea en la que nos empleábamos a fondo, de un modo estricto y meticuloso, él se convertía en tu anfitrión. Entonces era una persona divertidísima. Tenía un increíble sentido del humor y también hacía gala de esa vieja hospitalidad española que entre los exiliados era algo sagrado, como una religión. Yo era muy joven entonces y él se sentía responsable de mi seguridad. Se acostaba muy temprano, pero no sin antes preguntarme a dónde iba a ir yo esa noche, porque solía darme una vuelta por la Plaza Garibaldi y sitios así. Y cuando nos encontrábamos al día siguiente lo primero que hacía era pedirme que le contara dónde había estado y cómo había ido todo.

—¿Qué destacarías de sus películas a día de hoy?

—Sus mejores películas, por ejemplo Los olvidados o Viridiana, siguen resultando inconfundibles e inimitables. Baste decir que la primera es la única mexicana declarada por la UNESCO Memoria del Mundo y Patrimonio Cultural de la Humanidad y que Viridiana es la única española que se ha alzado con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Buñuel siempre va al grano, sin perderse en florituras ni alardes técnicos, es un formidable narrador y te deja imágenes que no se te van de la cabeza. Esquiva las obviedades y se atreve con los retos más increíbles. ¿Quién que no fuera él se habría atrevido a rodar un largometraje sobre un grupo de gente que, sin razón aparente, no puede salir de una habitación (como en El ángel exterminador) o que se “recluye” en lo alto de una columna (como en  Simón del desierto)?

—Siempre, o muy a menudo, introduces imágenes en tus libros. ¿Qué función cumple la imagen en tu literatura?

—Llevo tantos años trabajando con imágenes que me cuesta prescindir de ellas. Son mucho más que un complemento o “ilustración” del texto. Tienen un modo propio de categorizar incluso cuestiones muy abstractas. Eso lo puedes ver en los grandes pintores o escultores, pero también en los mejores fotógrafos, cineastas o dibujantes de cómics. En mis libros las imágenes no suelen ser meros figurantes o comparsas, sino protagonistas. Por otro lado, cuando estás escribiendo un guión tienes que pensar visualmente. Y en la actualidad los textos se han convertido en inseparables de las imágenes porque estas nunca habían estado tan a mano: todo el mundo lleva el móvil encima.

—¿Para ti cuál es la diferencia fundamental entre escribir una novela y escribir un ensayo?

"Hay novelas tan ensayísticas y ensayos tan narrativos que las fronteras prácticamente han desaparecido"

—Vaya por delante que hay novelas tan ensayísticas y ensayos tan narrativos que las fronteras prácticamente han desaparecido. Y además está la auto-ficción (ya en retirada, por suerte) o las novelas de no-ficción, que cuentan hechos reales con todo el utillaje novelístico. Personalmente, la principal diferencia que advierto es que en la mayoría de los ensayos que he escrito los personajes y situaciones te venían dados y estaban ahí afuera, no vivía con ellos las veinticuatro horas del día, mientras que en las novelas salen de tu interior, te levantas y te acuestas con ellos, estás en maceración durante meses, acampado en esas ficciones que has inventado y es como si vivieras en esa realidad paralela. Pero insisto en que las técnicas son híbridas en los dos casos.

—Tu libro Genealogías de la mirada se puede entender como una antología de tus conferencias, preciosamente ilustrada. Has dado muchas conferencias. ¿Qué te daba impartirlas, como persona y como profesional?

—Aunque en su base haya una selección de temas que he ido abordando a lo largo de muchos años en conferencias y otras intervenciones públicas, Genealogías de la mirada es un libro por derecho propio. Está reescrito de cabo a rabo con una estructura muy meditada. La diferencia con otros es que ha sido “testado” previamente, interactuando con públicos muy diversos. Eso le da otra textura porque, a diferencia de las clases en la universidad, en las conferencias los asistentes no suelen ser tan homogéneos. Tienen intereses distintos o pertenecen a lugares, culturas o países diferentes. Lo mejor de todo es que puedes apreciar sus reacciones con inmediatez e intercambiar puntos de vista. De ese modo, cuando pones aquello por escrito en un libro el resultado no es algo unilateral. Estoy hablando de públicos muy cualificados, como los que asisten, por ejemplo, a los cursos de la Fundación Amigos del Museo del Prado o el circuito de Caixaforum. Sigo frecuentándolos y cada conferencia supone un pequeño reto, donde además de sintetizar los puntos esenciales del tema elegido o asignado tratas de buscar cómo ese asunto trasciende su lugar y momento concretos, para averiguar por qué sigue siendo actual.

—Dentro del cine se puede decir que lo has hecho todo o casi todo, desde ensayista y profesor hasta guionista. Esto ha debido de enriquecer mucho tu visión sobre el cine.

—El audiovisual es un mundo tremendamente complejo y yo estoy muy lejos de conocer sus entresijos de modo exhaustivo, por más que haya asistido a bastantes rodajes y conocido a mucha gente de cine, tanto de la parte artística como de la técnica. Pero nunca acabas de aprender, está en continua evolución y hoy la gente que se dedica a él viene muy preparada.

—¿Llegaste a dirigir alguna película? ¿Te habría gustado hacerlo?

"Yo era muy consciente de que el encargo de Serrat se debía más a la amistad que a mi hipotética destreza como realizador"

—En alguna ocasión, y cuando no ha quedado más remedio, me he puesto detrás de la cámara para dirigir o me he hecho cargo del montaje de algún documental donde era guionista. Poca cosa. También hice un videoclip para una de las canciones del segundo disco de Serrat sobre Miguel Hernández. Me sentí muy honrado al participar en ese proyecto, porque allí estaba la plana mayor del cine español, haciendo lo propio con otros temas. Pero yo era muy consciente de que el encargo de Joan Manuel se debía más a la amistad que a mi hipotética destreza como realizador. Es un oficio que me merece gran respeto. Hay que lidiar en todo tipo de frentes y prefiero la calma con la que trabaja el escritor. El cine es mucho más entretenido, dónde va a parar, y escribir muy solitario, pero también tiene menos condicionamientos.

—¿Cómo eliges los temas para escribir tus libros?

—A menudo son encargos, sobre todo en el caso de los ensayos. Si veo que los puedo convertir en algo propio, acepto y tiro para adelante. Las novelas son otro cantar, soy yo quien las propone y hay que tener mucha paciencia y esperar a que se vayan haciendo en la cabeza. No siempre salen, porque las historias son muy suyas y se resisten. O a lo mejor no eliges bien el tema, o la trama, o los personajes, y no encuentras la voz desde la que contarlas.

—¿A estas alturas de tu vida y de tu carrera qué te gustaría hacer que no hayas hecho ya?

—Me conformaría con una novela en la que no me dejase demasiados pelos en la gatera.

—Tú, que fuiste catedrático tantos años, y que lo eres emérito ahora, ¿tienes asignaturas pendientes?

—¿Y quién no? Pero a estas alturas de la película hay que ser realistas e ir pensando también en el THE END.

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