Agustín Sánchez Vidal es uno de los escritores más interesantes que tenemos en España. Sus inquietudes intelectuales y creativas son muy amplias, lo que hace que cultive los más variados géneros con gran acierto y, dentro de esto, que sus libros siempre sean propuestas muy atractivas. En 2005 publicó una novela muy ambiciosa, La llave maestra, que apareció en una docena de países. Tras ella vino Nudo de sangre, Premio Primavera de Novela, y Esclava de nadie, ambas en Espasa. Antes había publicado su muy trabajado Lorca, Buñuel, Dalí: El enigma sin fin, uno de sus grandes títulos, que obtuvo el Premio Espejo de España.
Agustín Sánchez Vidal es un escritor muy completo, siempre dispuesto a abrirnos la mente y a llevarnos más allá del lugar en el que nos encontramos, como lectores y como seres humanos.
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—¿Cómo definiría su vocación: docente, literaria, artística, cinematográfica…?
—Es imposible separar lo uno de lo otro. Va todo junto porque deriva de la curiosidad de averiguar cómo funcionan las cosas y el impulso de comunicar a los demás tus hallazgos.
—¿Qué influencia ha tenido su dedicación docente en el resto de actividades que ha realizado?
—Fueron los cuarenta años de docencia universitaria los que me enseñaron a contar historias, en vez de explicar las asignaturas de un modo abstracto. Luego me he ido encontrando a antiguos alumnos, y lo que más recordaban de mis clases eran esas historias. Por ejemplo, Fernando Aramburu, que me sobrellevó como profesor de Literatura Española. O Paula Ortiz, que fue alumna cuando empecé a impartir Cine.
—¿No ha notado nunca que el ser profesor pudiera perjudicar a su labor creativa?
—Para mi propia evolución y enriquecimiento intelectual, no sólo no me ha perjudicado, sino que ha resultado fundamental. Pero quizá haya condicionado la percepción ajena de mi trabajo creativo, considerándolo secundario. Yo creo que no es así, y personalmente no tengo ningún problema en compatibilizarlo.
—¿Para usted qué es más difícil: escribir o dar clases?
—Las dos cosas me gustan y eso contribuye a allanar las dificultades, pero dar clases no resulta nada fácil si se quiere hacer bien, manteniendo el interés de los alumnos y apartándose de la rutina de lo consabido o de la demagogia populista de las sucesivas y calamitosas leyes educativas que seguimos padeciendo. En cuanto a la escritura, también depende de los retos que uno se plantee, claro. Seguir las modas o clichés no es demasiado complicado; roturar nuevos terrenos sí que lo es.
—¿Cómo explica que haya podido hacer cosas tan diferentes como dar clase en la universidad, escribir novelas, escribir guiones, dar conferencias… de contenidos a menudo muy variados?
—Ha habido una continuidad natural entre todas esas actividades. Y tampoco me ha quedado otra. He tenido que ganarme la vida y siempre he ido muy por libre. No me han subvencionado las investigaciones, las he pagado de mi bolsillo, de modo que tenía que escribir o dar clases, cursos y conferencias para poder financiar las siguientes.
—¿En qué medida ese trabajo tan polifacético ha podido beneficiar y enriquecer el conjunto de lo que hace?
—Para mí ha resultado clave, forma parte de lo que considero el metabolismo intelectual básico. Sin él no habría podido escribir un libro como La vida secreta de los cuadros, por ejemplo.
—Hace poco me enteré de que tenía un libro sobre Simon and Garfunkel, en Ediciones Júcar, en la colección Los Juglares. ¿Cómo era ese libro?
—Fue el primero que escribí, un encargo que me permitió pagarme el viaje a Estados Unidos, a California, allá a finales de los años 1960. No se había publicado ninguna monografía sobre Simon & Garfunkel, ni en España ni en ningún sitio, y parecía un hueco muy claro.
—Se doctoró con una tesis sobre Miguel Hernández. ¿Por qué eligió a Miguel Hernández como tema?
—Porque su lectura me tocó en lo más hondo, y aún sigue haciéndolo. Había una profunda vivencia de la cultura agraria, que es de la que yo procedo.
—¿Por qué cree que sigue vigente Miguel Hernández?
—Justamente por eso, porque hunde sus raíces en lo más primigenio. Es un autor que escribe por pura supervivencia y desde lo más profundo. Eso lo hace universal, en el tiempo y en el espacio. Y los lectores lo perciben. A diferencia de otros quizá más virtuosos en lo formal, es un poeta necesario.
—En las biografías de sus libros suele poner que tiene más de cincuenta libros, o recientemente “sesenta libros”. ¿Cómo fueron esos libros, qué poso dejaron en usted y en su vida?
—Ahora debo de andar cerca de los setenta libros individuales y he colaborado en más de un centenar de carácter colectivo. Casi todos ellos supusieron auténticas experiencias y muchos me hicieron descubrir mundos a los que de otro modo habría permanecido ajeno.
—¿Podría imaginar de joven que iba a escribir tanto?
—Ni por asomo. Ojalá hubiese podido llevar otro ritmo de trabajo, más pausado, pero no he tenido elección si no quería quedarme anquilosado.
—¿Qué le aporta la escritura a su vida?
—La clarifica. Es tiempo de reflexión. Escribir te obliga a poner las cosas en limpio y a ser preciso. Es algo que recomendaría a cualquiera, incluso si no tiene intención de publicar. Aunque sólo sea para recordar los sueños que ha tenido la noche anterior.
—Se percibe que uno de sus libros favoritos es Buñuel, Lorca, Dalí: El enigma sin fin. ¿Qué hace tan especial ese libro?
—Surgió de un curso de doctorado que impartí en Estados Unidos, en la Universidad de Princeton, y que luego tanteé en forma de conferencias en otras como las de Harvard, Los Ángeles o Virginia y también en otros países. La buena acogida de esos avances me llevó a plantearme contarlo para el gran público. Y gracias a que ganó el Premio Espejo de España de Editorial Planeta tuvo una excelente promoción, se vendió bien y se tradujo a varios idiomas. Me descubrió un potencial más allá de lo estrictamente académico.
—¿Esos tres personajes siguen siendo un enigma? ¿Por qué?
—Como mínimo, siguen dando mucho que hablar, escribir y filmar. Es un caso excepcional dentro de la cultura española y universal. No cabe duda de que cada uno de ellos resulta puntero en cine, literatura y artes plásticas. Pero lo más singular es que antes de ser famosos eran amigos íntimos, vivían pared con pared, en la misma Residencia de Estudiantes. Claro que una cosa es la adolescencia, llena de disponibilidad, con los egos desactivados, y otra la búsqueda de la fama. Ahí ya se torcieron las cosas.
—En cualquier caso, ¿por qué nos siguen fascinando?
—Por un lado, porque no todos los días surgen personajes así, de los que rompen el molde. Por otro, para qué engañarnos, porque nuestro sistema cultural se caracteriza por una enorme inercia y sigue apegado a las mismas roderas, conmemoraciones y aniversarios, tan previsibles y confortables.
—La llave maestra fue su primera novela, muy compleja, muy ambiciosa, pero apasionante para el lector. ¿Fue apasionante también para el autor escribirla?
—Fue muy apasionante y también muy agotador, me dejó exhausto. Una obra así sólo la puedes escribir una vez en tu vida.
—¿Cómo fue el proceso de elaboración de esa novela?
—Fueron muchos años, muchos viajes, siguiendo pistas por medio mundo. Se hizo sobre todo en el camino, sobre la marcha, tratando de encajar piezas que se resistían a entregar sus secretos.
—¿Está de acuerdo con la tendencia general, comercial, quizá popular, a considerar la novela el “género rey”? O dicho de otro modo: ¿para usted es tan importante el género de la novela, como lector y como autor?
—Si en vez de “novela” decimos “relato”, sí. La novela es un resultado tardío de la natural tendencia del ser humano a lo narrativo. Ya sé que la Odisea es una novela y que existe el género bizantino, pero hasta la imprenta y el Quijote no se configura en su acepción moderna. Y luego el relato encuentra otros cauces distintos de la escritura, que en el siglo XX se hacen hegemónicos a través del cine y hoy en las series de televisión. Lo importante es la narración. Sin ella no somos nada. La propia conciencia es el resultado de un relato capaz de aunar y otorgar sentido a nuestras fragmentadas interacciones neuronales, cuyo protagonista es, naturalmente, el yo que vertebra toda narración.
—Le dedica La llave maestra, junto a otras personas, a Carlos Saura, con el que ya había trabajado. ¿Cómo fue trabajar con Carlos Saura?
—He colaborado con Carlos Saura en distintas ocasiones y siempre ha sido un placer. Aprendo mucho con él, va directo al grano y es muy valiente, no teme arriesgarse. La razón por la que le dediqué La llave maestra —de la que ejerció como padrino: él la presentó— fue porque en un momento dado esa novela me parecía tan complicada que la había aparcado en un cajón, no sabía cómo seguir. Entonces nos pusimos a escribir juntos un guión para una película de ficción sobre Buñuel y eso me desbloqueó. Siempre le estaré agradecido a Carlos por ello, porque me animó a acabarla.
—¿Por qué se sintió tan inclinado por el cine?
—La culpa la tuvo Luis Buñuel. Me encargaron que lo convenciera para editar sus escritos de juventud cuando yo era profesor de Literatura Española. Tomé contacto con él en 1976 y tras varios encuentros posteriores en 1980 me invitó a su casa de México para trabajar juntos en el empeño. Al final accedió y de ahí surgió en 1982 su Obra Literaria, en Ediciones Heraldo de Aragón.
—¿Cómo era Buñuel? ¿Cómo lo recuerda?
—Nos pasamos medio mes de intenso trabajo en su casa, revisando textos, hablando de su juventud, a un ritmo de no menos de ocho horas diarias, y eso dio mucho de sí. Tengo un recuerdo estupendo. Era muy estricto mientras se estaba en el tajo, pero muy divertido cuando pasábamos a la habitación que tenía reservada para las bebidas o al comedor, o me enseñaba los lugares donde había rodado algunas de sus películas. Tenía un gran sentido de la hospitalidad y, en consecuencia, cuidaba de ti y se preocupaba por los lugares de Ciudad de México que ibas a visitar ya por la noche, por tu cuenta, para que evitaras los más problemáticos.
—¿Cómo fue la experiencia de hacer ese trabajo con él?
—Era maravilloso ver en funcionamiento una mente tan libre, tan rápida, que se manejaba con semejante naturalidad por entre lo más irracional, con unas salidas que a menudo te dejaban patidifuso. Fue muy generoso y tuvo una paciencia infinita con mis observaciones, dudas y preguntas, que iban encaminadas a editar en condiciones sus escritos juveniles.
—¿Es muy distinto escribir una novela a escribir un guión de cine? ¿En qué se pueden parecer y en qué no?
—Suelen ser muy distintos. Cuando escribes un guión tienes que pensar en imágenes o sonidos y procurar que aquello pueda filmarse. Has de adaptarte a lo que necesita el director, eres un eslabón más de una cadena muy amplia de gente y por supuesto no tienes la última palabra ni, a veces, la primera. En una novela los límites los pone tu imaginación y eres tú quien toma todas las decisiones.
—¿Para usted qué es más gratificante, la novela o el guión cinematográfico?
—Cada cual tiene sus gratificaciones. Escribir una novela es un trabajo muy solitario, pero gozas de una gran libertad. El guión es más entretenido, compartes el proceso creativo y sueles disponer de más medios aunque, en contrapartida, estás más condicionado y debes asumir que trabajas para otros.
—Como muestran sus libros, por ejemplo La llave maestra, La especie simbólica o La vida secreta de los cuadros, que acaba de publicar, sus intereses son muy variados, y por lo tanto los asuntos de los que escribe. ¿Por qué cree que esto es así en usted?
—En unos casos se debe a que mis preocupaciones no caben en los tabicados que se establecen entre las diversas disciplinas, y yo tiendo a seguir las pistas hasta el final. En otros derivan de mi propia trayectoria. Yo procedo de Ciencias, pero luego me cambié a Letras y mis intereses fueron pasando de la Filosofía a la Filología, luego a la Literatura, después al Cine, y finalmente al Arte. No son derivas erráticas, sino que todo ello tuvo su razón de ser y procuré trabajarlo a conciencia.
—Parece tener una gran curiosidad. ¿Para qué sirve la curiosidad, en su opinión?
—Es una de las cualidades que mejor distingue al Homo Sapiens. Supongo que sin ella aún seguiríamos en las ramas de los árboles.
—¿Qué es la curiosidad?
—La pasión del conocimiento, la necesidad de no desatender lo nuevo, de comprender el mundo y también a nosotros mismos.
—En sus libros se advierte muy marcada la huella de los viajes, de sus viajes. ¿Son tan importantes para usted como parecen?
—Los viajes son lo que más ha determinado mi visión del mundo.
—¿Por qué?
—Pues por aquello que decía Cervantes de que viajar vuelve a los hombres discretos. Te pone en tu sitio, te abre la mente y te da perspectiva. Y de primera mano, sin intermediarios.
—En alguna ocasión ha mostrado su afición por las exposiciones temáticas. ¿Qué le aportan a usted y a sus textos?
—Las exposiciones temáticas bien urdidas son como viajes sin salir de un lugar unitario, teniendo como eje y referencia un concepto, un tema, igual que cuando te planteas un libro, un documental o una conferencia. La información o las sensaciones deben ser transmitidas mediante un recorrido. Y el itinerario es tan unificador e importante como las piezas individuales, el punto de partida o el de llegada.
—¿Cómo expondría el contenido y el espíritu de su último libro, La vida secreta de los cuadros (Espasa), “al comprador indeciso”, como diría Stevenson?
—Es un buen ejemplo de esos itinerarios a los que me refería antes, un recorrido muy poco convencional por el Museo del Prado, narrando de otra manera las historias que hay en sus cuadros. Atendiendo unas veces a las de los propios lienzos, otras a las de sus autores o a quienes aparecen en ellos; o bien persiguiendo las aventuras y desventuras de un color o de pequeños detalles que pueden pasar desapercibidos para el ojo no prevenido.
—Detrás de este libro se adivinan otros materiales suyos, como clases, conferencias, libros y artículos… ¿Es verdad?
—Así es. Se trata de un libro muy rodado, detrás del cual hay 24 años conferenciando en el auditorio del Prado y otros foros, intentando compartir estas experiencias con los asistentes a los cursos de la Fundación Amigos del Museo del Prado. En ese tiempo, tan dilatado, he ido recibiendo retorno de lo que resulta más interesante, por lo que no se trata de algo unilateral, escrito en el vacío, sino contrastado con todo tipo de públicos.
—Cuando uno lee un libro suyo percibe un aire familiar que es en gran parte el de sus intereses, sus inquietudes. Esto está muy presente en La vida secreta de los cuadros, libro que dialoga con otros suyos. ¿Le gusta que esto sea así?
—Es inevitable que sea un libro de autor, y me gustaría creer que de madurez. Por muy disperso que parezca lo que uno va haciendo, al final todo termina convergiendo.
—¿En qué medida lo hace?
—La presencia de esas constantes es, en ocasiones, algo consciente; en otras, no. Soy más bien intuitivo y me dejo llevar por una lógica distinta de la meramente silogística o discursiva. Prefiero atenerme a la lógica narrativa, que tiene sus propias reglas, muy exigentes, y que cuesta lo suyo aprender, a base de tanteos y corregir errores.
—¿Se siente representado o expresado por sus libros?
—Por unos más que por otros. Sin duda, por La llave maestra, Sol y sombra, La especie simbólica, Viñetas o Genealogías de la mirada. Y también por La vida secreta de los cuadros, que viene a ser una síntesis, creo que bastante depurada.
—El título de este nuevo libro, La vida secreta de los cuadros, es muy sugerente, a mi juicio. ¿Qué quería transmitir con él?
—Creo que refleja muy bien su propósito de pillar a los cuadros desprevenidos, para que no digan lo de siempre ni las obviedades que están a la vista, sino que manifiesten su trasfondo, lo que suelen callar u ocultar cuando tratan de escurrir el bulto. En ocasiones incluso poniéndolos frente a sus propias responsabilidades, cuando no están dispuestos a asumirlas de buen grado.
Para clarificadora, la muerte. Cuando bajas desnudo al agujero, tal como has nacido, todo se ve clarísimo. Entonces empiezas a ver que de nada te ha servido ganar el mundo, porque has perdido el alma. Entonces te preguntas cómo has sido tan tonto, pero ya es tarde.