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Ahab y la ballena blanca, de Manuel Marsol: El juego misterioso

Ahab y la ballena blanca, de Manuel Marsol: El juego misterioso

En su primera obra, realizada hace una década y recuperada ahora en excelente edición, Manuel Marsol anunció algunas de las características que han ido definiendo su trayectoria: un tratamiento pictórico de la ilustración, una concepción cinematográfica del álbum, gran penetración de lectura (se ha convertido, además de autor de álbumes, en un maestro en el arte de las cubiertas de libros) y un sentido profundo del juego como drama vital. De hecho, Ahab y la ballena blanca se construye con un sentido barroco que nace de la literatura y se encarna en imágenes. Dicho concepto surge de la reflexión sobre el Moby Dick de Melville, la obra de la que parte (el enredo del ser humano en sus obsesiones, la busca del sentido de su condición individual) y que convierte en juego: invita al lector a localizar lo evidente, el contorno de lo que se busca, aquello que por estar más cerca siempre se escapa a la vista.

Este juego, de apariencia inofensiva, muestra en su mezcla cierta condición del hombre moderno, retrata los límites en los que éste se encierra. Podríamos presentarlo así: el juego que propone el álbum muestra un abismo. Ese abismo contiene el significado doble de la palabra pasión: atrae y devora.

"Porque también existe un lado gozoso, emotivo, en las obras de Manuel Marsol, una fe que posibilita un estado de suspensión, una pausa"

En el caso de Ahab, la pasión adquiere la forma de la aventura que dota de sentido a la existencia. El lector contempla esa aventura como un espectáculo (álbum, película, visitante de un museo…), recrea de forma simbolizada un avatar de nuestra propia vida: lo importante se nos escapa, está en nosotros pero no está en nuestra mano. La obra de arte acerca esta comprensión, permite un contacto fugaz con su naturaleza esquiva. El placer del juego, de la lectura, de la contemplación permite recuperar una experiencia de ello, abre un agujero en la red.

Porque también existe un lado gozoso, emotivo (juguetón y familiar), en las obras de Manuel Marsol, una fe que posibilita un estado de suspensión, una pausa. En este caso, permite la vuelta a la fantasía infantil que propicia la lectura, el lugar sagrado de la imaginación. Es el lado alegre de su obra, que convive con el lado de la herida, sin entrar en contradicción. La obra de creación permite esto: asomarse al abismo y salir ileso, revivir en la suerte del propio juego.

Quizás algún lector se sorprenda de leer lo antedicho en la reseña de un álbum destinado al público infantil. Pero es que es una torpe forma de estudiar las obras medirlas por su destinatario aparente. La niñez está contenida en la mirada del autor y conecta con el sentido del juego del niño o adulto que lo lea.

Poco se ha dicho aún sobre argumento de Ahab y la ballena blanca. No es muy necesario: Ahab persigue al monstruo blanco y no lo encuentra, cegado por la pasión. El lector lo descubre en el océano, en el cosmos, entre montañas de hielo. Marsol dispone un paisajismo gozoso y lúdico, entra y sale de la ballena. No sólo como Ahab; como Jonás, como Pinocho, como cualquier espectador embebido en la fantasía, el lector del primer álbum de Manuel Marsol era invitado a una aventura simbólica sobre nuestra naturaleza y nuestro modo de estar en la vida. La aventura continúa y esperamos muy pronto nuevos capítulos de ella.

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Autor: Manuel Marsol. Título: Ahab y la ballena blanca. Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todos tus libros.

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