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Ahora empieza lo bueno

Algunos momentos muy concretos se presentan excepcionales por su belleza. Una elevación que se produce de súbito y que se dilata durante pocos segundos, de cuando en cuando, quizá en meses o en años, dependiendo de la oportunidad que se tenga de pensar o de la posibilidad que tenga uno de aburrirse. Al contrario, y como norma, los días transcurren sin dar cuenta hasta que nos damos de bruces con lo Bello o con lo Feo de este mundo tan nuestro. Qué desolación invade a quien descubre a diario la frecuencia acentuada de los instantes ruines y horrendos, que son —a costa de los buenos y por desgracia— el pan de mañana, de pasado y del otro. Sin embargo, nada quita para que éstos puedan incidir en las consciencias de los dispuestos de espíritu, quienes también sobreviven entre la marabunta y sus sonoros barullos.

Son este tipo de acontecimientos los que describe J. Á. González Sainz en su último libro de relatos, Por así decirlo, una serie de cuatro episodios en los que predomina un halo de ficción tan real como triste. Aquí el golpe de realidad se desvela a partir de lo cotidiano, situaciones próximas y comunes teñidas de un surrealismo que pierde su extrañeza por familiar. El imprevisto, surgido del descaro y de los malos modales, se presenta como un punto de inflexión para los protagonistas, como un nuevo y más consciente despertar. Lástima que estas reflexiones siempre se den a posteriori; aunque eso ocurre —claro está— si llegan. De cualquier modo, cada una de las intervenciones externas turban la “paz” o el descanso de lo liviano, la comodidad del estrés y del ajetreo, negando la respiración «en automático» y los caprichos materiales puntuales que maquillan la pesadez y el ahogo.

"¿Quién nos ahoga? ¿Quién nos mira a través del cristal? ¿A cuántos miramos? ¿A cuántos habremos ahogado?"

Parece que la mayoría se ha resignado a vivir así, en un lugar común donde prima el conflicto trivial y la discusión sobre lo fundamental ha sido cancelada. Es el eco de una Fuenteovejuna desgastada que ha claudicado ante el relativismo relativo de quienes se creen en superioridad moral y lucen su hegemonía sin miedo a repulsa. El problema de «la ideología sorda» es otra consecuencia del sistema, que nos idiotiza en las calles y nos aboba en casa. Somos piezas de un engranaje, piezas que se cansan en el trabajo y que descansan en el sofá, distraídos. Somos marionetas, peones instrumentalizados para producir. Nos ven, nos controlan, saben con qué agradarnos, con qué irritarnos… Ocurre hasta que un día sentimos una fuerte presión en el pecho y nos preguntamos si algo va mal. ¿Qué atasca mi garganta? ¿Quién nos ahoga? ¿Quién nos mira a través del cristal? ¿A cuántos miramos? ¿A cuántos habremos ahogado? Una vez conscientes, algo nos impide disfrutar del concierto, del voto, del viaje, incluso de la televisión; mientras que el resto aplaude, lanza los dados, come pipas o continúa mirando la pecera, pasmado.

"Pese a todo, nos queda la figura del héroe, del fiel protector de terrores nocturnos, quien respeta el lenguaje y rige sin mala praxis, quien está libre de afecciones y venenos"

La similitud en el carácter malhumorado, los tonos semejantes, observaciones y repeticiones (pajarillos, miopías o hipermetropías), nos llevan a pensar que los protagonistas son los mismos en distintas épocas: al conocerse, en pareja, con un hijo… Pero ni los nombres coinciden ni la huella por los acontecimientos hubiera tenido el calado supuesto. Son y no son, por tanto, los mismos: son los parecidos de entre quienes toman consciencia de la burla o náusea. Somos ninguno y todos, su afinidad es la nuestra. De este modo, las frases largas se enroscan en espiral, yendo y viniendo, precisando y matizando cada expresión, como lo hace el pensamiento: creando narraciones a través de monólogos críticos, que cuestionan cada cosa que se dice con gran agilidad y coloquialismo. Aires de humor para un mundo distópico del que buscarás huir sin poder escapar.

Pese a todo, nos queda la figura del héroe, del fiel protector de terrores nocturnos, quien respeta el lenguaje y rige sin mala praxis, quien está libre de afecciones y venenos, alguien desinteresado de fines lucrativos derivados y deseoso de un ambiente empático y respirable. Un librepensador, en definitiva, que huye elegante y educado de los gregarismos y de las anteojeras sectarias, mostrando tolerancia sin perder firmeza ni convicción. Pese a todo, nos queda la literatura y obras como la presente, Por así decirlo de J. Á. González Sainz, una reivindicativa colección de disparates (no tan disparatados) que instan a recuperar lo mucho bueno del humanismo. Porque algún día empezará lo bueno de verdad, para algunos antes que para otros, y los rostros volverán a iluminarse con el brillo que les fue arrebatado.

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Autor: J.A. González Sainz. Título: Por así decirlo. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.

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