Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Ahora que lo pienso, de Gilbert K. Chesterton

Ahora que lo pienso, de Gilbert K. Chesterton

Ahora que lo pienso, de Gilbert K. Chesterton

Inédito hasta la fecha entre nosotros, este libro, publicado originalmente en 1930, contiene algunos ensayos breves y artículos que demuestran la curiosidad con la que Chesterton observó siempre el mundo. Los textos, originales, pelones y buenhumorados, son una muestra perfecta del trabajo del inglés.

En Zenda ofrecemos una de las piezas de Ahora que lo pienso (Espuela de Plata), de G.K. Chesterton.

***

Del ensayo

En ciertos estados de ánimo, oscuros y morbosos, me tienta la idea de que el mal volvió a entrar en el mundo bajo la forma del ensayo. El ensayo es como la serpiente, suave y elegante y deslizante, y también oscilante o errante. Supongo, además, que la misma palabra ensayo significa originalmente probar con algo. La serpiente fue, en todos los sentidos de la palabra, tentativa. El tentador siempre va tanteando, a ver cuánto soportarán los demás. Ese aire engañoso de irresponsabilidad que tiene el ensayo nos desarma, precisamente porque parece desarmado. Pero la serpiente puede atacar sin garras, igual que puede correr sin patas. Es símbolo de todas las artes elusivas, evasivas, impresionistas, iridiscentes. Supongo que el ensayo, al menos en lo que concierne a Inglaterra, casi lo inventó Francis Bacon. Me resulta verosímil. Siempre me pareció el villano de la historia inglesa.

Convendría tal vez aclarar que no todos los ensayistas me parecen malvados. Yo mismo he sido ensayista, o lo he intentado, o lo he fingido. Tampoco me disgustan en absoluto los ensayos. Tal vez mi mayor placer literario sea leerlos, siempre después de las ­necesidades realmente serias del intelecto, como las novelas policiacas y los tratados escritos por locos. No hay mejor lectura en el mundo que algunos ensayos contemporáneos, como los de E. V. Lucas o Robert Lynd. Y, aunque, a diferencia de los señores Lucas y Lynd, soy incapaz de escribir un ensayo realmente bueno, el motivo de mi oscura insinuación no es una envidia diabólica. No es más que mi tendencia natural a la exageración, tratándose de una idea demasiado sutil para la precisión. Si se me permite imitar el tono tímido y tentativo del verdadero ensayista, me limitaré a decir que hay algo en lo que digo. En las letras actuales hay realmente un elemento indefinido y peligroso a la vez.

Me refiero a lo siguiente. La distinción entre ciertas formas antiguas y ciertas formas relativamente recientes de la literatura es que las antiguas estaban limitadas por un objetivo lógico. El teatro y el soneto eran formas antiguas; el ensayo y la novela son formas nuevas. Si un soneto rompe con la forma del soneto, deja de ser soneto. Podrá convertirse en un espécimen de verso libre, silvestre e inspirador; pero no porque no tengamos otro nombre que ponerle hay que llamarlo soneto. Pero en el caso de la novela nueva, sí hay que llamarla novela en muchos casos porque no tenemos otro nombre. A veces se llama novela siendo apenas una narración. No hay nada que la ponga a prueba ni la defina, sólo que no se dispone en forma de poema épico, y a menudo tiene menos narración todavía que este. Lo mismo se aplica a la relajación y libertad del ensayo, aparentemente atractivas. Por su propia naturaleza, el ensayo no explica exactamente qué intenta hacer, y así escapa a un juicio decisivo en cuanto a si lo ha hecho o no. Pero en este caso hay un peligro práctico, precisamente porque trata de temas teóricos. Siempre trata de temas teóricos sin la responsabilidad de ser teórico, ni de proponer una teoría.

Por ejemplo, se habla mucho, con sentido y sin él, tanto a favor como en contra de eso que llaman medievalismo. También se habla mucho, con sentido y sin él, a favor y en contra de eso que se llama modernismo. Alguna vez he intentado hablar un poco con sentido, y el resultado ha sido que se me ha atribuido todo el sinsentido. Pero si uno necesitase una prueba real y racional, que distinga realmente la mentalidad medieval de la moderna, podría formularse así: el hombre medieval pensaba en términos de tesis, mientras que el hombre moderno piensa en términos de ensayo. Tal vez fuese injusto decir que el hombre moderno sólo ensaya el pensamiento, es decir, que realiza un intento desesperado por pensar. Pero sería verdad decir que el hombre moderno a menudo sólo ensaya, o intenta, una conclusión. Mientras que al hombre medieval apenas le merecía la pena pensar siquiera, a menos que pudiera llegar a alguna conclusión. Por eso tomaba algo definido, una tesis, y se proponía demostrarla. Por eso Martín Lutero, un hombre muy medieval en casi todos los sentidos, clavó en la puerta las tesis que se proponía demostrar. Muchos suponen que al hacerlo hacía algo revolucionario, incluso modernista. En realidad, hacía exactamente lo que habían hecho todos los estudiantes y doctores desde los albores del medioevo. Si intentase hacerlo el modernista realmente moderno, se daría cuenta de que jamás había organizado sus ideas en forma de tesis. Y bien: en lo que a mí concierne, es erróneo suponer que sea cuestión de restaurar el rígido aparataje del sistema medieval. Pero sí creo que el ensayo se ha alejado demasiado de la tesis.

Hay una especie de cualidad irracional e indefendible en muchas de las frases más brillantes de los ensayos más hermosos. No hay ensayista con quien disfrute más que con Stevenson; es probable que no viva ya nadie que admire a Stevenson más que yo. Pero si tomamos alguna frase favorita y frecuentemente citada, como por ejemplo «Viajar con esperanza es mejor que llegar», vemos que da pie a toda clase de sofismas y sinrazones. Aunque se pudiera formular como tesis, no se podría defender como idea. Uno no viajaría con esperanza en absoluto, si pensara que la meta sería decepcionante en comparación con el viaje. Es sostenible que viajar es más agradable; pero en ese caso no puede decirse que sea con esperanza. Pues al viajero aquí se le supone que espera el final del viaje, no su mera continuación.

Claro que no quiero decir que las paradojas bonitas de este tipo no tengan su lugar en la literatura; y por ellas tiene el ensayo su lugar en la literatura. Hay sitio para el ensayista meramente ocioso y vagabundo, igual que para el viajero meramente ocioso y vagabundo. Lo malo es que los ensayistas se han convertido en los únicos filósofos éticos. Los pensadores itinerantes se han convertido en los predicadores itinerantes, nuestro único sustitutivo de los frailes predicadores. Y, ya sea materialista o moralista nuestro sistema, o escéptico o trascendental, necesitamos más sistema que ese. Tras cierta cantidad de vagabundeo, la mente necesita, o llegar, o irse a casa. Una cosa es viajar con esperanza, y decir medio en broma que es mejor que llegar. Otra cosa muy distinta es viajar sin esperanza porque sabes que no llegarás nunca.

Me chocó la misma tendencia al releer algunos de los mejores ensayos jamás escritos, que a Stevenson le gustaban especialmente: los ensayos de Hazlitt. «Se puede vivir como un caballero de las ideas de Hazlitt», como señaló con razón Augustine Birrell; pero incluso en estas palabras vemos el origen de este temperamento incoherente e irresponsable. Por ejemplo, Hazlitt era radical, y recriminaba constantemente a los tories por no fiarse de los hombres ni del populacho. Creo que fue él quien sermoneó a Walter Scott por un detalle tan nimio como hacer en Ivanhoe que la turba medieval se burlara con mezquindad de la retirada de los Templarios. Sea como fuere, a partir de todos los pasajes que se quiera, se deduce que Hazlitt se ofrecía como amigo del pueblo. Pero se ofrece muy furiosamente como enemigo del público. Cuando empezó a escribir sobre el público, describía exactamente el mismo monstruo de muchas cabezas de ignorancia y cobardía y crueldad que los peores tories llamaban populacho. Ahora, si Hazlitt se hubiera visto obligado a presentar sus ideas sobre la democracia en las tesis de un escolástico medieval, habría tenido que pensar con mucha más claridad, y tomar partido con mucha más decisión. Dejaré la última palabra al ensayista, reconociendo que no estoy seguro de que hubiera escrito tan buenos ensayos.

—————————————

Autor: Gilbert K. Chesterton. Título: Ahora que lo pienso. Traducción: Aurora Rice. Editorial: Espuela de Plata. Venta: Todos tus libros.

0/5 (0 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios