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Al cabo de la calle

En La mujer que besó a Virgilio y otros viajes literarios (Berenice) María José Solano nos invita a conocer el Palermo de El gatopardo desde la biblioteca de Tomasi di Lampedusa, a recorrer el Chiado siguiendo el itinerario nómada de Pessoa y a reponer fuerzas sentados a su lado en uno de sus cafés antes de planear una visita al París de Hemingway, a decidir si queremos conocer la Roma monumental de Goethe, Stendhal y Keats o sumergirnos en los amores que, amontonados unos sobre otros, como los pisos en los rascacielos de esa literaria, cinematográfica, diminuta y al tiempo inabarcable Manhattan, desbordan los límites de la pequeña Via Margutta.

A continuación reproducimos el prólogo a esta obra, escrito por el realizador de cine José Luis Garci.

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Ciento treinta folios. Los he leído en dos etapas. Primero, de un tirón hasta detenerme ante el «portal de Belén», la «casa del pan», en hebreo; luego, a lo largo de toda una tarde fría de enero, hasta casi el anochecer. Justo cuando el cielo se vuelve entre azul y buenas noches. Al final, él apura la birra Peroni y ella paladea su última semilla de granada.

¿Y?

Pues al regreso del salón, mientras deshacía las maletas, pensé que María José es, desde luego, una gran escritora viajera, también una viajera que escribe muy bien, pero, sobre todo, una mujer que no deja de peregrinar alrededor de sí misma, de trasladarse, de la mañana a la madrugada, desde su corazón hasta su inteligencia, y desde su intuición nada menos que a sus deseos más ocultos. Mi amiga es una pasajera con billete de ida y vuelta —adivino que pronto lo será solo de ida—, una globe-trotter siempre dispuesta a ver llover sola en el Gran Canal, ese que tiene forma de ese, o pillar un taxi junto al Retiro y largarse hasta Milford, un pub que te permite no llegar a casa antes de tiempo.

Me encanta que esta Ulises femenina, a la que, seguro, le sientan muy bien las clámides troyanas, camine a todas horas rodeada de mitologías, las de Alejandro y Cavafis, o las de Sam Spade y Tamara de Lempicka; a esta chica tan nouvelle vague como la Anna Karina de Bande à part, le chifla visitar las librerías de viejo, tanto las de los buquinistas del Sena, como las de los buhoneros de Moyano, cuyas casetas bajan hasta los muelles de Atocha.

"Mi compañera de radios y copas suele viajar de puntillas, despacio y en silencio, para que nadie escuche su felicidad ante el ajetreo del tráfico"

A María José una de las cosas que más le pone es leer en los trenes. Para ella, todos los trenes son tren correo. El que más, el Orient Express. Allí, en sus compartimentos hitchcockianos, Jo, como la de Mujercitas, a veces levanta la vista y deja de leer entre líneas su… pensamiento. Y se pone a escribir, así, de pronto, como cuando te enamoras sin saberlo. Os prometo que la morocha, que diría Borges, atesora una prosa limpia, ligera, precisa y alegre. Sus renglones siempre luchan, con éxito, por vencer la ley de la gravedad. Le jode lo solemne, como a tantos de sus colegas sevillanos, desde Bécquer a don Manuel Machado.

La Solano viaja tanto porque, ya desde niña, quiso saber más de ella. Es muy generosa con los adjetivos desde que sale el sol, y todavía más con la oscuridad, cuando aparecen las estrellas, las mismas que guiaban las naves de los aqueos por las aguas vino tinto del Mare Nostrum. Leyéndola, jurarías que le divierte abandonarse en las ciudades, que no es lo mismo que perderse. Al viajar tanto, todo se le junta y le es difícil abrazar una a una las calles, los bares, los museos, los cines, las tiendas, los kioscos, los hoteles…, y de ahí que siempre esté regresando. Ama de verdad lo de antes, que no quiere decir entonces, sino la Antigüedad, ese aroma que traen los recuerdos.

Otra cosa. Mi compañera de radios y copas suele viajar de puntillas, despacio y en silencio, para que nadie escuche su felicidad ante el ajetreo del tráfico. Aunque no lo parece, sus viajes son privados, tan íntimos como los de Somerset Maugham o Pla. Me la imagino avanzando, tan sensual como aquellas chicas que pintaba Ramón Casas o Romero de Torres, por el Boul’Mich, sentada en una terraza de la Piazza Navona, incluso taconeando por su amada calle Sierpes, con aquel misterioso gesto de Alida Valli —¿os acordáis?— en los cafés de Viena mientras fuera caían las hojas en el otoño del Prater.

"Me consta al leerla que no ha dado un paso perdido en sus miles de caminatas, y que tampoco ninguna calle se le ha hecho cuesta arriba"

M. J. Solano —columnista cultural first class—, en cambio nos hace creer en la vida desde sus párrafos recién lavados y tendidos al sol sobre las cuerdas bien sujetas con las pinzas de madera. Igual que en los callejones de la Nápoles millonaria y los del Distrito Quinto de Barcelona. María José, insisto, nos lleva a pensar (en sus complementos directos) que anda de paso y por eso busca las penumbras en las que nace la magia; y algo de verdad hay en ello. Porque sus trayectos, vistos desde la otra acera, tienen la complicidad de los espejos, de aquella cámara negra más que oscura a la que tanto partido le sacaban los pintores barrocos. En sus caminatas literarias, ay, lo que enamoran, vislumbras una mujer tan fascinante y secreta como Michèle Morgan en Pasaje a Marsella, con aquella boina que tanto le alegraba a Jean Gabin, o como la acomodadora de Hopper de su New York Movie, mi cuadro preferido del nuevo Vermeer.

Me consta al leerla que no ha dado un paso perdido en sus miles de caminatas, y que tampoco ninguna calle se le ha hecho cuesta arriba.

Sin embargo, hay algo de desengaño, no de melancolía, en estas páginas de su nuevo libro. Es, ¿cómo diría?, un desengaño andaluz, un pellizco repentino, tan parecido al resplandor de las piedras doradas de Salamanca, algo así como sentarte a beber manzanilla con Omar Khayyam en cualquiera de sus mil y una noches.

Ah, cambiaría la segunda parte del título. En lugar de «y otros viajes», pondría «y otros besos». Porque todas las palabras de este precioso volumen son emocionantes caricias, besos de alta precisión y abrazos de los que no olvidas en días.

"Qué envidia, querida Solano, haber viajado al centro de la Tierra y al fondo del mar, a ninguna parte y a todas"

Estación Termini. Es decir, que termino. Creo que para viajar hay que tener temple, como los toreros; también para dirigir orquestas y películas. Temple lo tiene a María José, con las dos manos, y, además, embrujo. Al tiempo no se le notan los años, decía mi hermano mayor Manolo Alcántara (mayor en todo). A mi amiga sevillana tampoco se le notan los viajes. Hoy hace tiempo que sus escapadas se han unido a su vida y es difícil separarlas de ella. Qué envidia, querida Solano, haber viajado al centro de la Tierra y al fondo del mar, a ninguna parte y a todas; a la Atlántida y los mundos perdidos; viajes fantásticos con Simbad y los argonautas; viajes con Gulliver y, los que más envidia provocan, los viajes de Sullivan, aquel director de Hollywood que se disfrazaba de vagabundo dispuesto a conocer la verdad del mundo.

En fin, que es un placer leer hoy a esta mujer tan moderna y lista como lo fueron Susan Sontag, Oriana Fallaci o Joan Didion; gracias a ella, me ha llegado la hora de viajar sin salir de casa, que ese es otro viaje que se las trae.

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Autor: María José Solano. TítuloLa mujer que besó a Virgilio y otros viajes literariosEditorial: Almuzara (Berenice). VentaTodostuslibros 

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