Hace unos meses me topé con la poesía completa de al-Mutamid (1040-1095), rey taifa de Sevilla y último rey abadí; era su única edición en castellano, publicada por la editorial La Vela y traducida y comentada por el arabista Miguel José Hagerty, que en su acertadísimo prólogo incidía en la idea de la unión de este poeta con el mundo del flamenco. De hecho, nos cuenta que este volumen fue presentado por primera vez en la librería Antonio Machado de Madrid, con la participación del cantaor José Menese y el guitarrista Enrique de Melchor: «La poesía de al-Mutamid tenía algo que ver, si no directamente con el flamenco, sí con alguna expresión más allá de la puramente poética». Esta conexión con lo folclórico, a pesar de que en la época escrita no existiese tal música (y siendo consciente de la vinculación de este con la cultura andalusí), nos lleva a reflexionar sobre «lo flamenco» en sentido amplio: ¿es «flamenco» lo que simplemente abarca motivos flamencos? ¿Es flamenco lo previo al flamenco que acaba influyéndole? Aprovecho para recomendar al lector de este artículo, al hilo de este tema, Juego y teoría del duende de Lorca, que hace unos años se reeditó nuevamente en un volumen crítico y anotado en Athenaica.
Indudable es, una vez más, esa fructífera conexión entre música y poesía; bajo el reinado de al-Mutamid, además, esta última floreció más que nunca en toda la historia de al-Ándalus —era muy común entonces improvisarla como un pasatiempo—. De él y su personalidad se conocieron muchas anécdotas, y su proceso creativo no habría sido el mismo sin la aparición de Rumaykiyya, una esclava también poeta que acabaría convirtiéndose en su esposa legítima: «Bajo el sol andaluz de siempre caminaban dos hombres, descuidados y pensativos, por la orilla del Guadalquivir a la vista de extensos olivares cerca del Campo de la Plata. Al sentir un repentino soplo de aire, uno de ellos, el más bajo, versificó: “El viento tejiendo lorigas en las aguas”. Se volvió a su compañero esperando que lo completara. Los dos fueron sorprendidos por una dulce voz femenina que pronunció “¡Qué coraza si se helaran!”, acabando así perfectamente el primer hemistiquio». Y de ahí salió Rumaykiyya, esclava de un arriero, de la que al-Mutamid se enamoró en ese instante, y a quien bautizó con el nombre Itimad en sus versos.
Hagerty, además, remarca que «la persona y el reinado de al-Mutamid aportaron mucho a la definitiva forja de algunos rasgos que hoy se identifican con lo andaluz», lo que definitivamente podríamos asociar al universo del flamenco. En esta recopilación de unos 160 poemas no solo encontramos el amor, sino también una mezcla de la historia y disputas de la época, y siempre bajo la confianza en Alá, a quien se evoca continuamente, a pesar de que este rey no fue modélico, puesto que los magistrados religiosos de entonces culparon a Itimad de la falta de asistencia de este a la mezquita los viernes y de inculcar a los sevillanos el gusto por el vino. Al-Mutamid hizo de Itimad su musa, a quien en numerosas ocasiones llama cariñosamente «gacela» o «gacelita», y que siendo reina era capaz de echar de menos bajarse a pisar las uvas para hacer vino como las esclavas de su entorno, cuando ya ella dejó de serlo. Dentro de este ambiente, el rey también tuvo tiempo de interesarse por ser mecenas de intelectuales y poetas entre los que se encontraba Ibn Hazm, conocido por su bellísima obra El collar de la paloma, un tratado sobre el amor de una vigencia prácticamente atemporal.
La pareja también sevillana Lole y Manuel publicó en 1984 Casta, álbum que dentro guarda cantes por Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, y que termina con Lole cantado en árabe. De composición propia, encontramos la canción titulada «Almutamid», en forma de homenaje al rey poeta y su relación con Rumaykiyya, con los que podemos intuir que se sentían identificados: «Almutamid, Rumaikiyya / Almutamid / tejen versos de menta y jazmín. / La luna está en el jardín / del Alcázar de Sevilla / durmiendo está Almutamid / acurrucándolo Rumaikiyya». Esta canción luego sería versionada por la hija de ambos en el disco Alba Molina canta a Lole y Manuel.
Enrique Morente, cantaor que exploró por excelencia el trasladar la poesía al flamenco, adaptó los poemas 16 y 17 de este libro en su disco Cruz y luna, donde también canta repetidas veces —con el acompañamiento del ya mencionado de Enrique de Melchor— a San Juan de la Cruz. «En un sueño viniste», adaptada con algún cambio en el orden, capta a la perfección los matices de la sensualidad y el erotismo de al-Mutamid: «En un sueño viniste a mi cama de amor. Parecía que tu suave brazo de almohada me sirvió […] Parecía que te besé en los labios, la nuca, las mejillas, y que logré mi propósito». Esta canción también la cantaría junto a su hija Estrella Morente, esta vez junto a la guitarra de Vicente Amigo, con motivo de su disco Autorretrato (2012). Recientemente, además, la familia Morente la ha adaptado por rumbas con el título «Parecía Qué» dentro la publicación del disco Azabache (2024) de su hijo Kiki Morente. El otro texto que Enrique eligió para su disco fue un famoso poema-acróstico de al-Mutamid hacia Itimad, con el título del primer verso («Ignoran mis ojos tu presencia»), prefiriendo el cantaor no desvelar su nombre al final:
Ignoran mis ojos tu presencia, pero vives en mis entrañas.
Te saludo con mil lágrimas de pena y mil noches sin dormir.
Ingeniaste cómo poseerme, algo difícil, y viste que mi amor es fácil.
Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Que se me conceda ese deseo!
Asegúrame que cumplirás la promesa y no te cambiarás por mi lejanía.
Di cabida a tu dulce nombre aquí, escribiendo sus letras:
ITIMAD.
Otro artista que recordó al rey poeta fue Carlos Cano en «El rey Al Mutamid dice adiós a Sevilla», dentro de De la Luna y el Sol (1980), donde adaptó «A mi cadena», uno de sus últimos poemas («Cadena mía, ¿no sabes que me he entregado a ti? / ¿por qué, entonces, no te enterneces ni te apiadas?»). Al final, al-Mutamid es un poeta cuya frescura hace increíble que suene tan contemporáneo al leerle un día como hoy, casi mil años después, con detallitos como «Está mojada de agua rosal; de su hermoso cabello / caen gotitas como el rocío del ala de un pájaro» o «Si yo pudiera beber vino, vino serías tú para siempre», además de ese erotismo a veces sin tapujos («Sólo deseo hacerte el amor, / si sientes la misma pasión que yo»). La relación de ambos reyes fue también inspiración de otras historias como el cuento XXX de El conde Lucanor de Don Juan Manuel (s. XIII). Al-Mutamid, sin muchos estudios, y tal vez desconocido para muchos adeptos de la poesía, ha sido recordado y reivindicado por figuras cercanas al flamenco en forma de un bonito trasvase cultural originado en un reinado de gran efervescencia poética, que además confirma el carácter atemporal de su obra con esa influencia posterior en cuanto a la sensualidad, el romanticismo y los símbolos andaluces.
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