Una vez terminada la entrevista, con la grabadora ya apagada, Alba Flores Robla (Madrid, 1992) resopla y dice: «¡Sé tan poco sobre lo que yo hago!» Le pregunto si acaso es posible hacer algo sin saber hacerlo: no queda muy convencida por mi razonamiento, pero yo sí creo estarlo.
Alba no es una persona particularmente teórica: sus poemas nacen como chispas, imágenes suaves y fulgurantes que están contigo un rato y se marchan levemente. Se queja de no ser capaz de articular discurso alrededor de AZCA, pero lo cierto es que su manera de no hacerlo también propone vías discursivas nuevas: me pregunto aquí si debe existir una correlación necesaria entre la figura del poeta y la del crítico —en la medida en que cada uno puede ser crítico de su propia obra—. Alba Flores no da cuenta de esa estrechez: escribe porque le gusta, y de un modo extrañamente orgánico esa cadena de transmisión alcanza al lector. AZCA es un libro que reúne un imaginario específico, que practica una poética concreta y que piensa siempre en la misma dirección. Sus poemas contienen el espíritu del momento indicado, del pasado recolectado en el interior de un vidrio transparentísimo.
***
—Alba, me preguntaba acerca de tu relación con la tradición literaria, por un lado, y con la cultura pop por otro —particularmente con la música—, y sobre cómo se relacionan ambas cosas en tu cabeza.
—Vamos a ver: académicamente yo estoy muy desconectada de la poesía. Para que me entiendas, hasta el año anterior a ganar el Adonáis no sabía ni que existía el premio. Podrías haberme dicho el nombre de cualquier ganador, que no habría tenido ni idea de quiénes eran. Siempre he estado muy desvinculada de esos circuitos, quizá ahora menos porque la vida me ha forzado un poco a interesarme y leer más en esa dirección. De hecho, me apunté al Adonáis porque el año anterior había sido Accésit mi prima Camino Román y me encontré con el premio buceando en la página de escritores.org, en busca de certámenes que permitiesen enviar el libro online —porque yo decía: paso de gastarme 50 euros en encuadernar y mandar un libro por correo para no ganar ni nada—. Lo encontré ahí, mi madre me invitó a que probase suerte y el día anterior a que se cerrase la convocatoria me decidí a enviar Digan adiós a la muchacha. Cuando gané el Ojo Crítico me pasó algo parecido, porque tampoco lo conocía. Me llamaron de la radio y se sorprendieron al ver que yo no me sorprendía: el asunto es que yo pensaba que me contactaban para hablar del Adonáis, no para darme un premio distinto.
—De cara al momento en que decides empezar a escribir poesía, ¿habías tenido algunas lecturas previas en ese sentido?
—Yo leía muchas novelas pero en mi casa había muy poca poesía, lo típico: un par de libros de Lorca y Neruda. Fue cuando empecé a acceder a este mundillo cuando me dije que debería estar leyendo a otra gente; por ejemplo, el otro día aún me preguntaban en una charla sobre mis poetas de cabecera y, si te digo la verdad, es que no tengo ninguno. Siempre he leído muchas más novelas, lo cual quizá haga sentido al leer mis libros, porque mi estilo puede ser bastante narrativo, bastante prosaico.
—Te hablaba antes de la música pop porque al leerte igual siento que estás más influida por esa vertiente lírica, pensaba en que incluso en Tu hueco supraesternal titulas algún poema como una canción de Lana del Rey…
—Puede ser, puede ser. Es verdad que de pequeña escuchaba mucho a grupos como Amaral o La Oreja de Van Gogh, y que probablemente me hayan influenciado más que otra gente que podría considerarse más canónica. El asunto de los títulos es bastante intuitivo: escucho esas canciones habitualmente, me encuentro con que no sé cómo titular un poema y recurro a lo que tengo más cerca.
—Es curioso: más allá de esa formación académica, lo que sí resulta innegable es algo así como tu vocación natural hacia la escritura.
—La verdad es que no lo sé. Es cierto que yo llevaba escribiendo desde muy pequeña: con siete u ocho años iba de aquí para allá con mis poemitas sobre animales. Pero fue un poco en 2017 cuando coincidió todo: me autoedité Tu hueco supraesternal en una plataforma de Amazon y poco después Ediciones En Huida me dijo que sí al manuscrito de Autorregalo. Hacia el final de ese mismo año salió lo de Digan adiós a la muchacha, pero ya te digo que más que nada fue todo una coincidencia.
—Pero también fue un momento muy prolífico para ti, no sé si porque quizá disponías de más tiempo para escribir que ahora.
—No, es que estaba más triste. Yo es que si no estoy triste no soy capaz de escribir nada, y no sé si eso significará que no soy una verdadera poeta o algo así. Durante estos últimos años he estado mucho más estable sentimentalmente y lo cierto es que me cuesta la vida y media acabar un poema. No me sale forzarlos. De hecho, en AZCA muchos de los poemas tienen ya varios años. Es una especie de repaso a los amores que he tenido, con lo que fueron escritos a lo largo de bastante tiempo.
—En tus libros cuidas mucho la figura del otro, de la persona amada, te esfuerzas en cierto sentido para que la idealización aparezca, al menos, de manera comedida. En Autorregalo, de hecho, ese otro eres tú misma.
—Sí, la idea de Autorregalo era que todos los poemas estuviesen dirigidos a mí. Me gustaba imaginar: si este chico que me gustaba a los quince años me hubiese escrito un poema, ¿qué me gustaría que me hubiese dicho? Digamos que me proyecto a mí misma, que me romantizo sobre los ojos de una otra persona ausente que se transforma en el sujeto que escribe. En cualquier caso, y pese a que también hay ocasiones en las que no idealizo tanto —o en las que estoy incluso algo molesta o enfadada con la persona amada—, en general sí voy por ese camino. El otro día mi hermana estaba leyendo un poema del libro en el que se describe a un chico que trepa por los árboles. Ella, sorprendida, me preguntó si acaso el chico en cuestión realmente hacía eso. Yo le dije que no, claro, que nadie trepaba por ningún árbol.
—Está la idea de que escribir es una especie de mal menor, de que en el propio hecho de estar escribiendo se esconde cierta tragedia.
—En mi caso siempre es así, yo diría que escribo por eso. También te digo que cuando estoy bien, cuando atravieso procesos de estabilidad como el actual, noto en el fondo como si me faltase algo. Pero, sinceramente: si el precio a pagar para escribir es estar mal, yo no quiero escribir. Es raro, porque he estado toda mi vida escribiendo hasta que me ha pasado todo esto de los premios, diría que ahora me cuesta mucho más hacerlo. También puede ser que haya madurado y ya no vea el amor de la misma manera, que ya no sea tan sufriente ni me pase el día preguntándome pero por qué no me quiere. Todo eso no lo echo de menos: para mí, cuanto más calmado esté todo, mejor. No quiero dramas.
—Tus otros libros eran colecciones de poemas más o menos homogéneas, pero en AZCA sí planteas una estructura determinada.
—Lo que sucedió es que yo contaba con un puñado de poemas que giraban alrededor de la misma temática y llegado cierto punto me planteé hacer esto: un breve poemario de amor. Con la excepción de Autorregalo, yo nunca he escrito pensando que en un momento dado todo eso va a desembocar en un poemario. En el caso de AZCA fui escribiendo cuando me surgía y acumulando textos; con Digan adiós… pasó algo parecido: tenía un grupo de poemas que hablaban de la infancia, la casa del pueblo, los amigos que se van, etc., y con eso lo armé. Es bastante sencillo, te encuentras con esos poemas y dices: ¡bueno, podría hacer un poemario, ya que los he escrito! Con la estructura que comentas trataba de darle algo de cohesión al libro, construir una especie de estudio sobre los distintos amores que he ido viviendo, también catalogarlos de alguna manera: el primer amor, aquel otro que se frustra porque el otro vive lejos, un amor más platónico…
—Me gustaría preguntarte si dedicas tiempo a pensar las estructuras de los poemas, a corregirlos…
—No, jamás. El poema va como me sale, de verdad. Algunas veces me estanco en un punto del poema y después trato de retomarlo habiéndolo pensado un poco y puedo notar cómo el poema ya no va, ya no funciona. Tampoco corrijo ni cambio nada: hablando con Yago Ferreiro, mi editor, le decía que probablemente sus sugerencias mejorarían algunos textos, pero que los poemas que él me proponía no eran los poemas que yo había escrito. No me siento cómoda cambiándolos. A Yago lo conocí a través de Plataforma, una especie de organización literaria que montó en León y a la que nos apuntamos algunos jóvenes, digamos, con inquietudes literarias. Participábamos en recitales y eventos varios, y lo del Adonáis llegó justo cuando estaba metida en ese grupo. Le estoy muy agradecida por todas las cosas que aprendí durante ese tiempo, y ya desde entonces maquinaba que de sacar otro libro querría tenerlo a él dentro el proyecto. Las cosas han ido muy bien, me siento muy cuidada y atendida.
—¿Dirías que escribes en base a la intuición?
—Creo que sí. En algunas entrevistas de este tipo, y también en recitales, me han preguntado sobre el uso de un recurso específico en alguno de mis poemas, y te prometo que me quedo siempre en blanco: no tengo ni idea de lo que me están diciendo. Yo no sé las cosas, de verdad. Cuando era más pequeña, antes de entrar en la universidad incluso, hacía juegos practicando la escritura de poemas con métrica y demás, pero en general nunca le he dado muchas vueltas: para mí, el poema es algo que tampoco puedes estudiar o forzar demasiado. No puedes ponerte frente a él y decir: aquí tiene que ir un endecasílabo. Mira, si no tienes un endecasílabo pues no lo tienes.
—¿Cómo te has relacionado con el panorama poético desde que empezaste a escribir y publicar?
—Mal pero bien. Digamos que he conocido a gente muy interesante con la que he conectado mucho, pero también ha sido todo algo apabullante. Recuerdo que empezaron a entrarme decenas de peticiones de amistad por Facebook y yo no dejaba de preguntarme quién era toda esa gente y qué quería de mí. Al final dejé de entrar en Facebook. En Instagram y Twitter me pasa un poco igual, no sé quién es nadie. Te diré que también hay algo de presión añadida por formar parte de, como que se te insinúa que debes participar de ciertas historias o eventos a riesgo de quedarte fuera. ¡Igual anímicamente en ese momento justo no estoy preparada para participar en nada! Se te queda como un sentimiento de culpa y la sensación de que quizá estés dejando pasar algunas oportunidades. Recuerdo, por ejemplo, una llamada de SModa, el suplemento de El País, después de ganar el Adonáis. Me proponían hacer un reportaje de un día para otro, pero yo estaba en León trabajando y para hacerlo tenía que desplazarme a Madrid. Les dije que no podía por trabajo y me respondieron que era una oportunidad muy importante, que cómo me la iba a perder. En ocasiones pienso cómo sería todo si viviese en Madrid, porque estando aquí te pierdes muchas cosas, no conoces tanto a la gente. Veo cómo quedan allí los grupitos mientras yo estoy en esta provincia más sola que la una. Creo que no sé gestionarlo demasiado bien.
—Es curiosa esa sensación: sientes que te quedas fuera pero es difícil determinar de qué.
—Y por otra parte está la presión de tener que estar leyendo a todo el mundo continuamente: de pronto todas las personas que conoces están sacando libros, publicando poemarios. Dices: no he leído a este, no he leído a este otro; ¡y es que no me da tiempo! Es verdad que cuando era pequeña decía que quería ser escritora, pero ahora lo pienso teniendo en cuenta todo esto y hay cosas que me dan mucha pereza. Si ahora mismo me preguntase si quiero ser escritora… no sabría responder. Es posible que tuviese todo esto un poco idealizado.
—Y oye, ¿qué tal estás ahora?
—Agobiada con las oposiciones, cerca de los 30 años, viendo cómo mis compañeros de clase se casan y tienen hijos, trabajando de interina y sin un puesto fijo, con mi provincia despoblándose… así estamos.
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Autora: Alba Flores Robla. Título: AZCA. Editorial: Venera | Colectivo Laika | Mr. Griffin. Venta: Todos tus libros.
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