La publicación de Los sorias es, en lo que a la recuperación de un autor se refiere, el fenómeno editorial de 2024. Y ha tenido que ser Barrett —un sello independiente y, si me apuras, uno de los nombres propios de hoy— quien se haya atrevido con tamaña tarea, acompañada de una cubierta hipnótica de Matías Sánchez. Con Alberto Laiseca, tan mal difundido en nuestro país, los lectores patrios empezamos la casa por el tejado, ya que la dificultad de encontrar sus obras en las librerías se palia con este Los sorias, su texto fundamental, que ocupó —entre conseguir escribirla (en una entrevista, llega a afirmar que la comenzó con nueve años…) y conseguir publicarla (parece que el manuscrito final estaba preparado unos seis años antes de que viera la luz en 1998, en una pequeña tirada de trescientos ejemplares)— cerca de la mitad de su vida; un libro de casi 1400 páginas que es un desfile de fantasía, una broma y, por supuesto, una de las mejores y más ambiciosas novelas escritas en español en el siglo XX.
Imagínense esta escena: grandes dictaduras cohabitan en un territorio bajo una guerra fría insalvable (con su correspondiente carrera armamentística). La despiadada Soria, donde todos se apellidan Soria, y la desnortada Tecnocracia, donde el apellido general es Iseka; pero también está la Unión Soviética y a su vez otro conjunto de Estados con los que se van cerrando acuerdos y desacuerdos: Chanchín del Norte, Garduña, Musaraña, Cataluña, Baskonia, Califato de Córdoba, Chanchelia o Protelia. En esa geopolítica extravagante, en mi cabeza no paraba de sonar el Entry of the Gladiators de Julius Fučík (sí, esa música que todos asociamos al circo) esperando a ver a qué le daba paso Laiseca ahora: fósforos a pilas, dioses severísimos, el Amadís de Gaula, albergues para animales mágicos, hechiceros, máquinas asombrosas, víboras de veintiséis mil voltios, el Ser y el Anti-ser, el vurro (sí, con «v»; se trata de un animal de la mitología del autor: humanoide con cabeza de burro y pene enorme), y así un largo etcétera. No encontramos protagonistas como tal, sino focos de atención: salen, hacen su número, nos dejan con la boca abierta y ceden su turno al siguiente. El libro está vivo.
Al estilo de Alberto Laiseca se le viene denominando «realismo delirante»: un delirio tan real que uno pensaría que codifica su presente mientras manifiesta un tono marcadamente humorístico. Los sorias se halla impregnada de ese afán totalizador consustancial a los grandes escritores; en ella, todo cabe: obras de teatro, himnos, periódicos, religiones fundantes, fragmentos, atribuciones, descripciones etnográficas, patentes e informes de armamento, pentagramas, mapas, idiomas (como el tecnócrata, con sus propias grafías, véase la página 1103), etc. Posee un carácter enciclopédico que lo hermana con escritores como Cervantes, Rabelais, Borges o la coetánea La historia de Martín Caparrós. Nos situamos entre personajes chiflados y acciones disparatadas, como cuando Personaje Iseka decide «dedicarse un tiempo a la noble especialidad de fabricar zombis» (p. 533) o cuando conversa con la incrédula Liliana a propósito de la realidad de ese territorio llamado Inglaterra o de la batalla de Waterloo y le explica que los ocultistas «modificaron el pasado haciendo que Napoleón y su tiempo no solamente se olviden, sino que no hayan existido jamás» (p. 664).
Se ha hablado de esta obra en términos de desmesura, verborrea, incontinencia o exceso, también se ha dicho que constituye una novela de culto, y en efecto así es. Pero se ha remarcado menos lo disfrutable, divertida, excéntrica que resulta. Alberto Laiseca es un escritor olímpico y con Los sorias alcanza una plusmarca difícilmente igualable en la literatura hispanoamericana contemporánea.
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Autor: Alberto Laiseca. Título: Los sorias. Editorial: Barrett. Venta: Todostuslibros.
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