Alberto Olmos es un hombre que mira a las mujeres. Las mira, y mucho. De hecho, las mira tanto que incluso ha escrito un libro cuyo título parece caído de un andamio: Tía buena (Círculo de Tiza). Por suerte, no se trata de una obra de baja ralea, sino de un señor ensayo en el que se analiza el modo en el que los hombres recorren con la vista el cuerpo femenino y, tal vez más interesante, la forma en que algunas mujeres buscan provocar esas miradas. De alguna manera, el escritor segoviano afincado en Madrid trata de conciliar en estas páginas dos visiones del feminismo que hoy parecen enfrentadas: la de quienes aseguran que erigirse voluntariamente como objeto de deseo es una forma de empoderamiento —y por tanto un éxito del feminismo—, y la de quienes afirman que anhelar ser objeto de deseo no es más que la manifestación del triunfo absoluto del capitalismo sobre el cuerpo de la mujer.
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—¡Menudo título!
—Mira, no quería poner un título coñazo tipo El capital erótico femenino en la posmodernidad tardía o cualquier otra frase de ese tipo. Tía buena es claro y directo. De hecho, todas las personas a quienes desvelé el título, ya fueran hombres y mujeres, entendieron automáticamente cuál sería el tema del libro. Muchas mujeres no sabrían definir qué es una «tía buena», pero cuando les sueltas esas palabras, saben de qué hablas, porque todas han tenido que decidir en algún momento de sus vidas si querían o no ser unas tías buenas. Fíjate: si entras en las oficinas de una gran empresa o en una tienda de ropa de un centro comercial, siempre detectas rápidamente a la trabajadora que ha decidido captar la atención de todo el mundo. Ésa es la tía buena. Y mi libro habla de esa mujer, de su decisión y del modo en que la miran tanto los hombres como las mujeres.
—Sabes que te vas a acusar de mansplaining, ¿verdad? Alberto Olmos explicando por qué algunas mujeres se muestran al mundo de un determinado modo.
—Sí, el otro día incluso me dijeron que un pollavieja como yo no podía hablar de estos temas. Pero ese tipo de objeciones me parecen tan absurdas que ni siquiera me voy a extender a la hora de rebatirlas. Sólo diré que cualquier inteligencia puede abordar cualquier tema, básicamente porque los temas no pertenecen a nadie. Todas las teóricas del feminismo que he leído para este ensayo, que no han sido pocas, citan al John Berger de Modos de ver. Y lo citan porque ninguna fue tan estúpida como para decir que no debíamos tener en cuenta a John Berger por ser un hombre. De hecho, Nina Power acaba de publicar What Do Men Want?, todavía no traducido en España, y yo me alegro de que una mujer hable sobre mi género, faltaría más.
—En tu búsqueda de los orígenes de la expresión «tía buena» te remontas a un poema de Eusebio Blasco de 1867, pero también te detienes en el Diccionario para pobres (1977), en el que Francisco Umbral definía a una “tía buena” como alguien que, primero, tiene voluntad de serlo; segundo, tiene voluntad de vivir para ese rol; y tercero, muestra cierta propensión al lujo. ¿Sigue siendo esta definición válida?
—Las dos primeras categorías, la de la voluntad de serlo y la de la voluntad de vivir para ese rol, siguen indiscutiblemente vigentes, y la tercera, la del lujo, se ha acuciado en los últimos tiempos. Si te fijas, Instagram ha consolidado la idea de que sólo puedes ser considerada una tía buena si estás en un hotel de cinco estrellas de Kuala Lumpur y si llevas un bolso Gucci, no si vives en un piso de Carabanchel de cuarenta metros cuadrados y conduces un Seat Ibiza. Sin embargo, lo que todas las mujeres del siglo XXI saben, en parte también gracias a Instagram, es que pueden explotar su cuerpo para abrirse camino en la sociedad. A las mujeres se les recuerda constantemente que no sacar partido a su cuerpo es como tirar dinero a la basura, y lo que yo he querido hacer en este ensayo es buscar el momento exacto en el que el feminismo dejó de tildar de explotación a la constante presión física sobre las mujeres y empezó a llamar a eso mismo «empoderamiento».
—Ese es el quid del libro: ser objeto de consumo, ¿es una decisión libre o una imposición del capitalismo?
—El feminismo clásico siempre ha estado en contra de la “mujer florero”, pero el feminismo moderno está tratando de solucionar el dilema que plantea un mundo en el que, cada vez con más fuerza, se impone a las mujeres la obligatoriedad de ser bellas y de tener éxito. En su libro El mito de la belleza, Naomi Wolf analizó el fenómeno de la explotación de la belleza femenina desde mediados del siglo XIX hasta la llegada de internet, pero imagino que ahora, con la aparición de Instagram y las demás redes sociales, habrá enloquecido. Porque todo lo que ella denunció se ha multiplicado por mil. Y no sólo se ha multiplicado, sino que además ha sido validado por todo tipo de teorías feministas. Mira, Marilyn Monroe cobró cincuenta dólares por unas fotos que proporcionaron miles de dólares al director de la revista que las publicó, y además solía cobrar cien mil dólares por interpretar unas películas que daban millones a los productores. Aquella explotación era denunciable porque, en el fondo, había un señor que sacaba dinero explotando el cuerpo de una señora. Pero entonces llegó la década de los 90 y las supermodelos empezaron a cobrar más y más, logrando que la decisión de vivir de la comercialización del propio cuerpo no fuera tan mal vista, puesto que era una decisión propia. Y al final hemos llegado a la actualidad, en la que el entendimiento entre feminismo y liberalismo es absoluto. El feminismo de hoy acepta que Ana de Armas, Miley Cyrus y Chanel vivan, entre otras cosas, de su belleza porque ellas son las dueñas de su capital erótico, y no una empresa que lo explota. Sin embargo, cualquier persona progresista, y yo me considero tal, estará siempre en contra de la comercialización del cuerpo, aunque sea voluntaria. Porque lo que acaba ocurriendo es que, con la excusa de la voluntariedad, el liberalismo justifica la existencia de plataformas como OnlyFans, en la que miles de mujeres muestran su cuerpo a cambio de dinero. Por cierto, OnlyFans pertenece a un hombre que gana 1,8 millones de dólares al día gracias a todas esas mujeres empoderadas.
—De ahí que cites a Lampedusa en el libro: que todo cambie para que todo siga igual.
—Un hombre que haya vivido los 90 no verá diferencia alguna entre la Madonna de aquel entonces y la Miley Cyrus de hoy. Le parecerá que es exactamente lo mismo. No le hables de empoderamiento ni de todas esas cosas. Sólo verá a una tía buena semidesnuda llamando la atención en el escenario. Aunque cambies las palabras, es evidente que todo sigue igual.
—El psicoanalista John Carl Flügel (Psicología del vestido, 1930) acuñó el concepto “Gran Renuncia Masculina” para referirse al momento histórico en que los hombres decidieron empezar a vestir de un modo discreto y sobrio, algo que ocurrió a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y abandonar los vestidos llamativos que algunos llevaban antes.
—Mi libro también trata de responder a esta pregunta: ¿por qué yo siempre visto de negro y por qué, si un día me pusiera algo rosa, me sentiría incómodo? La respuesta es que hubo una época en la que, con el auge de la burguesía y de los trabajos de carácter urbano, los hombres decidieron mostrarse ante el mundo como personas que no se preocupaban por las cosas frívolas (la estética) y sí por las serias (el dinero). Sin embargo, sus mujeres sí que debían interesarse por la ropa, puesto que eso indicaba que en casa entraba el suficiente dinero como para que pudieran desperdiciarlo. Por otra parte, también me interesa el tema del escote: ¿en qué momento las mujeres deciden usar prendas que lo tengan? Hay teorías que dicen que el escote existe para que ellas puedan lucir las joyas, pero yo creo que todo tiene un sentido mucho más sexual.
—Planteas que la ropa es otra trampa para las mujeres.
—La cantidad de espacio que las ciudades dedican a las tiendas de ropa es absurdo. Pero además, si entras en una de esas tiendas, verás que la sección de hombres ocupa una cuarta parte de la superficie. Y hay otro tema que también me interesa: salvo el fútbol, ¿hay algún deporte femenino que no esté pensado para que ellas enseñen el cuerpo? Y otro tema más: tengo dos hijos de entre cinco y siete años, y cuando los llevo al colegio siempre me sorprendo de lo mismo: todas las madres visten a sus hijas ceñidas y a sus hijos holgados. Y no hay ningún motivo para eso. Tanto a los unos como a las otras podríamos ponerles el mismo tipo de ropa, pero el mercado ha conseguido que sean los propios padres quienes eduquen a sus hijas en la necesidad de lucir el cuerpo, pero no así a sus hijos.
—En tu ensayo hay algunos puntos cuando menos discutibles. Por ejemplo, la idea de que los hombres tienen más deseo sexual por mandato biológico, algo que hoy en día se pone en duda, aduciendo que las mujeres han estado históricamente reprimidas.
—No soy yo quien lo dice, sino Catherine Hakim, que acuñó el término “déficit sexual masculino” para resumir la frustración en la que viven muchos hombres al tener picos más elevados de deseo sexual que ellas. Pero, una vez más, quiero recalcar que hay cosas tan evidentes que incluso cansa tener que explicarlas. Si tú contratas a camareras guapas para tu bar, los hombres acudirán en masa; si haces lo mismo con camareros guapos, las mujeres también irán, pero no en la misma cantidad. Esto es algo que sabe todo el mundo, pero que sobre todo saben los empresarios. Y a ellos no puedes irles con teorías que traten de desmontar lo evidente.
Olmos dando la nota y sentando cátedra sobre las diferencias entre hombres y mujeres en un ensayo complejo, documentado y provocador. Ya tardaba, en realidad.
El problema que yo veo en la valoración (y «auto-valoración») de una mujer por su belleza y su «sex-appeal» («capital erótico» – para que quede claro que estamos hablando de una mercadería, y encima perecedera, con fecha de expiración)… es que se trata de una batalla perdida de antemano. El tiempo pasa para todos, y por más cirugía, tratamiento cosmético y demás parafernalia de que echemos mano… es imposible ocultar que ya tenemos unas cuantas horas de vuelo. – Hoy vemos en los medios mujeres cuya única ocupación es cuidar la carrocería – toda su autoestima está basada en ella, es todo lo que pueden ofrecer al mundo-, que evidentemente es una tarea cada vez más difícil a medida que pasan los años. Y todo lo que se invierte (energía, tiempo, dinero) en esa tarea titánica… es lo que no se invierte en viajar, estudiar, vivir relajada, en paz, sin miedo al futuro, sin renegar del calendario… Es una nueva forma de esclavitud – antes la mujer era esclava del hogar y ahora es esclava de la belleza y la búsqueda de la eterna juventud. Efectivamente algo cambió para que nada cambie….
Las mujeres deberíamos tomar el ejemplo de Charlotte Rampling y otras actrices que – habiendo representado en su juventud un ideal de belleza – entendieron que no tiene sentido oponerse al paso de los años, y que más vale invertir tiempo y esfuerzo en pulir y desarrollar algún talento, que en luchar para seguir siendo sexy…
«(…) el feminismo dejó de tildar de explotación a la constante presión física sobre las mujeres y empezó a llamar a eso mismo «empoderamiento».» – Hay algo que es igual para mujeres y para hombres: a más atractivo, más posibilidades de elegir pareja. Esto siempre ha sido así, y en todas las culturas. Ahora bien, la idea de que el único aspecto que conviene desarrollar y en el cual conviene invertirlo todo (tiempo, dinero, esfuerzo)… es la belleza, es una idea relativamente nueva, y muy nociva para las mujeres. Y las desempodera, porque cuando estamos tan ocupadas combatiendo incipientes arruguitas… no estamos llevando a cabo un emprendimiento comercial, estudiando para obtener un diploma, o adquiriendo más conocimientos para acceder a un puesto laboral de mayor poder.
Todos tenemos claro en la cabeza cuando jos hablan de una tía buena. Cuando era más joven y tenía la libido a flor de piel, lo primero que hacía al entrar en un sitio cuando estaba de marcha el fin de semana era catalogar a las tías que había. Tías buenas y el resto. Aunque no fuera en plan de ligar, que era la mayoría de las veces. Con el tiempo me di cuenta que la realidad es más compleja, y que que una tía buena es solo una fachada. La sociedad crea modelos de comportamiento que son seguidos ciegamente por la gente. Una tía buena es eso, un modelo para que los hombres -y sobre todo las mujeres- vuelvan la vista cuando entre en una habitación. Y muchas han aprendido a vivir de ello. Lo cual para ellas ni tan mal