Aquella primera y famosa frase tolstoiana, «las familias felices se parecen unas a otras pero cada familia infeliz lo es a su manera», hizo nacer un manantial literario inagotable por el asunto de airear los trapos sucios, destapar secretos, homenajear la dignidad y el esfuerzo o cualquiera que fuese la intención tras el acumulamiento de unas páginas. La familia, como el cuerpo y el paisaje, son elementos que nos fascinan y motivan y nos repelen y desagradan indiferentemente de la manera en que quieran hacerse constar.
Carlota, cariño traza un amplio mapa entre las noches de insomnio sobre las que se comienza disertando —muy peligrosas si no se les pone coto, ya se sabe— y ciertos parajes de una comarca gallega. Entre el malestar del inicio y la reconciliación que la protagonista experimentará al término de su odisea afectivo-casera-laboral, media el embarcarse en la complicada misión de entender por qué la familia de una ha sido así, por qué ella es esa hija y no otra, qué la diferencia de sus compañeras de clase, de su amiga Carmen, de su novia María, de Maya, la mujer que prácticamente hacía de segunda madre —emplear madrastra equivocaría por la aspereza que lleva su sola pronunciación— y su hija Antía. Sus padres durante toda la travesía, más relevante la madre incluso, alternándose las cercanías y las distancias respectivamente. Todas las mujeres de su vida llevarán a Carlota a un replanteamiento existencial que Yustas ha escogido presentar desde lo cotidiano y lo cómico, a través de conversaciones de parejas amistosas y familiares que no evitan la angustiosa punzada, la extrañeza de saberse escarbando en las acciones cometidas y las decisiones tomadas.
Es una primera novela con todo su amalgama de valentías e imperfecciones. Refiriéndome a las segundas, es evidente que la extensión acaba resultando descomedida, pues Yustas decide alargar varios de los capítulos, de las situaciones familiares vividas en la infancia, que unas veces aportan matices interesantes pero otras, desde la mitad de la novela en adelante, no contribuyen a un mayor misterio que la trama hubiera podido necesitar. O no, pero igualmente se descompensa la atención con escenas y reflexiones que subrayan innecesariamente los temas que tratan, ya patentes en las características de los personajes y sus preocupaciones. Los temas, sea dicho, también hubieran merecido una selección o una prioridad, dado que según el tramo de la narración se da la sensación de querer recoger todos los dilemas de rabiosa actualidad que desbordan una historia más necesitada, y más acertada, cuando prefiere los instantes de intimidad, entre Carlota y su novia María los más reseñables.
Refiriéndome a las primeras, me gusta Carlota, cariño por la ambición que demuestra, por la naturalidad con la que Yustas te describe cada una de las peleas, de las bromas, de las lidias con la enfermedad y los remordimientos, con el difícil equilibrio que late en toda relación de pareja pero también amistosa o en cualquier muestra de cariño que, de tan frágil, puede correr el riesgo de doblarse hacia la vulnerabilidad más sincera o el carácter más encabronado por el enquiste de lo que se quedó por contar.
Y es que lo que se cuenta en esta novela es como una acequia por la que no deja de correr ese reguero al que se vuelve para mantenerse uno en el sitio, vivo, dispuesto a la frescura de la oportunidad que yace en el acto de volver a contarse y desquitarse de las ansiedades que nos minan si nos ponemos a pensar qué es lo que debería haber conseguido, cuánto ahoga un trabajo que no satisface y cuánto la ausencia del mismo. En definitiva, qué es lo que uno debe cuestionarse y si enunciarlo conlleva la aceptación de las limitaciones o una salida que todavía puede tomarse antes de que sean, se hayan, pasado y puesto el tiempo amarillo en todas las fotografías, como decía el verso.
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Autora: Flor M. Yustas. Título: Carlota, cariño. Editorial: Egales. Venta: Todostuslibros.
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