La fotografía de una época, el valor de la advertencia y el barrunto de una parálisis social son algunos de los lamentos que Alejandro Cuevas ha vertido en su última novela, Mi corazón visto desde el espacio (Menoscuarto Ediciones), el manifiesto de la generación más preparada y menos aprovechada.
«Es un retrato de la España de la burbuja inmobiliaria, un cantar del destierro de todos los jóvenes que han tenido que emigrar o se han quedado en el país realizando trabajos precarios, muy por debajo de su formación», explica Cuevas (Valladolid, 1973) en una entrevista con Efe.
Irreverente y transgresora, divertida pero trascendente, a través de una galería de personajes perfectamente reconocibles la novela dibuja la derrota de una generación empujada al exilio laboral desde un país que despilfarra tanto el talento como los recursos dispuestos para su preparación.
«No me considero portavoz de nadie ni de nada pero, inevitablemente, mi novela se está viendo como un manifiesto generacional y como el testimonio de una época», añade acerca de un relato que ha coronado sus primeros veinte años como escritor desde la aparición de Comida para perros (1999).
Sus páginas navegan por estos tiempos de redes e internet como un oráculo o almuédano social, de discursos monolíticos, de agujeros demográficos y discursos altisonantes donde más que el currículo académico cotizan al alza los despabilados y trepadores, entre los cuales no se sabe bandear el protagonista de este alegato social.
«Se habla mucho de la España vacía, pero hacer que muchos universitarios tengan que emigrar también es una forma de vaciar España», subraya Cuevas, quien con su segundo libro La vida no es un auto sacramental (1999) recibió una mención del Premio Nadal y cosechó el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España (RNE).
El hombre postergado por la corrupción política, acosado por un urbanismo voraz y preterido por la presión de un nepotismo institucional y endogamia social es la constante de este «Mi corazón visto desde el espacio», una novela coral contada por su protagonista.
Es un libro que «habla de la crisis, de la económica y de esa otra que consiste en llegar a una cierta edad y darte cuenta de que no vas a cambiar el mundo», precisa Alejandro Cuevas, autor también de numerosos relatos cortos que ha reunido en «Mariluz y el largo etcétera» (2018).
«Espero que como sociedad seamos capaces de reaccionar ante esa otra contaminación de la que se habla en el libro: la corrupción endémica, el nepotismo, la desidia, la mediocridad. Somos un país de gente que, en lugar de organizarse y luchar contra sus problemas, nos conformamos con vocear en los bares o en Twitter que no deja de ser un bar virtual», añade.
No obstante, «es también una historia divertida con momentos muy líricos», con una estructura que si bien no obedece al arquetipo de planteamiento, nudo y desenlace, «se puede leer con mucha fluidez», matiza este licenciado en Filología Hispánica que también ha cursado sendos máster en Historia y Estética de la Cinematografía, y en Economía de la Cultura y Gestión Cultural.
El exilio, el suicidio o ser concursantes de televisión, agrega con un discurso tan resignado como irónico, es el futuro que a su juicio aguarda a la generación más adiestrada de los últimos tiempos, «aunque como escritor me interesa más hablar de los inadaptados, de los melancólicos, de los que tienen demasiados escrúpulos para trepar», apostilla.
Ese compendio entre divertimento y reflexión ha conjugado en todos sus relatos, también en «La peste bucólica» (2003) y «Quemar las naves» (2004), consciente de que cualquier novela tiene que proporcionar al lector «un entretenimiento inteligente, ser ligera y a la vez profunda: a mí me gusta cada vez más escribir y leer porque es algo que se ha convertido en actos casi subversivos».
No obstante el panorama desolador que pinta, Alejandro Cuevas cree que la sociedad «siempre tiene remedio aunque seamos de reacciones muy lentas y de soluciones in extremis».
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